domingo, 17 de junio de 2018

Músico, poeta... y 'Cochiloco '

                                                        Foto: Sunny Quintero

Por: Juan Carlos Sánchez

Sin Joaquín Cosío (Tepic, 1962), las voces de El Cochiloco de la película El infierno, de Mascarita en Matando Cabos o del General Medrano en Quantum of Solace no serían nada, pero tampoco sin la literatura. Menos expuesto, ese actor que ha sido identificado por sus papeles de rudo narcotraficante, también escribe versos y los publica, aunque siga sintiendo cierto pudor de asumirse como poeta. En todo caso, asegura, hacer poesía le ha permitido exigirse cada vez más en cada uno de los papeles que ha hecho para el cine y el teatro.

El taller literario —dice cuando recuerda el pequeño grupo con el que comenzó a trabajar sus versos en la fronteriza Ciudad Juárez— me sirvió más para mi trabajo como actor que a la inversa, lo que hizo fue forjarme un espíritu crítico hacia mi producción. En pocas palabras: desconfía de tu propio trabajo y siempre entiende que hay más posibilidades, y que aquello que escribiste en primera instancia siempre puede ser mejor o mejorado, que el arte será siempre un acercamiento, una aproximación y nunca un punto final.”

Cosío te da la mano y automáticamente se adivina ese carácter fuerte que revela la mirada. Es un tipo grande y de voz gruesa, de palabras contundentes; esta vez la actuación no es el tema central. La charla sucede a propósito de la aparición de Ciudad negra (Universidad Autónoma de Ciudad Juárez/Bonobos, 2018), una antología preparada por Jorge Humberto Chávez, en la que aparecen 13 poetas que, de 1980 a 2013, se formaron en la vapuleada Ciudad Juárez.

Junto al actor están también las voces de Jesús Gardea, de Ricardo Morales Lares, de Agustín García Delgado o de Dolores Dorantes; se trata, como bien define el antologador, de un grupo bien marcado que comenzó a definir una poética juarense a partir del Taller Literario del Museo de Arte del INBA en 1980. A ese taller, Cosío llegó por invitación de otro poeta (Miguel Ángel Chávez): “Llevé mis textos bastante incipientes, pero tuve la buena fortuna de que mis compañeros les ven posibilidades y me aceptaron en el taller; estamos hablando de 1983”.

Antes, por invitación del mismo poeta, el actor había logrado salir de la oscuridad y se atrevió a compartir un incipiente poema en el periódico mural de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde estudió Comunicación. Por esos años, la actuación también comenzó a asomarse: “Había iniciado ya un trabajo como actor, estaba trabajando con grupos teatrales; las dos vertientes creativas: la literatura y la actuación, más o menos las inicié al mismo tiempo”, cuenta. A Ciudad Juárez llegó cuando cursaba el quinto año de primaria, después de un peregrinaje familiar que también los había llevado a Mexicali.

Y si bien recuerda lecturas universitarias como la de Umberto Eco, tampoco podría decirse que era un lector habitual de poesía. Entre sus recuerdos, por ejemplo, está la presencia fundamental de los cuadernillos Material de lectura de la UNAM. Cierta vena artística debió correr por la cabeza de Cosío, quien, de un momento a otro, saltó de la comunicación a la actuación y, lateralmente, comenzó a pulir su poesía.

Yo no tomé nunca la decisión de ser actor ni tampoco de ser poeta, es decir, yo poseo la fortuna de haber tenido una vocación más poderosa que mi propia circunstancia. En Ciudad Juárez vengo como millones de mexicanos, de una familia modesta con crisis económicas constantes, como buena frontera nos abrió posibilidades de vida y nuestra familia pudo emerger. En ese contexto yo sólo tenía claro que había que estudiar y prontamente que trabajar, y mis gustos particulares por la actuación y la poesía eran eso, es decir, yo me concentraba en donde podía y cuando podía para escribir y trabajaba como todos, después de las jornadas laborales”, recuerda.

En 1990, Joaquín Cosío publicó su primer libro, Conversando otra voz, y un año después recibió un premio por su obra teatral Tomóchic: el día que se acabó el mundo, aunque rápidamente dejó de escribir teatro. A la poesía sí le siguió: Mujeres de La Brisa, en 1999, y Bala por mí el cordero que me olvida, de 2011. En Ciudad negra aparecen diez de sus poemas, todos cargados de imágenes potentes en los que el ritmo juega un papel importante.

El elemento poético está en casi todas las actividades expresivas; podríamos hablar de la poesía como ese elemento de misterio, de fascinación, de belleza, de ruptura, de extrañamiento que tiene una obra teatral, que tiene una ópera, que tienen un mismo libro de prosa, un cuento. En ese sentido, la poesía sirve para establecer vínculos con ese universo misterioso que está más allá de lo cotidiano; en mi caso muy particular, yo leo poesía porque me produce un placer bastante específico, me es grata, me emociona, me congratula, me abre algunos espacios que no necesariamente son racionales, pero que sí pueden ser muy sensoriales”, sostiene.

—¿Qué poesía prefiere? “Me gusta la poesía moderna, si existe ese término, la poesía nueva, la que rompe con estructuras y con géneros; me gusta mucho la poesía estadunidense y la poesía latinoamericana. Puedo hablar de Ezra Pound, de Eliot, de Gonzalo Rojas, del peruano Antonio Cisneros y desde luego me gusta Apollinaire, los franceses, es decir, esta poesía que de pronto también es una pequeña confrontación al sentido, que no es necesariamente es algo tan literal y que tiene cierta provocación”.

—¿Qué le interesa más, la forma o la imagen? “La forma es un gran problema, pero creo que van implícitas; la necesidad de decir ahora que hago teatro y que he estado cerca de grandes directores, estoy más convencido de que el poema se va haciendo solo y que una imagen traerá las demás. Algo que te enseña el taller literario es esta decisión, esta frialdad para cortar algo que no te parece, es decir, para tener poco amor a lo que estás haciendo, poca dependencia. También lo he visto en el escenario, es decir, voy más por esa especie de hueco que se empieza a generar en tu cabeza para poder decir algo, a partir  de cierta referencia, a partir de haber visto una mujer caminando por la calle, por ejemplo”.

—¿Qué momento prefiere para escribir? “Soy un escritor muy lento. En un principio me costaba mucho trabajo cuando me decían que yo era poeta, eso también tiene que ver en parte con este cierto velo sobre mi trabajo literario. Yo no me asumo como tal, puedo decir que como actor he asumido una carrera y al asumirla quiere decir que he buscado trabajar al límite, llegar a trabajar con amplitud, con profundidad. El trabajo poético es más bien una liberación de mi intimidad emocional o de mi imaginación verbal, nunca o pocas veces he aceptado eso: ‘eres poeta’, bueno, escribo, escribo como tal, tampoco soy un intelectual, no lo soy; sin embargo, necesito escribir y esa es una tarea que en mi caso es muy costosa, me lleva mucho tiempo escribir, intentar llegar a algo y siempre es incómoda”, concluye.



UN CARACOL TE OBSEQUIO
Llueve en el sueño tenso del caracol

por eso te lo entrego endurecido en esriales ajenas

muerta estrella imperfecta

en el abismo oscuro del córtice calcáreo

en el estruendo impecable de su arística rota

te lo entrego sin mar

sólo en la quietud de una vigilia

húmeda apenas por el sueño

(el mar es ilusión de otros náufragos

encanto para otros oídos

música para otros insomnes)

Dentro del caracol llueve

y en su interior hay sólo la oscilación del agua

en su rumor naufrago lentamente:

su oquedad en mi boca

su palabra la mía:

llévatelo al oído y escúchame.

JOAQUÍN COSÍO



LAS FIRMAS INCLUIDAS EN CIUDAD NEGRA

Jesús Gardea
Ricardo Morales Lares
José Manuel García-García
Agustín García Delgado
Joaquín Cosío
Miguel Ángel
Chávez Díaz de León
José Pérez Espino
Juan Armando Rojas
Dolores Dorantes
Juan Manuel Portillo
César Silva Márquez
Édgar Rincón Luna
José Luis Rico

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