El reputado maestro de ballet británico David Howard falleció en Nueva York el pasado día 11, la ciudad donde vivía desde hace cinco décadas. Había sufrido hace unos meses un ataque cardíaco mientras daba una clase. Nacido en Londres el 14 de junio de 1937, se educó en la Cone-Ripman School (que sería después la popular hasta hoy Ars Education School) con Grace Cone, Olive Ripman, Mariam Knight y Eve Pettinger, esta última una de las fundadoras del Markova-Dolin Ballet, germen del actual English National Ballet. Howard destacaba en su formación también el papel que había tenido especialmente George Goncharov (1904-1954) que también había sido entrenador de Alicia Alonso, así como Vera Volkova, Maria Fay y las clases que recibió en París de Raymond Franchetti.
Querido y admirado por varias generaciones de bailarines de todo el orbe, Howard era apodado "El maestro de las estrellas". En su larga lista de discípulos están Natalia Makarova, Mijail Barishnikov, Sylvie Guillem y casi todos los españoles que pasaron en décadas por la escena anglo-americana, como Tamara Rojo, Joaquín de Luz, Carlos López y Gonzalo García. Unánimemente se reconocía su buen carácter, su humor y la capacidad para sacar de cada bailarín lo mejor no sólo en lo técnico sino en lo artístico, siendo un hombre profundamente conocedor de la psicología del artista de danza a la vez que un reputado anatomista. Sus entrevistas siempre eran jugosas lecciones magistrales. En 2003, con mucha incisiva flema británica dijo a The Daily Telegraph que los bailarines eran "malos" en dos cosas: la comprensión de cómo se cambia físicamente con el tiempo, y en el empecinamiento en ciertas ideas fijas de lo que era realmente bello.
También en esa misma entrevista advertía que la competitividad al estilo deportivo iba creciendo en perjuicio de la parte artística del ballet. Algunos grandes bailarines estaban deseando que llegara el periodo de vacaciones no para descansar, sino para volar a Nueva York para tomar clases con Howard.: esto lo hizo muchas veces Tamara Rojo. Howard solía resumir su propia biografía en la frase: "Un advenedizo que terminó siendo parte del sueño americano".
Dijo que los bailarines eran "malos" en comprender cómo se cambia físicamente con el tiempo.
David Howard era el hijo único de un ilustrado matrimonio, Walter y Dorothy, que le llevaron a la academia donde se enseñaba además de danza, música, recitación y dibujo. A los 15 años ganó el premio Adelina Genee de la Royal Academy of Dance y un año después, tras participar en bailes sicalípticos de cabaret, ya esta en el escenario del Palladium, en un cuerpo de variedades donde respaldaban a estrellas como Marlene Dietrich y Julie Andrews. En este momento entra en su vida Ninette de Valois, la fundadora del Royal Ballet, que escribe una airada carta a los padre de Howard para que lo saquen del teatro comercial, dándole una plaza en la compañía titular británica, que aún se llamaba Sadler Wells Theatre Ballet, donde pasó siete fructíferos años en la categoría de solista, participando en los clásicos y en las creaciones de Frederick Ashton y de Valois. En esta época ya comenzó a acumular su amplia cultura coréutica y su prodigiosa memoria para la coreografía y los estilos.
Howard pasa a formar parte del Ballet Nacional de Canadá en 1963, con esporádicos regresos a Londres y al teatro musical. Una grave lesión de la espalda precipita su jubilación anticipada. En este momento, comienza su actividad como profesor de ballet y la aventura de la peluquería, que él mismo ha contado muchas veces: "cortando el pelo estaba infinitas horas de pie", una tortura para su espalda dañada, hasta que en 1966, siguiendo una sugerencia de Margot Fonteyn, acepta la oferta de la mecenas Rebeca Harkness para su escuela en Nueva York (a la que se mantuvo vinculado y que dirigió entre 1975 y 1977). Fue una breve llamada telefónica de la señora Harkness al presidente Lyndon Johnson lo que agilizó su permiso de residencia y trabajo en Norteamérica. Al poco tiempo, su clase ya tenía fama en la ciudad.
Howard insistía en la individualidad, en que cada artista debía sacar sus propias conclusiones.
Howard insistía en la individualidad, en que cada artista debía sacar sus propias conclusiones y su talento, depender menos del espejo y de los estándares; tampoco rechazaba la ayuda de los entrenamientos paralelos al ballet mismo, y creía que un buen uso de la gimnasia de aparatos era útil. En 1977 abrió su David Howard Dance Center de Nueva York, y hoy es leyenda cómo aquella aula se convirtió en el verdadero refugio de todas las estrellas del ballet de la época, desde Rudolf Nureyev a Gelsey Kirkland o Cynthia Harvey. La academia cerró 1995 por los exorbitantes costes del alquiler en Manhattan (que llegó a los 30 mil dólares mensuales), y Howard se convirtió en un profesor invitado de las mejores compañías, como el Royal Ballet de Londres, el American Ballet Theatre, San Francisco Ballet y el Ballet Nacional de Canadá. También por muchos años fue un maestro muy querido en el New York City Ballet. Siempre había expectativas en su clase de la neoyorkina academia Steps.
Su valioso y perdurable trabajo se extendió a la edición de videos y filmes didácticos e intervino directamente en el rediseño y modificación de las zapatillas de punta que usan habitualmente las bailarinas. Tenía muchos premios, entre ellos el Dance Master of America (1983) y el de la prestigiosa revista Dance Magazine (2006).
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