Por: Luis Eduardo Alcántara
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Durante su visita a México para participar en el Quinto Festival de Blues, en 1983, el veterano pianista ciego Blind John Davis afirmaba que “Algunos blancos tocan bien el blues, pero son sólo copias, todavía no lo tocan como los muchachos de Mississippi.
No lo sienten. Los hombres negros han vivido el blues, los blancos no viven el blues, los mexicanos no viven el blues”.
Más adelante Davis, quien tocó en los años 30 para los bares manejados por Al Capone y sesionaba como acompañante para discos de Big Bill Broonzy y Tampa Red, decía que… el ambiente no crea al blues, ni el blues al ambiente, el blues es el ambiente… puede ser triste o puede ser alegre”; entonces, si esto es cierto, claro que el mexicano también puede sentir y tocar el blues.
Nuestros músicos tal vez no puedan hablar con conocimiento de causa de pizcas de algodón, de abrir líneas ferroviarias en desiertos ardientes o de picar piedra en el patio de una prisión; pero sí lo pueden hacer de devaluaciones económicas que aniquilan el salario, de apañones injustificados de la policía, de la explotación en los centros de trabajo, del agandalle que significa viajar en transporte público, de despechos amorosos o de encuentros gozosísimos con el sexo opuesto.
Por eso algunos autores señalan que, de alguna manera, ya era blues lo que interpretaban en su tiempo Agustín Lara, Lucha Reyes, Luis Arcaraz o el guitarrista Antonio Bribiesca, es decir, un canto profundo que sale del alma y que en su desgarro, tiene el poder curativo de reírse de sí mismo y del entorno que lo produjo.
Sin embargo, ya enfocándonos a la música tradicional inventada por los negros estadunidenses, aquella alimentada por los cantos de trabajo, la inscrita en los cachondos doce compases, la que fue tocada en primer lugar por W.C. Handy en su Saint Louis Blues, el blues levanta la mano en México a finales de los años sesenta, con pioneros como Javier Bátiz, Horacio Reni y el requintista Sergio Villalobos, líder del grupo Hangar Ambulante, elementos que se preocupaban fundamentalmente por tocar covers en inglés de sus ídolos bluseros.
Bajo estos lineamientos también aparecieron otros grupos: Ginebra Fría, Árbol, Fachada de Piedra, Hot Jam, etcétera.
Yo prefiero hablar de otros personajes y de canciones emblemáticas dentro del limitado blues mexicano Debo mencionar en primer lugar a Real de 14, y a su letrista y gran armoniquero José Cruz, a quien le debemos pasajes muy certeros como aquél que dice “Puedo andar sin trabajo en la ciudad, puedo estar sin una pizca de luz, sin una luz andaré pero nunca sin un blues”, incluido en el tema El pájaro loco. A él también le debemos la rolita llamada Azul, sin duda la canción más escuchada dentro del hit parade azteca, canción finísima cargada de intrincados juegos poéticos y que a ratos parece encajar más dentro del llamado Canto Nuevo: “Azul, el cigarro encendido en un beso carnal, una copa de vino, una lágrima rota que rueda al final”. Real de 14 lo ha dicho: solamente utilizan el blues como un eslabón para crear propuestas más complejas, no se encasillan en el género.
Contrariamente, Alejandro Lora es, desde mi punto de vista, el primer autor que supo adaptar la temática del blues, al entorno del habitante marginado mexicano, en bastantes melodías que si bien suelen escucharse como rocanrol, algunas de ellas son de espíritu 100% blusero. Aconsejado por Parménides García Saldaña para decidirse a escribir en español, Lora tomó muy en serio esta misión desde 1975. Durante varios años nos ofreció algunos álbumes de enorme poder, contando para ello con músicos formidables como los guitarristas Ernesto de León y Sergio Mancera, “el Cóndor”, y el piano de Eduardo “Lalo” Toral.
Bajo la consigna de “Yo tengo muchos problemas que quiero olvidar, la única forma de hacerlo es ponerme a cantar, yo canto el blues, le canto a las mujeres y al vino, yo canto el blues, porque yo soy un incomprendido”, Lora nos daba a conocer sus verdaderas fuentes de influencia, que lo acercaban más al estilo de Willie Dixon, Canned Heat y John Lee Hooker, que al de Bob Dylan o Woody Gootrie, como sucedió con otros magníficos letristas casi
contemporáneos suyos, Jaime López y Rockdrigo, cuyo espíritu es más cercano a la música campirana y al folk.
Es preciso señalar que cuando el blues se volvió urbano en los años 50 en la ciudad de Chicago, las cálidas melodías campiranas fueron sustituidas por malévolos retratos de una vida calculadora, regida por la sobrevivencia.
Las minorías ahora eran explotadas en fábricas y hallaban un escape revitalizando un arte que ya era conocido mucho antes como la música del diablo. En efecto, canto y tragedia de un pueblo, pero también enorme placer por cantarle a la vagancia, a la fiesta, el vino y el sexo.
Alex Lora le canta a todo eso. Ejemplos representativos hay muchos: Negra modelo, El blues del eje vial, La gitana, El blues de la mala suerte, El semental. Yo me quedo con una grabada en 1977: A.D.O.
Continuará...
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