El bolero español fue una danza procedente de la península ibérica que, junto a fandangos, polos y tiranas, se menciona en Cuba desde fines del siglo XVIII. Muy popular por los setecientos y ochocientos, decae a mediados del siglo XIX, permaneciendo en el pueblo sus características de baile, con ritmo boleado, ágil, móvil y circulante.
El pueblo cubano hizo suyos estos rasgos y los adoptó a sus formas de hacer y decir. Tanto es así que, al finalizar el siglo XIX, se le había dado el nombre de bolero a un nuevo estilo acompañante que asimiló la estructura formal de la canción binaria y adoptó patrones rítmicos definitivos: rayados guitarrísticos con la utilización del cinquillo, mientras que en la temática de los textos asomaba lo amoroso en una primera etapa para, posteriormente, cambiar sus expresiones como consecuencia de los conflictos relativos a la sociedad dividida en clases.
Muchos de estos creadores populares carecían de formación académica, por lo que sus composiciones las trasmitían oralmente, en vez de escribirlas, expresando en ellas sus ideales estéticos.
En Cuba, sin embargo, los historiadores han querido situar el origen de la modalidad cubana más característica de su acervo cultural, el bolero, en el tercio final del siglo antepasado y a Pepe Sánchez, un melancólico músico nacido en la porción más oriental de la isla, como su cultor primogénito.
Ezequiel Rodríguez, dice al respecto: “…entre los géneros más abordados por estos “cantores” del pueblo estuvo el bolero, correspondiéndole a José “Pepe” Sánchez (1856-1920) definir sus características normales, armónicas y estilísticas”.
Si bien correspondió a Pepe Sánchez perfeccionarlo, otros creadores e intérpretes de la antigua provincia oriental contribuyeron a arraigarlo. Baste con mencionar –siempre con temor a omisiones– a Emilio Blez, Fermín Castillo, Eulalio Limonta, Nene Manfugás, Sindo Garay, Rosendo Ruiz, Alberto Villalón, Dilú, Pepe Banderas y, de otras regiones de la isla, Manuel Corona, Graciano Gómez, Patricio Ballagas, Miguel Compagnioni y Eusebio Delfín, y al destacado dúo de María Teresa Vera y Rafael Zequeira.
El bolero no se quedó en la provincia oriental, ya que Alberto Villalón y Sindo Garay lo introdujeron a la capital, La Habana.
“Tristezas” se llamó aquel primer bolero que, por rechazo separatista, tan solo adquirió de España su nombre genérico –como apunté antes– pues difiere del modelo hispánico en todo lo demás.
Las primeras fuentes de inspiración tenían que ver con el conflicto amoroso, la felicidad perdida o algún otro sentimiento íntimo, que para otras etnias constituirían revelar “un desnudamiento impundonoroso”.
La guitarra vendría a ser el instrumento musical por excelencia del bolero cubano, sobre todo por la complicidad en sus compases de las cuerdas agudas.
Como género cantable y bailable, el bolero representa la primera gran síntesis, con el raro defecto o virtud de imponerse a las palabras del texto literario.
En lo concerniente al aspecto armónico y polifónico, en sus inicios se canta a dos voces acompañadas por dos guitarras, aunque ocasionalmente se utilizaba el tres, guitarra y otro instrumento, generalmente ideófono como las maracas y / o las claves.
Las voces prima y segunda interpretan (en muchos casos dentro de ciertas libertades rítmico-métricas) dos líneas melódicas independientes con textos diferentes, porque la intención es destacar cada voz. Este elemento de estilo fue sustituido por el canto a dos voces a distancia de terceras y sextas paralelas, adoptado por los propios trovadores.
Abreviaré sin profundizar en relación con la estructura melódica, rítmica, tiempos, textos y temática, pues el academismo es a veces árido en su tratamiento, pero sí hablaremos de que la declinación en Cuba es de 1920 a 1940 y su etapa de consolidación de 1940 a 1964.
Durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, el bolero cubano presentó una recurrencia de aspectos melódicos, armónicos y textuales que denotan una decadencia o estancamiento, en tanto se produjeron innovaciones en el lenguaje musical empleado.
Continúa…
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