lunes, 28 de agosto de 2017

'El talento se trae': Bernardo Benítez


Por: Erika P. Bucio



Gladiola Orozco lo puso entre la espada y la pared: el teatro o la danza.


"Cuenta conmigo las 24 horas del día", le respondió el incipiente bailarín, Bernardo Benítez (Tlalpujahua, 1943), quien hasta ese momento, con 28 años, estudiaba en el CUT. Quería dirigir.



Había audicionado para El alma buena de Sechuan, de Brecht. Le pidieron movimientos específicos. No tuvo suerte. No sabía qué era la danza, ni moderna ni contemporánea. Buscó dónde tomar clases y le hablaron de Raúl Flores Canelo. Lo buscó y le contó su historia.



Con Benítez y los jóvenes actores Mario Rodríguez y Luis Zermeño nació la primera escuela del Ballet Independiente (BI), fundada por Flores Canelo y Orozco, quien se convertiría en su primera maestra.



Al año, Benítez se veía bailando su primera función en el Palacio de Bellas Artes y con una obra del propio Flores Canelo. "Un comienzo emocionante", recuerda en entrevista, porque ahí debutó también como coreógrafo con Cuarteto, en 1977, pieza que la crítica calificó como una obra "blanca"; no había complicación alguna, si acaso un juego técnico entre cuatro bailarines.



Benítez sabía que le gustaba la creación. Pensar qué lenguaje y qué crear. "Me dije, esto es como si fuera teatro también".



Comenzó en un grupo teatral en la compañía Luz y Fuerza del Centro, donde trabajaba haciendo de todo, desde escarbar para meter cables hasta en la bodega. El teatro fue el vehículo para llegar a la danza.




Todavía se sentía con la potencia y la alegría del bailarín, pero era consciente de su edad. Hizo sus cálculos; quería un futuro en la danza. Y dejó de bailar para dar clases. Calcula que ha dado 16 mil clases. Aglutinó en su estilo varias técnicas: Horton, Graham, Limón, Cunningham.




Como coreógrafo, se hizo viendo. Nunca tomó clases. "El talento ya se trae", dice. Seguía las temporadas en Bellas Artes. Absorbía el trabajo de las compañías que venían a México, como las de Alvin Ailey y Paul Taylor. Le abrieron un mundo. Se convertiría en un coreógrafo que trataría de destruir su propio esquema para abordar otras formas. Y que gozara de libertad absoluta.



"No tengo un estilo que me esté trazando, más que nada tengo una constante búsqueda de lo que me emociona hacer, no importa el género; de acuerdo a mi estado de ánimo y lo que me inquieta de la realidad", dice Benítez, un hombre de voz suave que rehúye a las entrevistas.



Le obsesiona el movimiento. De Trío, con música de Ravi Shankar, la crítica opinó que "aullaba movimiento en el foro". Vendría Interacción, donde asoma ya la cuestión teatral. El crítico Alberto Dallal objetó: "Bernardo debe centrarse más en el movimiento, que es lo suyo".



Benítez tenía su propia concepción de la danza-teatro. "Nunca fue una obsesión", ataja. Lo suyo es un deseo de experimentar. Cambiar de lenguaje y de movimiento, explorar de otras formas el espacio, tocar diversos temas. En Oratorio abordó, por ejemplo, la sexualidad clandestina dentro de la Iglesia.



"No sé si lo he conseguido, pero creo que de la obra 'blanca' (Cuarteto) Kinéticas, Sueños de seducción y locura, la última obra que hice con Ballet Teatro del Espacio (BTE), hay un cambio enorme de hacer la danza-divertimento a la danza-teatro", estima.



Ese afán por experimentar lo llevó a abrir su Ballet Danza Studio después de 13 años con el BI y el BTE. Dejó luego su propia compañía para otros 10 años con el BTE.



Volvería con Gato Danza Contemporánea en 2001. Un nombre que le recordaba la cadencia del animal, su dinámica, las formas de moverse y saltar. Siempre acechando. "Desde la azotea o una mesa, el gato va a saltar al escenario".


Tuvo que hacer una pausa obligada en 2010 por un cáncer. Apoyado por sus bailarines, volvió a la carga.


"Mi vida en la danza ha sido como trabajar en familia", dice Benítez.


Ya prepara una nueva coreografía sobre el trastorno de personalidad múltiple. Será un trío de mujeres.


Pero sus obras pasadas siguen vigentes. Kinéticas, estrenada en 1981 en Bellas Artes, volverá a bailarse en una co-producción de Danza Capital, compañía de Cecilia Lugo, y Danza UNAM en el programa Memoria de los 80's¦ 3 danzas que marcaron época, que integra también las coreografías Oasis, de Silvia Unzueta, y Campeones (¦detrás del espejo), de Marco Antonio Silva, con funciones este  31 de agosto, y 1, 2 y 3 de septiembre en el Salón de Danza UNAM, cerrando el 7 y 8 de septiembre en el Teatro de la Ciudad.

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