lunes, 25 de febrero de 2008

Tres bailarinas, de entre 52 y 72 años, mostrarán cómo debe “verse y oírse la voz de la experiencia”


Fernando Camacho Servín
Las posibilidades expresivas del cuerpo no tienen fecha de caducidad. Un gesto o un simple movimiento de la mano pueden ser tan reveladores como un salto espectacular.
Con esa premisa, la coreógrafa Abigaíl Jara presenta este fin de semana el espectáculo Iris, en el cual participan tres grandes bailarinas de entre 52 y 72 años de edad, en un reto escénico para demostrar que en la danza también debe verse y escucharse la voz de la experiencia.
La propuesta “nace de preguntas que me hice a mí misma sobre la danza: ¿cómo la hago, por qué y hasta cuándo? Entonces comencé a trabajar con Valentina Castro, Anadel Lynton y Ana González, todas ellas decanas, a partir de sus historias personales y su motricidad”, explica Jara a La Jornada.
El montaje, creado con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, narra el encuentro de tres amigas después de 20 años de separación, y la forma en que cada una utiliza su cuerpo para hablar de sus vivencias, expectativas y recuerdos.
Aunque al paso del tiempo las articulaciones y los músculos no estén en las mismas condiciones, “el cuerpo gana en capacidad de interpretación, en toda la experiencia de vida que puede manifestar, en lo que ellas pueden volcar en el escenario, igual que un bailarín joven cuando brinca, levanta la pierna y gira. De hecho, me parece más interesante buscar la interpretación de cada movimiento”, puntualiza Jara.
Este concepto no es, de ninguna manera, nuevo. En varias compañías del mundo se trabaja con las habilidades de bailarines de 45 años o más. “La importancia del artista no radica en la edad –subraya la coreógrafa sonorense–, sino en la carga vital que ellas tienen”.
En el caso de Iris, las bailarinas se prepararon durante un año en un taller, en el cual utilizaron la llamada técnica de movimiento auténtico, un método de improvisación libre en la cual se produce “un diálogo con tu mundo interno, desde el silencio y la quietud en espera de un impulso. El movimiento surge con un detonante propio y a partir de él se va desarrollando la obra”, explica Jara.
“No sabemos cómo la va a recibir el público, pero creo que será conmovedor; a mí me conmueve verlas en el escenario con la música electrónica ambiental realizada por Rodrigo Espinosa, que es casi como otro personaje dentro de la obra”, añade.

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