jueves, 11 de julio de 2013

Elegía para un hombre que amó a la danza



Por: Óscar Flores Martínez

La primera vez que vi a Eduardo López Lemus, fue en una función en el Teatro de la Danza de la ciudad de México a finales de la década de los ochenta del siglo pasado. Hoy, no recuerdo al grupo, ni las obras que se presentaron en esa ocasión. Lo que sí recuerdo es que pese a la discreción de Lemus (nombre bajo el que lo conocí) al entrar al aforo del teatro cuando la función apenas comenzaba, fue prácticamente imposible no percibirlo. Se sentó en la primera fila, primer asiento del lado izquierdo (espectador) y empezó a dibujar –realmente extasiado– bosquejos de cuerpos en movimiento.

 Con el tiempo y el trato personal, me quedó claro que su pasión por la danza rebasó los géneros dancísticos o los niveles artísticos. Lemus, con su cuaderno de dibujo, sus lápices (posteriormente además la cámara fotográfica o de video), asistió al ballet, a la danza contemporánea, a la posmoderna, al folclor, a la danza española; no importó si se presentaban funciones de grupos nacionales o extranjeros, de amateurs, estudiantes o de grupos profesionales.

 Su presencia formó parte de las funciones de danza realizadas en el Distrito Federal y lo mismo se le podía ver en el Palacio de Bellas Artes, la Sala Miguel Covarrubias, el teatro Flores Canelo o el ya referido Teatro de la Danza. Por su amor a la danza también se desplazó miles de kilómetros de la capital mexicana, pagando el mismo todos sus gastos, para asistir a eventos importantes en ciudades como San Luis Potosí, Xalapa, Mérida y muchas, muchas ciudades más.

 Recuerdo haber visto una exposición de sus dibujos en el vestíbulo de la sala Covarrubias. Y, a lo largo de los años saber por él mismo –o por terceras personas– que se había involucrado como artista visual en proyectos dancísticos en Cuernavaca o Querétaro.

Lamentablemente, la frágil y endeble memoria oficial no recoge su biografía, su aportación y/o su amoroso caminar al lado de la danza; un arte que no siendo formalmente el suyo, lo hizo propio con una entrega encomiable. Creo que ante su inesperado deceso ocurrido las primeras horas del diez de julio del presente año es uno de los muchos pendientes de un gremio propenso a la memoria corta, si no es que al olvido.

 Admiré en Lemus su profunda convicción de que a través del arte se encuentra no sólo lo bello, sino también la bondad, entendiendo esto tanto la cualidad de lo bueno, como la natural inclinación a hacer el bien.

 Esto se materializó encontrando virtudes en las obras, los intérpretes o los creadores –no importando que hubiesen sido éstos oscuros desconocidos o luminosas figuras; brindando lo mismo palabras de aliento, que de consuelo, según el ego del escucha. Pero también siempre abierto, respetuoso como pocos, al debate estético.

¡Descansa en paz Lemus! Que la danza, quizá el arte más efímero, haya sido para ti el camino para transitar a lo eterno. Sean ahora para ti estas líneas del Réquiem de Fauré: "Qué los ángeles te conduzcan al Paraíso; qué los santos mártires te acojan allí y te guíen hasta la ciudad santa de Jerusalén. Qué el coro de los ángeles te reciba, y qué con Lázaro, antaño por muy pobre, conozcas el descanso eterno".

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