Por Érika P. Buzio
Puesto a elegir entre sus colaboraciones para el teatro experimental, el cine y la danza, el compositor Philip Glass (Baltimore, 1937) no duda: la ópera es su género predilecto.
"Reúne movimiento, imagen, texto y música. Es el gran contenedor donde caben todos los elementos del teatro y la interpretació n", dice.
Einstein on the Beach, que se escenificó en 1976 en el Metropolitan Opera House de Nueva York, lo catapultó a la fama. Glass se atrevió a romper todas las reglas de la ópera. Sin intermedios y cinco horas de duración, no había trama y el texto sólo contenía números y frases sin sentido, en lo que definió como una visión poética del legado y la vida del científico.
Más de 20 títulos a lo largo de su carrera, entre ellos Satyagraha, Akhnaten, The Voyage y más recientemente Kepler —dedicada al astrónomo del siglo 17, cuyo estreno mundial está programado el 10 de noviembre en Linz—, confirman su devoción por el género.
"Cada ópera me exige de tres a cinco años de trabajo desde que concibo la idea original", dice. Glass comisiona el libreto a un escritor pero se involucra totalmente en el proceso creativo. "Por lo general trabajo con una casa de ópera, es complicado pero, por fortuna, el compositor está en el centro de todo eso. Se pueden discutir las decisiones del director, de los diseñadores, del libretista pero el compositor y el productor son los líderes del proceso".
Sus óperas no dejan de representarse en distintos escenarios del mundo. Mientras en Linz escenifica Kepler —que le fue comisionada por el Upper Austrian State Theatre—, en Alemania se monta La caída de la casa de Usher, basada en el cuento de Edgar Allan Poe.
Con una apretada agenda, Glass utiliza cada pausa entre viajes y conciertos para componer. Una taza de café y un poco de ejercicio para "mantener la mente clara" son sus únicos rituales para empezar a trabajar en jornadas que pueden prolongarse durante horas.
El músico regresa a México con un programa de cámara en el que un cello Amati Stradivarius del siglo 17 será uno de los protagonistas de las veladas que ofrecerá hoy y mañana en el Voilá Acoustique (Plaza Antara, Ejército Nacional 843, Polanco) a las 20:30 horas.
Este instrumento fue construido antes de que Bach naciera, lo interesante es que resulta muy apropiado para la música contemporánea. Hay muchas teorías acerca del sonido extraordinario del Stradivarius, quizá la madera o el barniz, pero lo cierto es que se llevó el secreto a la tumba".
Glass se hará acompañar por la cellista Wendy Sutter y el percusionista Mick Rossi con un programa que incluirá, entre otras piezas, un fragmento de la música que escribió en colaboración con Foday Musa Suso para la obra de teatro The screens de Jean Genet, y un arreglo para trío que hizo de la partitura de la película Naqoyqatsi de Godfrey Reggio.
"Es un trío pero en realidad es un cuarteto por la fuerte personalidad del cello, instrumento que ha inspirado las obras", sentencia. "Después de escuchar la música de cámara encontrarán que es parte de la música de Philip, especialmente The screens, la cual es muy lírica".
El concierto programado para ayer fue cancelado debido a problemas técnicos. El público podrá hacer válidos sus boletos para las funciones de hoy y mañana.
Inspiración prehispánica
Philip Glass ambiciona componer una nueva obra inspirada en el México prehispánico, después de escribir la Sinfonía 7 Tolteca (2004).
"Estoy muy interesado en el México prehispánico, me ayuda a entender el México actual, empiezo a entender el poder de su cultura", dice. "Me disculpo porque (esa sinfonía) no suena muy mexicana sino que suena a Philip... pero qué esperaban".
Glass se sirve de sus viajes para sumergirse en las culturas locales y trasladarlas a su obra, ya sea la India —que se tradujo en su interés por la tabla y colaboraciones con Ravi Shankar— o incluso para entender su propio entorno como demostró en Hydrogen Jukebox, un retrato de los Estados Unidos de los años 50 a 80, hecho de la mano de Allen Ginsberg.
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