viernes, 17 de noviembre de 2017

Julio Herbert, reta al lector



Por : Juan Carlos Talavera


 “Dispénsame si estoy arruinándote la historia. Lo hago... por darme el lujo de vomitar un poco encima de esos lectores ingenuos que adoran la literatura redonda, sin digresiones ni contradicciones ni atajos; esa gente bebé que lee como si un relato fuera una mamila”, escribe Julián Herbert (Acapulco, México, 1971) en el primer relato de Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino, su más reciente libro, donde reúne 10 relatos cargados de carrilla e ironía, y en los que se mofa del político mexicano y del sicario, del cine porno y del artista plástico, de la originalidad, el plagio, las tesis, la extorsión telefónica, lo sublime y la narración en forma de cebolla.

“Digamos que esa frase es una declaración de guerra para el lector... una declaración de odio y amor. Porque para mí el lector no es una entidad abstracta por completo, sino alguien que construye las historias contigo y que puede decidir; a mí me interesa retar al lector como compañero de viaje y la manera de explicar esto se me ocurre a través de una metáfora laboral que expone el uso de la carrilla, que se remite al tiempo en que trabajé como albañil”.

Afortunadamente, relata a Excélsior, “trabajé como albañil por poco tiempo porque ¡es una chinga! Yo admiro mucho a esos compas por su resistencia y su fuerza, pero es un trabajo que no tolerarías sin la carrilla. Yo creo que la carrilla se inventó en los turnos laborales, porque ésta permite retar a los otros, es una manera de retar al otro, lo que provoca una respuesta física o mental al devolver o resolver esa carrilla”.

Esa idea, afirma Herbert, le ha gustado como una metáfora literaria entre escritores y lectores. “A mí no me disgusta en lo absoluto la crítica inteligente o ingeniosa, o aquella que lleva carrilla por delante; eso le hace mucha falta a la literatura mexicana. En cambio me dan flojera las críticas mal construidas o mal pensadas a favor o en contra de cualquier libro. Eso es un poco lo que sucede en este libro, que es distinto a lo que he estado haciendo, aunque sí dialoga con un problema que para mí ha sido permanente: las estructuras abiertas y mestizas”.

¿Por qué utilizó el tema de la capa de cebolla en sus relatos?, se le inquiere al también autor de Canción de tumba y Álbum Iscariote. “Sí, desde el primer cuento —titulado Balada de la madre Teresa de Calcuta— planteo dos de los problemas formales de este libro: el reto del lector, al decir que estos cuentos no utilizan la estructura de siempre; y esa noción de la capa de cebolla que establece un diálogo desde el primer cuento hasta el último, una especie de teoría que traté de aplicar en su estructura, donde todos los cuentos tienen un giro y sus estructuras están construidas con referencias externas que unas veces son más evidentes que otras. Digamos que este libro está armado como un disco de (el compositor inglés) Brian Eno”.

¿Qué importancia tuvo Harold Bloom en esta antología? “Él aparece como un referente para uno de los personajes. Pero más que por su visión en El canon occidental y su idea sobre William Shakespeare, hay otra idea importante: el hecho de que el personaje se escuche a sí mismo... por accidente. Digamos que mis personajes no se conocen muy bien hasta que hay un momento de crisis que los obliga a conocerse. Lo que quiero es que mis personajes sean raros, divertidos, pero no banales y la teoría de Bloom tiene que ver con eso”.

¿Por qué abordó el tema de lo sublime en otro de los relatos? “Porque es el problema central del arte. Por una parte, creo que el concepto está muy desprestigiado y que suena muy cursi. Mucha gente habla de lo sublime y lo hace desde un pedestal místico que me da una flojera infinita y, al mismo tiempo, no he llegado al nivel de cinismo de renunciar al problema de lo sublime”.

¿Por qué le interesó verter el tema del negro literario en esta antología? “Porque uno siempre es un negro de sí mismo y de otras personas. Creo que el escritor tiene que fustigarse con el trabajo, pues escribe los libros que desea, pero también está el tema de pagar la renta y la colegiatura... digamos que, en los últimos años, mi trabajo como escritor tiene que ver con el problema del negro y hasta qué punto soy el escritor que quiero ser o hasta qué punto estoy tratando de vender un libro. En realidad, quiero ser el escritor que quiero ser y pensar en la literatura con la misma hambre que lo hacía cuando tenía 17 años, aunque con los años se ha vuelto más difícil.

¿Cómo definiría la escritura que utilizó en estos relatos? “Los cuentos de este libro están pensados como si fueran novelas condensadas; digamos que ocho de los diez cuentos aquí reunidos están desarrollado con la estética de la novela”.

TRAICIONARON A JUAN RULFO

Otro de lo cuentos centrales del libro Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino,que publica el sello Penguin Random House, es “Ahí donde estábamos”, donde Herbert convoca a Juan Rulfo y lo dibuja como un fantasma que está enamorado de Cristina Rivera Garza, lanzando una declaratoria de guerra contra los herederos de Juan Rulfo, luego de la polémica que propició el libro Había mucha neblina o humo o no sé qué.

Ese breve texto es una declaración de amor y guerra (contra la Fundación Juan Rulfo), reconoce el autor, la cual parte de un hecho real: el encuentro de Herbert y Rivera Garza, un día de 2014, en un hotel de Santiago de Chile, donde conversaron sobre sus respectivas creaciones.

“Rivera Garza es una escritora que admiro mucho y, aunque en el texto nunca aparece su apellido, todo mundo descubrirá quién es. El cuento es una crónica muy directa, porque Cristina y yo nos encontramos efectivamente en Santiago, cuando ella estaba escribiendo su libro sobre Rulfo y yo escribía La casa del dolor ajeno, y lo que ahí escribo es casi una transcripción de la charla que tuvimos”.

¿Por qué es una declaración de guerra?, se le cuestiona. “Porque es una toma de postura frente a la manera como los custodios de la herencia de Rulfo recibieron el libro de Cristina, con esa actitud conservadora, desde mi punto de vista, con una visión enemiga de la literatura... o al menos enemiga de la literatura que a mí me interesa”.

“Es una manera de decirles que Rulfo no es de ellos. Rulfo es nuestro y no le pertenece a una familia. Rulfo le pertenece a la tradición de lengua española, a la literatura. Rulfo es tuyo, mío y nadie puede hacernos eso. ¡Ninguna familia puede! Podrán tener algún derecho legal, pero es una injusticia lo que hacen porque, en el fondo, lo que están haciendo es traicionar el legado que alguien le hizo a la humanidad”, añadió.

¿Por qué lo evocó como un fantasma enamorado? “Poner a Rulfo como un fantasma enamorado de Rivera Garza fue muy divertido, porque sé que a mucha gente le irrita eso, quizá porque son demasiado responsables con su idea de literatura, pero yo no lo soy. Yo sí me tomo atrevimientos y no tengo miedo de hablarle de tú a Juan Rulfo. Eso no significa que no lo admire o no lo respete, ¡al contrario! Porque lo siento tan cerca de mí, no podría hablarle de usted”, concluye el autor que reconoce la influencia del cineasta Quentin Tarantino en su forma de escribir.

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