viernes, 29 de diciembre de 2017

Adiós a los dioses de la ópera


Por: María Eugenia Sevilla


2017 se llevó a tres grandes figuras de la ópera mundial: el tenor sueco Nicolai Gedda, el bajo alemán Kurt Moll y el barítono ruso Dmitri Hvorostovsky, voces que dieron forma al panteón lírico de la segunda mitad del siglo 20 a la actualidad.



El bajo alemán Kurt Moll (1938-2017), se distinguió por su timbre, único, dotó de una textura aterciopelada y un efecto abovedado, que algunos describieron como “cavernoso”, a toda aquella partitura a la que prestó servicio: de Mozart -con sus emblemáticas interpretaciones de Sarastro en La Flauta Mágica e Il Commendatore en Don Giovanni-, a Richard Strauss o Wagner -que abordaba con una peculiar amalgama de fuerza y suavidad, como lo muestran sus grabaciones en el papel del caballero Gurnemanz, de la ópera Parsifal.


Su estatura -en torno a 1.90 metros-, temple escénico y serenidad natural le imprimieron majestuosidad a los roles de bajo profundo que encarnó en las más importantes casas de ópera; pero también poseía una vis cómica que hizo de personajes como Il Commendatore u Osmin (de El rapto en el serrallo), de Mozart, figuras entrañables.

Considerado el Baron Och (de El caballero de la rosa) de su generación-, como cantante de lieder fue mundialmente reconocido también. Fue así que visitó México -con el auspicio del Instituto Goethe- en dos ocasiones: hacia el final de los años 70 ofreció un par de conciertos en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM, en los que interpretó, en el primero, canciones de LoeweSchumann Schubert; en el segundo, el ciclo del Viaje de Invierno, de este último autor. 

A su regreso, los 90, dio un recital con piezas de Loewe en el Anfiteatro Simón Bolívar del Antiguo Colegio de San Ildefonso. Nunca se especificó la causa de su muerte, a los 78 años, el 5 de marzo en Colonia, pero desde 2006 se había retirado de los escenarios por cuestiones de salud.



Dmitri Hvorostovsky, barítono (1962-2017).

La pérdida fue precoz. Tenía solamente 55 años cuando el cáncer cerebral contra el que luchó desde 2014 lo venció, en Londres, en la plenitud de su carrera.


Cuando su característica melena lucía aún un castaño oscuro, el barítono siberiano comenzó como solista en 1985 en el Teatro Estatal de Ópera y Ballet de Krasnoyark, al que perteneció por cinco años, hasta que ganó en 1989 un concurso de la BBC. El premio del Cardiff Singer of The World le cambió la vida: al día siguiente se guardaba en el bolsillo un contrato para grabar con EMI y Decca.



Con 26 años, la belleza de su timbre oscuro y su forma perfecta de ligar frases, aunado a su musicalidad, atractivo escénico y carisma -quienes lo conocieron destacan además su sencillez en el trato- lo catapultaron rápidamente a los teatros más prestigiosos y, como opera star, a las pantallas del mundo, donde se convirtió en un icono de Rusia. Para 2002, el hombre de la cabellera plateada -un encanecimiento prematuro que le vino a los 30- fue considerado por People entre las 50 personas más bellas del mundo.

Aunque sus interpretaciones de Verdi lo distinguieron desde un principio, con roles como RigolettoRodrigo, de Don Carlo, o Il Conte di Luna, de Il Trovatore, fue en el repertorio de su país donde encontró los roles que hizo suyos para la historia, uno de ellos el de Eugenio Onegin, de la ópera homónima de Tchaikovski, que interpretó por última vez en enero de 2016 en la Royal Opera House de Londres.



Nicolai Gedda, tenor (1925-2017).

Cuando los dioses mueren lo hacen silenciosamente. Por eso no sorprende que su partida, el 8 de enero, causara poco ruido. Otro fue su tiempo, y los ídolos del pasado no corren la misma suerte en la ópera que en la cultura popular. Ni siquiera cuando se trata del cantante lírico que, con más de 200 álbumes, es quien más grabaciones de estudio tiene en la historia.


Su voz hizo época. Fue una máxima figura para los operómanos por más de cuatro décadas, desde los años 50, por su timbre cristalino y su agilidad dotada a la vez de potencia en la tesitura de tenor lírico ligero.

Gedda nació en Estocolmo en 1925 y fue adoptado por su tía Olga Gädda, de quien tomó el nombre artístico. 



Su carrera estelar fue un golpe del destino: mientras trabajaba como empleado bancario, un cliente que tocaba para la orquesta de la Royal Opera lo escuchó cantar y le financió lecciones con el sueco Carl Martin Öhman, prestigiado tenor wagneriano de los años 20.


Despegó de inmediato. Tras su debut en 1951, grabó al año siguiente con Karajan, quien lo llevó en el 53 a La Scala. Se convirtió en una estrella mundial gracias a su versatilidad, prestancia escénica y el dominio de al menos seis idiomas, con los que realizó más de 70 roles de diversos estilos y épocas. Nunca cantó en México, aunque aquí, como en el mundo, tuvo fervientes seguidores.


Ya en 2015 las redes sociales lo habían mandado a mejor vida, cuando tenía 90 años, con los consecuentes desmentidos; pero su muerte –a los 91- permaneció prácticamente en secreto durante un mes.

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