domingo, 4 de agosto de 2013

Mujeres desafían las alturas con danza ritual


 
La danza de "Los Voladores" en la población de Cuetzalan, en el central estado mexicano de Puebla, dejó de ser exclusiva para los hombres y acoge ahora a las danzantes en uno de los rituales prehispánicos más antiguos de México.

La danza fue concebida como un ritual de pedimento para suplicar a las deidades una buena cosecha. Sólo los hombres danzaban sobre un tronco de 30 metros de altura para pedir el alimento de sus pueblos.

Pero hace 25 años, Jacinta Teresa Hernández solicitó por primera vez a los danzantes de su comunidad una oportunidad para sumarse a las plegarias danzando desde lo alto. Y desde hace 10 años unas 15 mujeres se lanzan al vacío con una liana que sujetan a su cintura para hacer el mismo ruego.

"Es un don ser voladora porque es algo con lo que yo nací; es un privilegio", dijo hoy Jacinta, quien ha hecho de esta danza un oficio de vida y lo ha llevado a festivales internacionales en Francia, España y diversos países africanos.

En la danza de "Los Voladores", cinco danzantes con indumentaria roja en representación de la sangre que ofrendan a los dioses suben por un tronco de unos 30 metros que meses antes eligen, salen  a cortar al bosque e hincan en la plaza principal.

El tronco se coloca en un hoyo de unos tres metros de profundidad en el que se ha introducido un pavo que bañan en aguardiente y ofrecen en sacrificio a los dioses. A lo largo del "palo sagrado" se instala una escalinata de trozos de madera para ascender hasta la punta.

Cuatro danzantes representan los puntos cardinales, y un caporal o líder del grupo personifica al Sol.

Para Gustavo Paula, un indígena de 20 años, ver mujeres danzar sobre la estructura que se instala en la punta del tronco representa unión. "Todos tenemos el derecho de pedir por nuestra comida y Dios no ve mujeres ni hombres; ve pueblos que piden por la vida", comenta.

Pero a Reina Bautista, una danzante de 17 años, le fue difícil ofrecer su danza en el vuelo: "Mi familia se asustaba y no quería que me lanzara desde lo alto porque creían que podía morir, pero les dije que ser danzante voladora a mí me aproxima más a Dios".

Este fin de semana en la zona arqueológica Yohualichan (casa de la noche en la lengua indígena náhuatl) en Cuetzalan, Jacinta, Reina y Gustavo danzaron en un festival. Saltaron hacia atrás sujetos de un lazo que anudaron a su cintura una vez que llegaron hasta la punta.

El pueblo y los paseantes no distinguen género, sólo observan con asombro el valor de los participantes, enfundados en sus trajes de terciopelo rojo y con camisas blancas en representación de la pureza, con pequeños gorros sobre la cabeza que simulan penachos en forma de luna.

Suspendidos en el aire giran cuatro danzantes como rehilete y dan 13 vueltas hasta sumar entre todos los 52 giros que equivalen al tiempo de aparición de un nuevo sol, según el calendario prehispánico de México, explica Marcos Valdez, el caporal.

Mientras ellos circundan el tronco en el aire con los brazos abiertos, el quinto danzante zapatea sobre una superficie de 30 centímetros al ritmo de la flauta y el tambor con que toca el "son del vuelo".

Ha pasado un cuarto de siglo desde la primera experiencia de Jacinta Teresa, hoy de 41 años, como danzante.

Una vez voló 24 horas en avión rumbo a Europa y  tuvo miedo. "Yo prefiero estar en un palo que en un avión. Lo que hace el hombre se destruye;  lo que hace Dios está bien puesto y para mí el palo sagrado está bien puesto. Es la base, es centro, es el Sol", narra.

Jacinta le teme a las alturas, confiesa, pero danzar como "voladora" sin nada más que una liana amarrada a su cintura la hace olvidarse de todo: "Si subo a una casa de tres pisos y me asomo al balcón, las rodillas me tiemblan, y cuando estoy en la danza me siento segura".

El presidente municipal de Cuetzalan
, Arturo Báez, asegura que las mujeres son ahora más participativas. La población que gobierna es de 47 mil 400 habitantes, de los cuales 67 por ciento son indígenas, pero sus usos y costumbres son cada vez más equitativas.

"Los hombres van en caravana al bosque a elegir el tronco sobre el que van a danzar. Van a cortarlo y lo cargan durante 26 horas hasta el pueblo. Ya ahí, todos piden y las mujeres danzan porque saben que sus mujeres tienen valor", refiere.

Las mujeres danzantes como Jacinta saben que esta ofrenda del vuelo en particular las ha relegado de algunos festivales de México. "Nos tienen miedo", considera.

Aunque con un tono de lamento también reconoce que su entrega a los dioses para pedir por su pueblo puede llegar a su fin. Y no es necesariamente a través de una tragedia, de un accidente.

"Si me caso ya no sigo con la danza", admite, para en seguida añadir: "Pero por ahora yo siento que soy como el viento y nadie me puede detener".

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