Por Carlos Sánchez / Dossier Politico
Son sus pasos una reverencia a la vida. Tranquilo y después de impartir clases de ballet y jazz, en el marco de Un Desierto para la Danza, Guillermo Maldonado hace un recuento de los años.
En esos años están las películas de rumberas, las que bailaban ante sus ojos luego de terminar su jornada de monaguillo en la iglesia del barrio. También están esos días de tomar clases, de aprender de las correcciones que su maestra hacía a sus compañeros y él aprovecharlas.
Vive en su mirada la emoción del oficio, de enseñar lo aprendido, vive también la nostalgia por su hijo Manuel Stephens, bailarín quien falleció el 2011, y quien aunque sin ser hijo biológico, siempre trató a su maestro Guillermo Maldonado, como si hubiera sido su padre.
Frente a su mirada, en el instante de conversar, está un cerro, el que desde el aula de danza puede contemplar, y quién sabe qué recuerdos evoca ante esa acción.
Dice el maestro que después de concluir su clase, se queda con muchísimas ganas de regresar mañana. “Yo aprendo de ellos la entrega que tienen, y siempre he dicho que cuando empecé a dar clases acabé de aprender a dar clases con los alumnos y al mismo tiempo me corregía porque observaba y decía: ‘ah, entonces eso puede ser así, como ellos a veces lo ejecutan, porque así lo entienden’. Es una buena forma de aprender”.
--¿Qué recuerdo tienes de la primera vez que impartiste una clase de danza?
--Primero fue el nervio de dar una clase. En ese momento no estaba preparado, porque en realidad fue un favor que hice a una compañera, que aquí la conocen muy bien, Cora Flores, y me sentí muy responsable porque era un grupo con cierto nivel, me pasé toda la noche preparando la clase, afortunadamente pude salir adelante, de ahí me empezó a interesar la enseñanza.
--Ahora que estás frente a un grupo, ¿ya no existe ese nervio que tuviste en la primera vez?
--Ahora es diferente, son mariposas. Desde que me llaman por ejemplo aquí a Un Desierto para la Danza, conozco a la gente, he venido tantas veces, por lo cual estoy muy agradecido. Los sonorenses son atentos, entregados, siempre me dan mucho cariño.
--Uno como espectador piensa que se nace bailarín y no se puede aprender, ¿pero sí se puede aprender la danza?
--Uno puede bailar, todo mundo puede bailar, si tienes pies y brazos, ojos, cabeza, y hasta los que no tienen, en la actualidad hay danza para todo mundo. Aprender a bailar no es problema, el problema es dedicarse de lleno a la danza, ahí es donde empiezan los problemas.
La enseñanza es diferente a bailar, al bailar me muevo y ya estoy bailando, pero enseñar no porque no me puedo mover nada más, me tengo que mover de cierta forma correcta porque la danza viene por la primera parte imitada y de ahí parte todo lo demás.
--Muchos bailarines, grandes bailarines han sido tus alumnos, ¿qué deja este ir por la vida enseñando?
--Me deja un sabor de boca muy agradable, y otra responsabilidad de seguir actualizándome, no me puedo quedar estancado con la forma de cuando a mí me enseñaron porque ni me acuerdo cómo me enseñaron.
Después de estudiar metodología, he estado con cosas de actualización para maestros, entonces cada día se descubre algo nuevo, porque afortunadamente la danza no se estanca, todo tiempo tiene un futuro, y sigue un futuro, lo estamos viendo con las funciones, que siempre hay propuestas diferentes, búsqueda de movimiento, búsqueda de ideas, entonces creo que eso es muy saludable para el público, para los mismos coreógrafos y para los mismos ejecutantes.
--¿Cómo es que la danza llega a tu vida?
--Yo era monaguillo, en la iglesia donde ayudaba nos daban como domingo una cantidad de dinero, simbólica, por donde vivía exhibían películas de rumberas, mi mamá me daba permiso de ir al cine los miércoles y salían ahí las rumberas, María Antonieta Pons y todas ellas, pero yo no sabía que la danza existía como en este momento. Me gustaba mucho ir a verlas porque esa parte de moverse, bailar, expresar, para mí era muy importante, sin saber que después me iba a dedicar a la danza.
Luego en la sombra del cerro, los recuerdos sobre Manuel Stephens “excelente bailarín”, rememora Memo Maldonado, el maestro de todos.
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