Por: David Cortés
¿Cómo convences a un necio?, el sólo imaginarlo me llena de stress y también de impotencia. Eso, más o menos, me sucedió cuando leí la noticia de que se propondrá gravar los boletos de los conciertos con el Impuesto al Valor Agregado (IVA).
Por mi mente desfilaron individuos grises, tan grises como los descritos por Michael Ende en Momo, hablando de formas de obtener recursos para un país que ellos mismos han sangrado.
¿Cómo explicarle, pensé, a una recua -conjunto de personas o cosas que siguen unas detrás de otras- cuya cultura es prácticamente inexistente, que la música es necesaria en la vida de los seres humanos?, ¿cómo decirles que esos boletos que ellos desean gravar -y que ya incluyen un impuesto-, son un acceso a la cultura?, ¿cómo les hablas de cultura, cuando la de ellos da disgusto?.
Difícil tarea. El problema, como ya lo hemos expuesto antes, radica en la concepción que se tiene de la música. Mientras ésta se conciba solamente como una forma de entretenimiento y no como una expresión cultural, estaremos confrontados a decisiones como la que ahora nos atañe.
¿Es la música un bien suntuario?, hasta donde recuerdo, el arte de los sonidos ha estado presente en la vida de los individuos y las más de las veces, no ha sido sólo para amenizar su existencia.
No, la música no es un lujo, aunque en este país los precios para acceder a los espectáculos así lo hagan parecer. Es una necesidad; de segundo orden pero una necesidad. Y además de una necesidad, ya lo hemos expresado anteriormente, es una manifestación cultural.
Cierto, es difícil convencer a un funcionario, a un toma decisiones, que un espectáculo en donde imperan los decibelios, las luces y campean los gritos de euforia, sea cultura.
Y sin embargo lo es. Porque estas son, apenas, las demostraciones finales de su apropiación. En realidad, cuando una persona asiste a un concierto va a celebrar. Sí, va a celebrar un encuentro que se dio mucho antes y que encontrará en el directo una culminación, el clímax de una complicidad gestada de diferentes maneras y atravesada por múltiples circunstancias.
Y la música, aunque rodeada de glamour, es primeramente un acto de recepción individual. Allí, uno y su yo interno, la desmenuzan, la analizan, la gozan y van más allá. Porque la música es, para la mayoría de los individuos, un catalizador. Uno la acepta, la deja entrar, pero ésta le propone a uno otros mundos, otras visitas y vistas por realizar; su carácter cultural no sólo radica en ella, sino en su capacidad de ser un catalizador, en su propiedad derivativa, en llevarnos, adentrarnos a otros terrenos.
Efectivamente, no todos los seres humanos la asumen de esa manera, pero también es cierto que muchos no hacen conciencia de esas cualidades de la música. Sí, también es difícil aceptar que toda la música es cultura, pero como también es complicado establecer parámetros entre las diferentes músicas para decidir cuál es y cuál no cultura, lo mejor es asumir que toda ella lo es.
De otra manera, empezaríamos con discusiones inútiles entre músicas populares, músicas de élite, músicas de la calle, músicas de salas de concierto, etcétera.
Entrar en una discusión como la precedente sería bizantino y sólo daría más argumentos a quienes quieren imponer el gravamen a los boletos, porque reconozcamos, pocos de ellos van más allá del gusto promedio y por tanto son incapaces de creer que una canción pueda ser una manifestación, una expresión cultural.
Hasta a un servidor, le resultaría difícil hablar a favor de algunos ejemplos sonoros, sin importar el género. Pero aquí no se trata de lo que me guste o no me guste y por tanto, si ese es el criterio que ellos esgrimen para sustentar su propuesta, prácticamente estamos perdidos.
Claro, si él señor todo gris y circunspecto sólo conoce lo más pedestre, banal y vulgar del quehacer sonoro, difícilmente nos concederá la razón. Pero, pregunto, ¿no es suficiente ya el precio que se paga por lo boletos para los conciertos?. Habría que recordarles a los grises toma decisiones, que en México la asistencia a este tipo de eventos de ninguna manera es barata.
¿Qué no han visto como en cada concierto hay mucha gente trabajando y que vive de ello?. Asistir a un concierto, aquí y en otro lugar, ya es caro. No sólo hablamos del precio de los boletos, sino de lo que implica: traslados, pagos de estacionamiento, propinas, antojos, souvenirs.
En vez de preocuparse por gravar con el IVA los conciertos, deberían establecer un sistema de transporte público nocturno que permitiera a los asistentes llegar a su casa con un pago justo y no exorbitante. Sí, hay muchas cosas que deberían resolverse en este país, y que podrían generar ingresos al erario sin necesidad de aplicar una carga más a los habitantes de este país. ¿creen que a los conciertos sólo van una clase pudiente?.
Probablemente eso piensan. Ya se ha probado que el país de las oficinas no es el mismo de la calle. Y adoptar una decisión como la presente sólo habla de su incultura, de su insaciabilidad al momento de pensar en dinero y allegárselo. Podrían empezar por cobrar impuestos a quienes no pagan y tienen grandes ganancias y no al ciudadano común.
De acuerdo, aceptemos su idea de que la música es sólo entretenimiento. ¿Ahora, divertirse, requiere de un impuesto extra? ¿Qué sigue?. NO es un llamamiento a la armas, sino a una toma de conciencia.
En unos días, una vez aceptada la propuesta, bien podrían después pensar en gravar los libros, pues como ellos no han aprendido nada en ellos, son mero entretenimiento. Y así, y así, hasta que ya no tengan nada que gravar.
David Cortés es escritor y periodista. Ha colaborado en los principales diarios y revistas del país. Es autor de los libros: El otro rock mexicano. Experiencias progresivas, sicodélicas, de fusión y experimentales; La vida en La Barranca, Los pasos de la vanguardia, coordinador del libro 100 discos esenciales del rock mexicano. Antes de que nos olviden. Actualmente escribe para Nexos, Afterpop Magazine y Milenio Diario.
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