martes, 19 de febrero de 2019

Rebeca Orozco teje biografía novelada sobre Rosario Castellanos



No confío de la eficacia del desahogo. No creo que los estados de ánimo sean válidos; por el hecho de ser fugaces, variables, no los considero elementos que aspiren a la permanencia, que es lo que pretende la poesía”, confesó Rosario Castellanos (México, 1925) a Emmanuel Carballo en una entrevista a mediados de los años sesenta. Esta declaración dista mucho de la Rosario que vemos en El aire en que se crece(Planeta, 2019), la más reciente novela de Rebeca Orozco, quien platicó con Excélsior acerca de esta ficción documentada.  

Desde su niñez, y a causa de la muerte de su hermano Benjamín, Rosario comenzó a sentir que ya no existía, a sentir que deseaba desaparecer. Toda la vida tuvo esa parte vulnerable, de inseguridad, que se manifestó muy fuerte en su relación con Ricardo Guerra. Ésta es una de las facetas que incluye El aire en que se crece”, sostiene Orozco.
Autora de novelas como Balún Canán (1957), obra autobiográfica que retrata la relación de los indios tzeltales y los hacendados, Oficio de tinieblas (1962) y libros de poesía como Trayectoria del polvo (1948) y Lívida luz (1960), Rosario Castellanos es un pilar de la literatura en Latinoamérica.

De hecho, fue considerada como una de las primeras escritoras del feminismo. Sobre esto, Rebeca Orozco asegura que “Castellanos fue un punto muy importante en el feminismo en México, aunque a ella no le gustaba que la tildaran de feminista ni de indigenista, pero con su actitud de abrirse paso en la Facultad de Filosofía y Letras, al ser embajadora, ser escritora y periodista, se tomó un vuelo más grande en el feminismo en nuestro país.

Ella luchó porque la mujer pudiera ocupar un lugar dentro de los espacios culturales. Por ejemplo, en su tesis de maestría lanzó la hipótesis de que no existía cultura femenina, entonces le da presencia a ese feminismo; la veo como mujer completa, que participa en la política, también lucha a favor de los indígenas, una mujer total dentro del siglo XX, que tiene en la actualidad mucha influencia en la cultura en general”, asegura Orozco.
El aire en que se crece, verso tomado del poema Monólogo en la celda, fue tejida con ficción y realidad. Un fragmento dice así: “Se olvidaron de mí, me dejaron aparte. / Y yo no sé quién soy / porque ninguno ha dicho mi nombre; porque nadie / me ha dado ser, mirándome. / Dentro de mí se pudre un acto, el único / que no conozco y no puedo cumplir / porque no basta a ello un par de manos. / (El otro es el espacio en que se siembra / o el aire en que se crece  o la piedra que hay que despedazar)”.




A decir de Orozco, además de la lectura de la obra de Castellanos, las entrevistas y testimonios fueron trascendentales para lograr hilvanar una narración como la de esta novela, que combina realidad y creación literaria. “Hice tres entrevistas muy importantes. Una a Dolores Castro, su mejor amiga. Ella fue muy generosa, me dijo muchas cosas sobre la adolescencia de ambas, su paso por la secundaria y la facultad en Mascarones. La segunda entrevista fue con Raúl Ortiz y Ortiz, uno de sus mejores amigos cuando ellos eran maestros de la UNAM. Él me contó acerca de la labor de Rosario como docente. La última entrevista fue con Luis Suárez, quien fue director del Centro Cultural Rosario Castellanos cuando yo hice la investigación, en Comitán, quien me platicó sobre las haciendas, la selva, el mundo de los indígenas; me ayudó mucho para ir tejiendo las locaciones que aparecen en mi novela. Por otra parte, me sirvieron mucho unos artículos periodísticos que publicó en Excélsior. Hay tres o cuatro tomos de Mujer de palabras, que son solamente artículos, de los años 60 y 70, que ella escribió sobre la cultura en nuestro país y sobre su propia vida. Entre las entrevistas y las lecturas pude trazar mucha sicología del personaje; cómo tomó la muerte de su hermano, la relación con Ricardo Guerra, la compleja relación con sus padres, los embarazos frustrados, etcétera”, afirma Rebeca Orozco.

Embajadora de México en Israel en 1971, Castellanos obtuvo reconocimientos como el  Premio Chiapas, por Balún Canán; Premio Villaurrutia, por Ciudad Real; Premio Sor Juana, Premio Carlos Trouyet de Letras y el Premio Elías Sourasky de Letras.


Con un ritmo guiado por los versos de Castellanos, El aire en que se crece integra a la prosa algunos fragmentos de poemas de la autora Álbum de familia (1971).


Al inquirir a Orozco sobre la estructura narrativa de su obra, asegura que es un trabajo al alimón. “Tengo una prosa propia, pero cuando intentaba escribir, me di cuenta de que, si entretejía mi narración con la poesía de Rosario, sería como si ella me acompañara en la novela; el hecho de incluir versos y atender el ritmo y el tono que se maneja en cada uno fue un reto. Quise, con ese experimento narrativo, rendir un homenaje con su presencia y sus versos, unida mi voz con la suya. Ese fue mi concepto al escribir esta novela”.

Sobre el matrimonio de la poeta, Orozco piensa que fue un error de Castellanos no saber distanciarse a tiempo. “Yo, francamente, no hubiera insistido tanto en la relación con Ricardo, y hubiera buscado otras posibilidades de relaciones; fue demasiado tormento para permanecer junto a él, aunque decidió separarse definitivamente, eso sucedió cuando ella estaba en Israel”.

Para Orozco, entrometerse en la vida y obra de Castellanos fue un viaje provechoso. “Fue una escritora muy versátil, a veces hablaba de las lavanderas en Chiapas, a veces de Tlatelolco (en 1968), a veces de mitología, esa versatilidad es lo que más admiro de ella. Quienes lean esta novela van a encontrar conceptos muy profundos sobre el feminismo; quienes gustan de la poesía hallarán joyas; para los jóvenes, este registro novelístico es una forma de ver cómo alguien se puede abrir camino en la vida, a pesar de la familia, de las circunstancias y también les va a interesar mucho cómo se vive una relación amorosa tormentosa. Toda la vida de Rosario es tan variada, que hay para todos los intereses y descubrimientos”, concluye.

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