sábado, 10 de agosto de 2013

Bellas Artes: un clásico mexicano


 
Pocos serán los turistas que no hayan pasado frente a este hermoso edificio. Enormes las voces que han engalanado su escenario y los pies que han ejecutado todo tipo de danzas teniendo como mudo testigo el espectacular telón.
 
Bellas Artes es un símbolo de la ciudad y del país, una imagen grabada en millones de ojos, nacionales y extranjeros. Imagen que se guarda y se repite cuando se pronuncia la palabra “México”.

El Palacio de Bellas Artes tiene una historia un tanto accidentada y anecdótica. Su construcción inició en 1904, durante el gobierno de Porfirio Díaz, y la intención fue construir un edificio que albergara al Teatro Nacional. Diversos problemas de índole económica y técnica detuvieron la construcción, provocando que los cuatro años que originalmente se planeó que duraría la construcción se convirtieran en muchos más.
 
La obra se fue aplazando cada vez más, hasta que en 1910 estalló la Revolución Mexicana, con lo cual se postergó de manera indefinida, además de que su arquitecto, el italiano Adamo Boari, apresurara su salida a Europa en el año 1916. Para ese año se encontraba terminado prácticamente todo el exterior, pero la cúpula aún estaba inconclusa.
 
Los años que siguieron a la Revolución fueron muy turbulentos y esta agitación también afectó a la obra, pues aunque se empleaba para celebrar actos importantes, no era posible terminarla debido a la situación social que imperaba en el país. Así, de 1917 a 1930, aunque no estuvo en el abandono, ciertamente no recibió recursos para poder ser terminada.
 
En 1930, durante la presidencia de Pascual Ortiz Rubio, se le asignó la conclusión de la obra al arquitecto Federico E. Mariscal, pero la burocracia e intereses ajenos impidieron que fuera hasta 1932 cuando, por órdenes precisas del Secretario de Economía Alberto J. Pani, la obra fuera retomada para ser finalizada. El proyecto en palabras precisas fue “construir un edificio… asiento de una institución nacional de carácter artístico” que además albergaría varios museos, lo cual llevó a cambiarle el nombre, de Teatro Nacional a Palacio de Bellas Artes.
 
Finalmente esta majestuosa obra fue terminada el 10 de marzo de 1934, dando así lugar a uno de los edificios más representativos de la Ciudad de México y que ha albergado desde esculturas de Rodin hasta a artistas de la talla de Ute Lempe o el mismísimo Juan Gabriel, pasando por la hermosa Compañía Nacional de Danza del INBA.
 
Soberbio y majestuoso, se erige con su cabeza dorada y las musas en las columnas, este espectacular Palacio que lo mismo atrae a locales que visitantes de otras tierras. A todos recibe y a todos deja maravillados este precioso símbolo de la ciudad.

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