Por: Alida Piñón |
En diciembre de 1985, sólo tres meses después del temblor que cimbró a la ciudad de México, el escritor Carlos Monsiváis publicó un artículo que tituló "Víctima de su vulnerabilidad, la sociedad civil va callando", en el que echaba abajo el mito de la solidaridad de las personas ante la tragedia.
"Se cantó victoria precipitadamente, es el nuevo lugar común, se magnificó el altruismo inevitable en las catástrofes, y no se previó la inercia del desánimo. Ya pasó la moda de la solidaridad y ahora la moda es el catastrofismo rencoroso", sentenció el cronista.
Al desencanto se sumaron más escritores y periodistas y plasmaron en papel el testimonio de muchas personas que se atrevieron a revelar que no todo fue heroísmo, que también hubo saqueo, oportunismo, morbo, indiferencia, crueldad y silencio.
Entre la solidaridad y el oportunismo, entre la esperanza y el desasosiego, se gestó un movimiento en la cultura mexicana del que pocos se han ocupado: los creadores de danza contemporánea vieron en la tragedia el momento de un despertar social en el arte.
El periodista y crítico de danza Juan Hernández lo describe así en el libro Barro Rojo Arte Escénico. La izquierda de la danza mexicana: "El enfrentamiento con la tragedia humana, vivida tras el sismo de 1985, hizo que los creadores de la danza, empezando por los integrantes de Barro Rojo, se percataran de la importancia de vincular su arte con la realidad".
Y es que en ese momento, añade Hernández, era importante llevar la danza a los públicos y no esperar pasivamente a los espectadores llegaran a los teatros.
Hoy, 28 años después, Francisco Illescas, coreógrafo y fundador de la compañía, recuerda que ese suceso marcó a la sociedad, pero también a la danza mexicana y en particular a Barro Rojo.
La huella que dejó el temblor de 1985 es imborrable y, de algún modo sigue vigente en la compañía. El año pasado, a propósito de la celebración por el 30 aniversario de Barro Rojo, Illescas creó la obra Esto no es una coreografía, en la que abordaba el devenir de tres décadas de vida en las tablas.
"La obra habla de lo que vivimos como grupo y de lo que vivimos de manera personal, y en el caso del 85 nos dimos cuenta que el tema nos daba para hacer otra pieza, eso habla de la trascendencia que tuvo para nosotros ese momento", dice en entrevista con EL UNIVERSAL.
Compañías como UX-Onodanza, Contradanza, Utopía y Ala Vuelta se unieron a la sociedad y se lanzaron a las calles para bailar, pero también para ayudar a los damnificados.
"Paradójicamente, ese terrible momento se convirtió en uno de los más luminosos que ha tenido la danza contemporánea en México. Todos salimos a las calles sin tener conciencia de lo que estábamos haciendo, nos vinculamos con la sociedad, con las organizaciones y las asociaciones de vecinos, aquello fue un abrazo memorable de la danza con su sociedad. Creo que la estética subsecuente a aquél año tiene su raíz en el sismo de 1985", explica Illescas.
"Cimbró nuestros pies"
En 1985, Laura Rocha, directora de Barro Rojo, era bailarina del grupo Contradanza, liderado por Cecilia Appleton. Con esa compañía bailó Algunos instantes, algunas mujeres que en principio se estrenó en el Auditorio Nacional en 1986, ante mujeres de las maquiladoras que fueron afectadas.
"En ese momento no había fronteras entre las agrupaciones ni entre el público y nosotros, éramos una ciudadanía con un objetivo. Supimos lo que era trabajar con el de a lado, no importaba si eras de música, danza o teatro, en ese tiempo se gestó la ahora famosa interdisciplina. Ahí comprendimos la importancia de nuestro quehacer como artistas", explica Rocha.
Las compañías se organizaron para repartir víveres, brindaban talleres y bailaban. "Ese terremoto no sólo movió a la tierra, movió también las conciencias, nos hizo ver otras direcciones hacia las que nos volcamos.
El sismo cimbró nuestros pies. Nos tocó levantar piedra tras piedra, escuchamos los gritos de dolor, todo fue un movimiento constante, movimientos de vida y escénicos", añade.
Las compañías no estuvieron solas, en el libro de Juan Hernándezse detalla que en octubre de 1985 se creó en la colonia Roma la Unión de Vecinos y Damnificados "19 de septiembre" (UVyD), que buscó ser una alternativa de organización vecinal para enfrentar el problema de vivienda y satisfacer las necesidades sociales ante la incapacidad del gobierno.
"Dentro de la UVyD se creó la Comisión Cultural, integrada por el grupo de Teatro Zopilote, cuyos miembros vivían en la colonia Roma, una de las más afectadas por el sismo. Mientras los vecinos organizaban albergues y recolectaban alimentos para los damnificados, la Comisión convocaba a músicos, actores, poetas, bailarines y pintores, a participar gratuitamente en actividades culturales para el aliviar el alma de quienes habían vivido la tragedia en carne propia", escribe Juan Hernández.
"Esa tragedia me dio un rumbo de vida. Con la obra Algunos instantes, algunas mujeres sentí que compartíamos con ellas el dolor; eran mujeres que vieron amenzado su futuro y destruido su presente", cuenta Laura Rocha.
Y añade: "Nuestra presencia era tan fuerte que la asociación de vecinos dedicó un espacio para la danza. Nunca he vuelto a sentir esa solidaridad entre nosotros, las compañías de danza éramos un gremio, ahora estamos alejados. La vida puede ser tan cruel que sólo en un suceso tan fuerte nos puede unir".
En casi 30 años, México ha sobrevivido a más tragedias naturales y sociales que no han propiciado una solidaridad similar. Monsiváis fue un visionario, la sociedad civil ha sido víctima de su vulnerabilidad.
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