jueves, 14 de noviembre de 2013

Guillermina Bravo y el Premio Nacional de Ciencias y Artes

Foto: Demián Chávez
 
Este artículo, titulado “Estudio sobre un obstinado rigor que se transforma en danza”, fue escrito por el crítico de música de Proceso, José Antonio Alcaraz y publicado en su número 160 del 26 de noviembre de 1979, con ocasión del Premio Nacional de Ciencias y Artes concedido a Guillermina Bravo, la gran coreógrafa de México nacida en 1920 y fallecida el pasado día 6 en su casa de Querétaro.
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Semejante al Bolero de Ravel, así es Guillermina Bravo. Su rítmica insistencia dota a la actividad emprendida del elemento que fundamenta la unidad dentro de la variedad: un pulso regular.
 
El tambor es gemelo al que tantas veces se ha visto y oído usar a Guillermina en sus clases, en ensayos, en los ejercicios. Es la presencia también de su codiciable terquedad y obstinación magnífica.
 
En Guillermina Bravo hay asimismo diversos modos de repetición bajo la apariencia global de un todo unitario, cuya dilatada superficie está compuesta con tanta sabiduría artesanal y aplomo técnico, como exasperación amorosa.
 
Gradualmente, desde hace ya treinta años, se ha asistido a la incorporación de las diversas etapas de una tenaz reiteración cuyos sedimentos, básicamente integrados por un material idéntico –siempre igual, siempre distinto– han ido acumulándose.
 
En lo externo puede apreciarse con cierta facilidad esta secuencia que hoy aparece lógica, pero cuya eficacia sólo ha podido establecer y llevar a cabo el ánimo estricto de un óptimo poder creativo. Al irlo consumiendo y contemplando en retrospectiva, este proceso aparenta seguir los dictados de un implacable determinismo. Nada más lejano a la realidad: está formado por un recomponer y re-trazar continuo; integrado por aceptaciones, titubeos, rechazos, tomas de posición, antagonismos, iluminaciones súbitas, ajustes, emotividad expresiva, consideraciones, simpatías y diferencias; en un orden establecido por un código draconiano cuya armonía es insólita e irrepetible.
 
Vocabulario, sintaxis, idioma, estilo y tendencias se determinan mutuamente, aunque en ocasiones el resultado sea mayor que la suma de las partes pues Guillermina Bravo, al través de su inteligencia y poder de observación, se ha ido autodotando de un complejo sistema contrapuntístico de entidades cinéticas; hoy es dueña en plenitud de las relaciones diagonales. En un diseño con frecuencia asombroso, éstas últimas establecen su propio balance con los elementos teatrales (narrativos lo mismo que no anecdóticos) que describiendo una especie de curva de Gauss, aparecen o se sumergen en la composición coreográfica.
 
En esta trama de fuerzas vectoriales, se encuentran en feliz tensión elementos factuales y conceptuales pertenecientes lo mismo a la tramoya, como otros anatómicos, o de luminotecnia, además de los que constituyen núcleos sugestivos, las aportaciones musicales o varias corrientes eróticas; y por supuesto la fantasía inventiva, don que a la vez aglutina y sirve de aura a una visión personal del universo, o –más precisamente aún– de la condición humana.
 
Este encuentro ordinal y cardinal de estructuras tangibles y orientaciones estéticas cuyos núcleos a su vez están continuamente en evolución y desarrollo, hace reaparecer sus diversos componentes motívicos con gran sutileza, tal como Ravel en el Bolero –para retomar el punto de partida– dejando atrás el experimento (etapa previa) y transformándose ahora en un gesto de exploración continua. Punzante e indubitable, el terco empeño del rigor artístico de Guillermina Bravo aparece y vuelve, persistente y se reanuda, se eslabona, en un viaje perpetuo hacia la renovación y el enriquecimiento. La investigación arroja sus frutos: la obra de danza viva en el foro.
 
Todo esto quiere subrayar aquí la importancia de un catálogo creativo en el que la técnica –algunas veces incluso rozando lo academizante de manera peligrosa–- ha servido para rechazar con insistencia lo convencional y lo endeble. Sin embargo, al correr de la experiencia el dogmatismo ha cedido y las más diversas orientaciones, seleccionadas en forma lúcida, han ido contribuyendo a variar y ampliar la perspectiva de creación en la obra coreográfica de Guillermina Bravo. Incluso sus incursiones al Music-Hall o en el Teatro Hablado, dan testimonio de un claro ánimo de diversificación.
 
Visión ésta de otra Guillermina Bravo: dotada de paciencia inconmensurable, trabajando con medios distintos a los proporcionados por sus bailarines de Ballet Nacional, quienes son capaces de resistir todo, hasta el elogio. Con agilidad corporal envidiable, la coreógrafa muestra a los actores lo que se pide de ellos, o intenta guiar a la vedette dotada de artritismo precoz.
 
–Mira querida: mueve así tu caderita… Ochito, ochito. –Mientras, la apócrifa hijastra del Tetrarca de Galilea, intenta repetir cuanto la Maestra Milagrosa realiza.
 
Casi imposible resistir, al serle otorgado el Premio Nacional de Artes a Guillermina Bravo, el señalar:
 
a) Es la primera mujer que lo recibe.
b) Asimismo, la primera vez que se extiende a la danza.
c) Con Guillermina se premia también (por muy lugar común que esto pueda parecer), al movimiento mexicano de danza moderna, a aquellos que contribuyeron a formarlo y a quienes lo integraron, relacionándose al mismo de una u otra manera.
d) Indirectamente, resulta una acusación flagrante a la torpeza y pobrediablismo de la actual administración dancística del INBA, empeñada en la glorificación caricatural de un refrito reporteril.
e) La sorpresa y aplauso de Benjamín Britten y Lukas Foss, al ver sus respectivas músicas coreografiadas con tal acierto por Guillermina Bravo.
f) De estas mismas páginas partió la iniciativa. Gracias, Raquel Tibol.
 
Ha de terminar este elogio a Guillermina Bravo con la plasticidad sonora de La consagración de la primavera –ese irresistible documento de Alejo Carpentier– cuando cifra los ejercicios de danza: “1 yyy 2 yyy 3…”.

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