martes, 5 de septiembre de 2017

Sueños de danza


alt


Por : Daniel de la Fuente


Angélica Kleen tiene un término para definir sus esfuerzos a lo largo de los años y que han favorecido a generaciones de bailarines: "Sueños locos".

La maestra, que lo mismo logró que por primera vez en México se titularan ejecutantes y profesores de danza clásica que promovió la creación de lo que hoy es el Ballet de Monterrey, les llama así a sus anhelos, porque de no haber tenido genete que creyó en ellos, aclara, jamás se hubieran logrado.

"Eran sueños locos que parecía que nunca se iban a dar, pero hubo personas que dijeron 'sí', 'vamos a hacerlo'", sonríe.


"Y se hicieron".

Ella le atribuye a la vida las metas en las que ha puesto su determinación: la Escuela Superior de Música y Danza, a la que entró como alumna y que años más tarde le tocó dirigir; el Ballet de Monterrey, un sueño para que las jóvenes que egresaran de aquella institución no estuvieran obligadas a dejar la Ciudad, y hasta su propia academia, a la que llamó D'Angélica Studio, y que cerró en el 2005 luego de tres décadas de existencia.

De hecho, dice, este sueño es de los más "locos".

"Con lo que mamá me daba para los gastos del mes dije 'con esto la hago': encontré un local. ¡Tenía 17 años!".

Apenas era el comienzo de un arrojo que, al tiempo, sumaría galardones, entre ellos "Una vida en la danza", otorgado por el INBA; el premio Coatlicue, otorgado en el Festival Internacional de Danza Ibérica Contemporánea; la Medalla al Mérito Cívico Presea Estado de Nuevo León y, apenas anoche, un reconocimiento en el marco de la Monterrey International Ballet Gala.

Llegó a la Ciudad a los 6 años proveniente de Tezuitlán, Puebla, donde nació el 26 de marzo de 1958. Es la tercera de cuatro hijos que tuvieron el ingeniero Rolando Kleen Melo, de Monterrey, y Natalia Delgado González, de General Terán.

La docencia está en su familia: su padre construyó escuelas rurales y el centro escolar de aquella ciudad poblana, y su abuelo, Federico Kleen, proveniente de Alemania, fue aquí director del Colegio Alemán y dio clases de ese idioma en la Universidad y el Tecnológico. A su vez, su tatarabuelo Epigmenio Melo dirigió la primera orquesta sinfónica que hubo en Monterrey.

De cabello corto, rasgos afilados y voz dulce, Angélica cuenta que su madre solía decir que, desde pequeña, corría de puntitas en zapatitos de plástico.

"Lo primero que vamos a hacer llegando a Monterrey es meter a esta niña a clases de ballet", dijo el padre, y así fue: la inscribieron en la academia de Blanca Areu, pionera de la formación artística en la Ciudad junto a su hermana María Luisa.

Blanca, ganadora del premio "Una vida en la danza", del INBA, fue para ella muy significativa.

"Exigente, incluyente", la describe Angélica en la sala de su departamento al sur de la Ciudad. "Al entrar a la Escuela Superior pensaba en sus clases y decía: 'qué inteligencia, qué visión de esta mujer, cómo simplificó las técnicas para que todas pudieran bailar'. Fue una gran influencia".

De hecho, empezó a dar clases en su academia, lo que alternaría al abrir la suya en la Colonia Contry al terminar la prepa en el Tec de Monterrey, en 1975: rentó el espacio, puso unas barras de fierro que ella misma lijó y empezó a inventar rutinas. Así empezó. D'Angélica Studio de Danza duró 30 años.

"Fuimos una gran familia, por ahí pasaron generaciones: Las niñas duraban años y más tarde que se casaron me llevaron a sus hijas", comenta, orgullosa.

Ella, sin embargo, nunca se vio haciendo una carrera profesional en danza. Le gustaba bailar, inventar coreografías y coordinarlas.

De hecho, se recuerda como alumna de primaria en el Instituto Anglo Español dirigiendo a niñas de secundaria en concursos de porras, lo que hizo por años.

Dice que en algún momento se habló de enviarla a Rusia para que emprendiera estudios profesionales, pero la muerte del padre, del hombre que solía ir por ella a la academia Areu y la motivó a iniciar en el sueño de la danza, lo cambió todo.

Al salir de prepa, cuya orientación fue de físico-matemáticas, Angélica creyó que una buena carrera sería ciencias químicas, pero en el Tec abrieron la de dirección deportiva, que pensó le serviría para sus sueños de danza.

Sin embargo, ya se había inscrito en la primera, lo que al tiempo la apagó.

"No estaba contenta y una tía lo notó y le preguntó a mamá '¿qué le pasa a Angélica? Ella siempre tan vivaz'. Mamá le respondió que yo quería estudiar 'no sé qué' y mi tía le contestó 'pues que estudie lo que quiera, ¿no?'. Finalmente mamá aceptó y yo corrí como loca para cambiarme de carrera".

Algunos compañeros no daban crédito: una alumna ejemplar, que incluso les ayudaba en matemáticas y física, optaba por estudiar deporte. "¿Vas a estudiar Lagartijas 3" y Abdominales 4?", le preguntaban.

"Se tenía la idea de que el deporte e incluso la danza eran para gente tonta, pero no me importó", expresa. "Sabía lo que quería".

Angélica se enteró que abrirían la Escuela Superior de Música y Danza cuando aún no concluía la carrera. Entonces supo que ahí estaba su destino. A los meses entró al curso de verano y más tarde al grupo de maestros. Fueron muchos cursos, viajes y capacitaciones para que al final concluyera como maestra de danza clásica y, más tarde, la licenciatura en educación artística con especialidad en danza.

Sin embargo, casi desde su ingreso empezó a dar clases y, ya como subdirectora, logró ver a la primera generación de bailarines de ballet clásico del país. El INBA, entonces, no tenía lineamientos, por lo que ella las asesoró y capacitó por años.

"Otro de mis sueños locos", sonríe. "Si yo lograba que se titularan ya no les iban a preguntar: '¿Y qué más haces?'. Siempre he dicho que la danza es como la medicina, igual o más difícil, porque debes estudiar mucho, practicar todos los días".

Una de las alumnas beneficiadas tiempo después por la revolución académica de Angélica fue Rosario Murillo, hoy profesora y coreógrafa de La Superior.

"Una de sus grandes virtudes, entre tantas que tiene, es su visión para descubrir capacidades en las personas antes de que éstas las sepan", cuenta. "Casi como una pitonisa, ella, en su modo muy particular de convencimiento (te habla suavecito y con cariño) me dijo cuando yo iniciaba mi carrera de maestra: 'Hay un concurso de ballet en puerta y tenemos que montar unas coreografías a las niñas. Mira, aquí tengo unas 'musiquitas', a ver si te gusta alguna.

"A la maestra Angélica no se le puede decir que no".

Gracias a esta labor de convencimiento, de ser "cuchillito de palo", Angélica logró crear la licenciatura en docencia en danza clásica y el plan de estudios de la carrera en danza clásica "Plan especial para varones". José Ramírez, otro de sus alumnos, evoca sus clases de pas de deux con ella.

"Sabía cómo enseñarme a tomar a mis compañeras, cómo ejecutar giros", dice. "Me impulsaba cada día a hacer ver a mi compañera como la reina del escenario y me enseñó que la responsabilidad de que se vieran como primeras bailarinas dependía de mi precisión, fuerza, destreza y caballerosidad".

El año de la graduación de la primera generación de jovencitas de ballet clásico, 1987, fue también el de la presentación por primera vez de "El Cascanueces", tradición que cumple ya 30 años.

"Lo empezamos haciendo jugando", cuenta Angélica. "No sabíamos cómo hacer un vestuario, un programa, una escenografía ni música. Trabajamos toda la escuela, por eso digo que al recibir cualquier reconocimiento tendría que subir al escenario a un regimiento".

Fue con este ímpetu que emprendió una cruzada por crear una compañía para que ningún egresado de La Superior tuviera que dejar la Ciudad. Que la dejara quien quisiera, decía, pero no porque aquí no hubiera opciones.

"Me quito el nombre si no logramos tener una compañía", concluyó y, tras muchas solicitudes que quedaron guardadas en cajones de dependencias, llegó con Yolanda Santos de Hoyos, quien habla de ella.

"Conocí a Angélica en los 80 cuando hizo una convocatoria a un grupo de gente y nos invitó a la escuela para ver bailar a las niñas que estaban en el último año de danza", cuenta la presidenta del Ballet de Monterrey. "Nos hizo ver que esas niñas no tenían opciones para trabajar, sólo afuera, y nos preguntó por qué no fundábamos una compañía en Monterrey".

Tras investigar modelos en otros países, en 1990 nació el Ballet de Monterrey, compañía que Angélica apoyó desde La Superior y más tarde como directora adjunta junto al astro de la danza Fernando Bujones.

Dice Angélica que aquellos años fueron intensos: por la mañana asistía al Ballet y a las cuatro de la tarde corría a La Superior.

"Valió la pena", afirma, "porque fue el tiempo de los teatros llenos, en que la gente se nos quedaba afuera y empezaron las giras, además de que hicimos todo el trabajo didáctico no sólo para niños sino para universitarios. Fue maravilloso".

Yolanda califica a Angélica como el pilar de la danza clásica en Monterrey. Lo mismo piensa Liliana Melo de Sada, quien por años encabezó el patronato de La Superior y ha participado en el Ballet de Monterrey.

"La he visto como asesora y creadora de planes de estudio innovadores, como gran maestra y excelente directora de la Escuela Superior", expresa.

"Su labor dentro y fuera del aula es siempre exitosa gracias a su disciplina rigurosa, a su visión, su profesionalismo, y sobre todo a su amorosa entrega total a la danza".

En este compromiso de amor coincide la sobrina de Angélica, Xóchitl Salazar.

"Para mí ella ha sido siempre un ejemplo de amar lo que haces, de ayudar a quienes te rodean y de repartir cariño sin mesura", comenta.

La labor cultural de Angélica implicó profesionalizar en la Ciudad el arte en movimiento, pero no se limitó a La Superior-Ballet de Monterrey.

Con Yolanda en su organización Supera A.C. implementó programas de danza que beneficiaron a miles de niños y jóvenes en comunidades vulnerables, en tanto en la UNAM, donde fue directora de Danza por tres años, desarrolló un sistema de detección de talentos que acercó a cientos a este arte. También fue titular de Cultura y Educación en San Pedro, donde dejó semillas en sus escuelas.

Tras tomarse unos meses sabáticos en Canadá luego de concluir en la UNAM, Angélica asesora a la Monterrey International Ballet Gala y a La Superior. Quiere emprender una cruzada por la danza en algún proyecto social de mayor dimensión.

"Hospitales, centros comunitarios, plazas", comenta. "Estoy viendo qué puedo hacer sin importar las dificultades que se presenten, porque a mí las adversidades me dan cuerda. ¿Quién dijo que no se puede? ¡Todo se puede!".

Por este "picar piedra", por transformar vidas no sólo en danza sino en el área de música, Angélica fue homenajeada anoche en la Monterrey International Ballet Gala.

Dice José, su ex alumno y quien preside el evento. "Angélica es alguien que siempre hace las cosas pensando en beneficiar al mayor número de individuos. Su entrega, a corazón abierto, hace que quienes tenemos el privilegio de haber sido sus alumnos, colegas y, puedo decir, sus amigos, hayamos sido tocados por su vida. Por ese motivo este homenaje lo he titulado 'Angélica Kleen: Tocando corazones'".

Ella agradece los reconocimientos, porque en ellos piensa en cada uno de los que creyeron en ella. En sus "sueños locos".

"No lo he hecho sola", asegura, pionera, "y eso me hace muy feliz".

Fuente: El Norte.

No hay comentarios: