Guillermo Osorno encontró en un bar gay de la Zona Rosa una manera distinta de contar los sucesos de los ochenta que sembraron ideas sobre la diversidad y la ciudad culturalmente rica que es actualmente el DF. (Cortesía)
Por: Melissa Moreno
En los ochenta, la escena nocturna de la Ciudad de México se vio transformada por personajes que buscaban un espacio dentro de la escena cultural. La historia de la comunidad gay durante estos años está encerrada en libros especializados, pero para el periodista Guillermo Osorno hacía falta ir más allá.
En la búsqueda de un reportaje para la revista Gatopardo, Osorno encontró a Henri Donnadieu, un francés que decidió establecerse en México, después de huir de la justicia de su país, y que en los años setenta fundó El Nueve. El periodista se dio cuenta que esta era una historia que debía ser contada, poseedora de personajes con grandes arcos narrativos que podían dar vida a las 230 páginas de Tengo que morir todas las noches (Debate).
El Nueve, un bar gay enclavado en la Zona Rosa, fue uno de los lugares en los que se gestaron las ideas de diversidad y libertad que hoy imperan en el Distrito Federal. En este pequeño local se mezclaban comunidades de todos los tipos: desde las muy glamorosas clases altas y políticos del momento, hasta los renegados, la clase media y los jóvenes aspirantes a intelectuales, pasando por travestis extravagantes e influyentes. Era un caldo de cultivo muy extraño.
Actualmente, sería difícil imaginar un lugar en el que se divirtieran juntos Paulina Rubio, Gabriel Orozco y Marcelo Ebrard, pero en este bar convergían todos los grupos de poder.
Lo que hace Tengo que morir todas las noches es entrelazar la pequeña historia de un bar emblemático y ligarla con la gran historia de la formación de la cultura en México. “Estaba la materia prima, porque las ligas entre todo esto existe, pero había que encontrar un nivel de abstracción más grande para poder hacer el libro”, dice el autor.
El Nueve, un bar gay enclavado en la Zona Rosa, fue uno de los lugares en los que se gestaron las ideas de diversidad y libertad que hoy imperan en el DF.
Guillermo encontró en Henri al personaje central que iba empujar buena parte de la historia, aunque no está en todo momento, ya que el bar tiene una vida anterior a él y hay otros personajes trascendentes alrededor.
Henri logró sacar a la comunidad gay de su gueto a través de una franca comunicación con diferentes expresiones artísticas y grupos relevantes de la época, por eso se puede hilar la historia de la comunidad con el resto de los sucesos del país.
Desde el principio, Donnadieu tuvo la voluntad de contar la historia tal cual sucedió. Lloró un par de veces al recordar a algún amigo muerto. “Ha vivido varias vidas al mismo tiempo y eso siempre me impresionó mucho. Su capacidad de vivir la vida como le fue tocando”.
Osorno, a través de un trabajo de años, comenzó a ligar la historia de este bar con la de la ciudad. Encontró en El Nueve una manera distinta de contar los sucesos de los ochenta y la historia de esa generación.
Guillermo va más allá del bar de copas. Le interesaba dejar clara una idea que también es de Monsiváis, sobre como lo marginal también ocupa el centro. “A la hora de ligar este pequeño bar -que aparentemente era sólo un sitio muy escandaloso- con otros sucesos, lo que mostró es que no estaba tan aislado y que lo que ahí se estaba gestando, terminó impactando en el centro. Desde entonces existían unos hilos comunicantes entre la luz y la noche”. Sucedían cosas en las veladas de El Nueve que luego tenían un reflejo en otros ámbitos como el teatro, la televisión, la música, la literatura, etc.
“No sabemos si el libro va a trascender fronteras, pero si lo está haciendo con generaciones”.
El editor no sólo aborda la historia del bar y de Henri, es puntilloso con todo el entorno de la época y los datos que ofrece en la lectura. Los jóvenes están leyendo el libro, dice Osorno, y se encuentran con un contexto y un retrato generacional con el que pueden identificarse. Probablemente, si el autor no hubiera sido tan minucioso, el relato se hubiera perdido en imágenes y hubiera resultado sólo anecdótico.
El autor disfruta poder mostrar la voluntad de una generación para decir “no existe una escena como a mí me gusta, pero yo la construyo”.
Describe sucesos que definieron ese período, como la homofobia rampante que existía y de cómo la iglesia católica tomó al Sida como ejemplo del castigo divino. La aparición de esta enfermedad determinó, en México y en el resto del mundo, la percepción negativa sobre la comunidad gay.
Además de la iglesia, Televisa también ejercía presión sobre las minorías y el estado mexicano se veía limitado por la sociedad. Sin embargo, la comunidad lograba encontrar pequeños rescoldos de esperanza, a través de conciertos, eventos culturales y la gestión de recursos para su causa.
El autor disfruta poder mostrar la voluntad de una generación para decir “no existe una escena como a mí me gusta, pero yo la construyo”. Esta idea de autoconstrucción de cultura es sumamente rica, se repitió en los noventa y llega hasta hoy. “Siempre hay gente dispuesta a crear y recrear escenas de cosas que creen que deben existir y las echan a andar. Es un ejemplo para otras generaciones”.
La clase política juega un rol en este libro. El autor dice que el PRI tiene una veta liberal que permitió, durante un tiempo, que El Nueve prosperara, después llegaron políticos que ejecutaron la idea homofobia y prácticas corruptas que lo dañaron. Otro rincón donde está la ambigüedad del partido es Xóchitl, uno de los travestis más poderosos que ha tenido el país, quien dirigía un prostíbulo, mantenía muy buena relación con la gente en el poder y no le pasaba nada.
Las noches del DF en el 2014
Sobre la vida nocturna actual, Guillermo asegura que aún es interesante. “Hay algunos sitios en los que se reproducen atributos de lo que pasaba en los ochenta, que tienen cierta capacidad de gestión cultural, como La Pulquería en Insurgentes, y lugares herederos de los noventa y de la primera década de los dos mil donde se programan grupos emergentes, como El Imperial y Pasagüero. La ciudad sigue rolando”.
Respecto a lo gay, el bar donde encuentra algo del espíritu de El Nueve es el Marrakech. Mantiene la capacidad de mezclar radicalmente las clases sociales: vecinos de ahí, habitantes de Iztapalapa, fresas de Las Lomas, los hipsters de la Roma, hombres, mujeres. Todo en un ambiente muy extraño”.
El libro cierra con la frase «algo ganamos, algo perdimos», y es que desde la época de El Nueve muchas cosas cambiaron. Aunque esté de regreso el PRI, dice, somos más democráticos, el país no podría ser el mismo de los años ochenta, el pináculo de la presidencia imperial. En la ciudad, continúa, hemos ganado en materia de implantación de derechos. Hoy tenemos muchas más herramientas intelectuales, morales y sociales para poder debatir sobre que en un estadio se le grite “Puto” al portero rival. Perdimos porque se deterioró Acapulco por la rapacidad de los desarrolladores inmobiliarios y de sus propios ciudadanos. La Zona Rosa también se deterioró, de hecho el libro termina con una pequeña descripción de lo que sucedió en el Heaven After.
¿El DF volverá a vivir una época similar?
Esta es una historia que no se va a repetir nunca. Esta forma de vivir lo gay como una cosa emergente, urgente y clandestina, pero al mismo tiempo sentirte importante, único, no se repetirá. El libro es un testimonio de cómo se vivió, quién sabe si es mejor o peor, pero así lo vivimos en mi generación”.
¿El Nueve es parte de tu propia historia?
El Nueve me ayudó a resolver un problema de identidad y el dilema de cómo estar en el mundo. Todas las historias que me contaron eran mucho más interesantes que mi propia experiencia, pero decidí tomar la primera persona en el prólogo y en el epílogo para mostrar al lector los dilemas de alguien como yo, pero que podía ser otra persona, cualquiera que salió del closet a principios de los años ochenta.
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