En memoria del MTRO. Eduardo López Lemus
Por: Roberto A. Valenciano Capín
Cuando una serie de movimiento se transforman en un manifiesto de identidad, una sostenida memoria de lo que somos y de lo que queremos (pretendemos) ser. Y es precisamente a través de la danza que da esa independencia a través de este sello corpóreo celebra y se expresa con mayor ímpetu.
Por: Roberto A. Valenciano Capín
Cuando una serie de movimiento se transforman en un manifiesto de identidad, una sostenida memoria de lo que somos y de lo que queremos (pretendemos) ser. Y es precisamente a través de la danza que da esa independencia a través de este sello corpóreo celebra y se expresa con mayor ímpetu.
Esto es lo que se suscito en una de las veredas pocas veces frecuentadas o requeridas por muchos proyectos dancísticos, sustancialmente el ponerse en un reto pleno el hecho de provocar este suceso dancístico en la calle, como lo realizó en su momento en esta fiesta de la danza por Zona Abierta y ahora por Proyecto Coyote con su obra “El ritual de la ponzoña”.
Al ser la parte lateral de la conocida Casa de la Galleta, como se le conoce a este edificio que hospeda a la Secretaria de Cultura potosina y el callejón de San Francisco fueron tomados como let motiv escenográfíco de este ejercicio dancístico.
Nueve voces, Nueve cuerpos que a través de esta idea de este caleidoscopio urbano trazado por el experimentado coreógrafo Arturo Garrido van dibujando en lo que pareciera unos deshiladas escenas fragmentadas por su propio accionar, pero que más allá de serlos, se vuelven pivotes de este entramado articulado en donde el mismo pulso del danzar lleno de ludismo, cachondería propia de esta entidad latina, se hacen eco en sus matices y sus propios clímax.
Al ser explicado por el mismo coreógrafo que todo parte de la premisa de que alguien que se sitúa en la calle y ve que lo que pasa alrededor de ella y es visto desde el lenguaje de la danza. "Todo dentro de una búsqueda de una identificación desde una perspectiva como mexicano y latinoamericano. Así como un posicionamiento frente al mundo. Crear un canto latinoamericano".
Ofrecen sin cortapisas, no velar el entorno mismo creado a las posibilidades del cuerpo urbano presentes en la incertidumbre, la soberbia, el protagonismo, la guerra, el indocumentado trazados desde su propio vértigo, su mismo pulso estético y confrontarlo desde su propio detonante, claro, sin olvidar todo este bagaje de la imperante cultura popular.
Carreras vertiginosas en contraposición de la espera, el adiós sin hacer a un lado el humor y el desenfado, el apabullante bulling de la soledad, el hacer rapel mas que como escape, el rutilante anhelo y sin más preservar en la mente del espectador como el dardo en la diana: de una forma contundente.
Una mera convención para hacer patente el hojaldre de capas de movimientos que, al unísono o a partir del colapso y la contradicción se suscitan potenciales encuentros en la construcción de su persona al instante de la convivencia, a la voluntad de la danza, de su danza.
A pesar de que los retos son mayúsculos ante la temporalidad e indiferencia ante este hecho escénico por muchos de los que pasan, se paran, existe su contrapeso, tocar a la gente, captar nuevo público. Pues no deja de ser una paradoja que en un país que baila, donde sus habitantes se apropian de calles y avenidas para celebrar su libertad a través del cuerpo, los escenarios estén cada vez más vacíos.
Por cierto, la pregunta predominara por buen tiempo, ante una omisión. ¿ En donde quedo el busto dorado de la Mtra. Lila López que se entrega en cada función?.
Se busca...
Se busca...
No hay comentarios:
Publicar un comentario