miércoles, 19 de mayo de 2010

El coreógrafo y bailarín español, Antonio Quiles en Mérida

Por: Héctor Garay

La cercania de la ausencia a través de hilvanar una red de recuerdos. El primer beso consecuencia del azar o una confusión; el momento del comprometedor blackout escénico, imperceptible para los amigos, fatal para el intérprete. Una canción melancólica, si reconocemos a la melancolía como la intensificación de la tristeza o su decantanción. Un bailarín-actor ante un mricofóno presentandose ante el público que en esta ocasión es diverso y hasta familiar (es decir formado por familias y no por ser conocido). Luego el bailarín persigue zonas de iluminación que encienden para llamar la atención y se apagan cuando el bailarín va llegando, como si de un juego de escondidas se tratara.

Estos son algunos de los elementos iniciales y atractivos de la presentación de Antonio Quiles, bailarín español, dentro del Festival Avant Garde de Mérida, Yucatán. Pero me falta señalar otros, los más importantes: su espléndido manejo corporal y de los conceptos, la inteligencia corporal y emotiva puesta a disposición de una obra que se vuelve entrañable.

Toda la obra es como un ir construyendo, una obra que no se atreve a llamarse coreografía pero que va determinando una eficaz y emocional relación con el espectador, entonces muestra su facultad escénica. Hay danza y hay palabras dichas por el bailarín -actor. Texto mitad improvisación mitad parte de un discurso preparado. Y sobre todo hay estados de ánimo a flor de piel de una persona que ha decidido entregar su intimidad en escena.

De regreso a los sucesos, la caida de un trozo de carne desde lo alto de las varas del teatro provoca un sonido sordo y seco que altera la afabilidad propiciada previamente y sin embargo, al caer la carne, que bien puede ser una cita religiosa o una frase literal hay una sensación profunda de la cotidianidad humana. Lo que parece un dialogo familiar es la familiaridad del abandono, del tiempo que pasa, de la búsqueda de un antes que se diluye ente los dedos. Se logra recuperar lo efímero gracias a la magia de la interpretación de Antonio Quiles que baila sobre un trozo de carne. Despojada esta escena de toda analogía ya no es la corporeidad efímera ni el tiempo materializado sólo es el soporte físico para sentir que un cuerpo puede transmutarse y ser cuerpo emotivo.

Luego de durar algunos instantes este pasaje termina y vemos al actor – bailarín-personaje abandonar el escenario para luego escuchar un contundente epilogo.

Fin del encuentro intimo con una coreografía-performance-confesión de lo hu

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