La primera representa a Quetzalcóatl, es solar; el otro, nocturno, remite a Tezcatlipoca, según la mitología náhuatl de "Dualidad", el mural de Rufino Tamayo que atrae un enjambre de cámaras en el Museo Nacional de Antropología (MNA).
Pero los visitantes no dispensan la misma atención al resto de la obras contemporáneas del recinto --más de 70-- de autores como Manuel Felguérez, Rafael Coronel, Íker Larrauri, Pablo O'Higgins o Fanny Rabel.
El prodigioso combate día/noche pintado por Tamayo abre la puerta que conduce a la plástica actual porque se sitúa a unos pasos del ingreso principal del museo: el vestíbulo del Auditorio Jaime Torres Bodet.
Sin embargo, el enjambre busca un néctar más antiguo.
"Los visitantes se dirigen a las colecciones prehispánicas sin poner demasiada atención en el ambiente, en cómo el edificio está concebido, en la obra contemporánea que contiene o en aspectos como la celosía de Manuel Felguérez, basada en la arquitectura maya y sus serpientes que descienden", ejemplifica la doctora Laura Filloy, restauradora del museo.
Las pinturas se confunden entre los componentes del espacio, de modo que el público ni las identifica ni las valora.
La plástica de los autores del siglo 20, inspirada en las culturas antiguas, puede encontrarse en distintos espacios del MNA, como las salas de introducción a la antropología, las etnográficas o las arqueológicas.
Se ubican también en los descansos de las escaleras del vestíbulo principal —Alfredo Zalce—, en el área de servicios educativos —Fanny Rabel, Raúl Anguiano e Íker Larrauri— o en el restaurante, donde puede hallarse un mural de Valetta Swann.
Las pinturas apoyan, por un lado, el discurso museográfico de las colecciones; son didácticas. Un ejemplo son los mapas de Covarrubias, menciona Filloy. Otro conjunto tiene un sentido más estético y decorativo, siempre en relación con las culturas antiguas reunidas en el museo y su iconografía.
Volcán en recuperación
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l arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, autor del museo, no sólo convocó a los artistas consagrados para desarrollar una pieza adecuada al recinto, también integró pintores y escultores que empezaban, como Rafael Coronel.
"Aunque Coronel trabaja desde los años 50, su obra más conocida es posterior", aclara Filloy.
Precisamente de aquel Coronel temprano es la pieza que ahora restauran especialistas del MNA junto con expertos de Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble (Cencropam), del INBA, y de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) del INAH.
En la obra, de título "Paisaje abstracto" —llamada también "Decoración abstracta"— resuena la furia del volcán en erupción, con colores ígneos que contrastan con la densidad del negro y las pinceladas azules, moradas o rosas.
"Es sorprendente esta obra, porque Coronel es figurativo, pero aquí rompe su línea", destaca Alejandro Morfín, restaurador del INBA.
Por las grietas que acumulaba recibió una intervención preventiva del INBA en 1998 para evitar el desprendimiento de fragmentos. Era el paso previo a su restauración, pero ésta se pospuso 15 años porque no se estableció un convenio de colaboración con el recinto, explicó Morfín.
"El museo, como custodio y depositario de la obra, tiene que gestionarlo; nosotros somos la parte técnica y hacemos una propuesta de intervención en tiempo y costo. Se ha trabajado otras obras, pero con la de Coronel no hubo tal convenio".
Una vez que reviertan los daños, el paisaje de Coronel se colocará en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, en el muro que originalmente le correspondía.
Luz para ganar miradas
Es la primera intervención de pintura contemporánea inscrita en el Programa de Restauración que inició en 2011, luego que el recinto fuera declarado Monumento Artístico. Tal programa, de largo aliento, ya recobró el esplendor de elementos arquitectónicos de bronce en el Patio Central, por ejemplo el Paraguas y la escultura Sol de viento —conocida como Caracol-- de Íker Larrauri.
Es la primera intervención de pintura contemporánea inscrita en el Programa de Restauración que inició en 2011, luego que el recinto fuera declarado Monumento Artístico. Tal programa, de largo aliento, ya recobró el esplendor de elementos arquitectónicos de bronce en el Patio Central, por ejemplo el Paraguas y la escultura Sol de viento —conocida como Caracol-- de Íker Larrauri.
El proceso continúa ahora con los dictámenes de la pintura para determinar cuáles necesitan intervención.
"Hemos detectado problemas relacionados con la técnica. Hay que recordar que los años 60 son un momento de experimentación para nuevos materiales; los artistas, en algunos casos, no conocían cómo funcionarían los materiales en el ambiente en el cual colocaban sus obras", apunta Filloy.
Además de las condiciones físicas de las piezas, los dictámenes evaluarán cuestiones museográficas, por ejemplo si tienen o no una iluminación adecuada.
"El propósito", enfatiza Filloy, "es que esta obra de valor excepcional no se confunda más en el museo, queremos que el público la mire".
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