En estos días se está celebrando en París el 300º de la fundación de su Academia de Danza, y en consecuencia, de su ballet en el sentido estético de la Escuela, una distinción y maneras de bailar, enseñar la danza y transmitirla. Los fastos hacen referencia al decreto de Luis XIV del 11 de enero de 1713. Pero si vamos al origen del género, hay que dar sitial fundacional a Catalina de Médicis,1519–1589 (en la imagen según Clouet).
Sobre la reina italiana de Francia, la plebeya hija de mercaderes que llegó a ser la mujer más poderosa en la Europa del siglo XVI (como asegura Mark Strage en Women of Power), hay varias biografías, pero para este viaje desde Florencia a París me llevo la de Leonie Frieda, un libro que ha sido superventas.
Cuando en 2006 la entrevisté a la sazón de su fugaz visita a Madrid para presentar la traducción castellana, me preguntaba por la clave del éxito de su tomo de más de 500 páginas, ya traducido a más de 15 lenguas, y escribí: “Este éxito está, probablemente, en que el libro de Frieda se lee como una fascinante novela de aventuras, siendo riguroso, exacto y, en algunos aspectos, definitivo al retratar a la polémica figura medicea desde ángulos que abarcan los detalles más íntimos y un sinfín de matices que la historia ha desechado en un injusto rodillo que partió desde los tiempos de la Ilustración: hasta Voltaire se despachó a gusto al hablar de Catalina, y el caso es que ella no era sólo la experta envenenadora, o 'la serpiente negra', como se la llegó a llamar”.
Volviendo a la fundación del arte de la danza clásica, Catalina de Médicis puede considerarse como la primera gran empresaria y mecenas del ballet.
Frieda en esta biografía da un sinfín de datos precisos, y en la entrevista apuntó: “Catalina de Médicis usaba el espectáculo [de ballet] en toda su magnitud y grandeza como amplificación de su poder. La historia del ballet le debe mucho”. Y hubo un año clave: 1581, cuando encargó enBallet Cómico de La Reina. Pero aquí “cómico” tiene que ver con el término francés que lo familiariza con el teatro y en rigor, es el primer ballet de la Era Moderna.
Ya el viaje a París de la futura reina de Francia es una jugosa gesta social y política donde iban, cómo no, los músicos y los maestros de baile. Hay otras zonas de la biografía que también tienen mucha miga, como son las relaciones del rey Enrique II con su querida Diana de Poitiers. Reina y amante, hasta permutaron castillos. Las escenas de la entrada en Lyón de la corte son también antológicas y las joyas tienen su propio protagonismo a lo largo de la biografía, por ejemplo, las grandes perlas en forma de pera, de las que decían “valían un reino”.
Cuenta Frieda que mucho tiempo después de su llegada a Francia, Catalina regaló las perlas a María, reina de Escocia, en el momento de regresar a las islas como reina viuda. Cuando María fue decapitada, Isabel I se adueñó de las perlas y las usufructuó “sin ni siquiera sonrojarse”. Me gusta especialmente la manera en que Frieda describe el paisaje por venir: “los franceses, cuando no estaban entretenidos en imitar el arte y la cultura de los italianos o tratando de ocupar su país, los despreciaban, los consideraban oportunistas ávidos de dinero, capaces de clavarle un cuchillo entre los omóplatos a un hombre en cuanto les diera la espalda”.
Catalina, odiada como pocas, cuenta Frieda los panfletos que circulaban por toda Francia donde se decía que era una puta con un hijo leproso, ahondando en el rumor de que Enrique II tenía la lepra. Desprestigia, que algo queda. Pero además, leyendo esta biografía sabremos que a Francisco, hijo mayor de Catalina, no le bajaron los testículos en la pubertad; que como Reina viuda cambió su estegma por una lanza quebrada; que rechazó el blanco del luto por el negro total; que siempre estuvo rodeada de adivinos y nigromantes, Nostradamus y Cosimo de Ruggieri incluidos; el extraño episodio del espejo encantado; el extendido enigma sobre los cuadros de la Escuela de Fontainebleau; la glotonería y sus indigestiones; los guardias suizos y los enanos de la corte; su zoológico personal con leones y osos (usaba uno como escolta tras su litera cuando viajaba); los privilegios de un mono y un loro verde (que vivió 31 años); la cena de las 13 mendigas de Troyes; la broma del falso viaje a Barcelona; su viaje de incógnito a Bayona y finalmente el encuentro con su hija Isabel en San Juan de Luz, donde le dijo: “¡Cuan española te has vuelto, hija mía!”. Bueno, Felipe II llamaba a Catalina “Madame la Serpente”, y Frieda recoge la conversación de dos nobles ingleses: “Tiene demasiada inteligencia para una mujer y poca honestidad para una reina”. El otro dijo: “Miente hasta cuando está diciendo la verdad”.
Libro: Catalina de Médicis (Biografía). Leonie Frieda. Traducción: Ofelia Castillo. (Siglo XXI, 2006)
* Roger Salas es autor de Más allá del escenario: el ballet "Muerte de Narciso" de Alicia Alonso
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