domingo, 17 de mayo de 2015

Joya sonora cinematográfica, va a subasta



 
 
Por:  Luis Carlos Sánchez
 
Aquella tarde de 1912, la gente en la sala comenzaba a inquietarse. “¡Estos franceses nos han tomado el pelo!”, decían ya algunos de los invitados que acudieron con la promesa de presenciar un prodigio de la tecnología. Un francés de nombre Charles Proust había tapizado la ciudad con carteles en los que anunciaba el “Gran debut del Cronofono Gaumont”, el primer aparato en el mundo que permitía la maravilla del cine sonoro.
 
La función de Proust se había retrasado porque no tenía contemplada la divergencia entre las corrientes eléctricas de Europa y las que entonces existían en la Ciudad de México. Hábil, el empresario que había hecho fortuna en Santa Rosalía, California, construyendo fábricas, improvisó la adaptación de una bobina con la que finalmente pudo echar a andar el aparato.
 
 
La función fue todo un éxito. La proyección de El Rey Gambrinus, una película “en colores” de poco más de dos minutos y medio, en donde el señor Imbert de la Ópera de París aparece cantando una canción medieval en la que hace apología de la cerveza, se había convertido en la primera producción sonora proyectada en toda América. El público pasó de la desesperación al asombro, de la desilusión a la admiración y estalló en una ovación. El cine sonoro había irrumpido en el nuevo continente.
 
 
“Es algo que no se sabe, pero México fue la puerta de entrada, no Estados Unidos, del cine hablado en el continente”, dice el escritor y promotor cultural Diego de Ybarra, quien trabaja en París para la casa subastadora Rouillac, que el próximo 7 de junio sacará a remate la misma máquina (con número de serie 11-005) que Proust trajo a México en 1912 y que representa una de las páginas más significativas de la cinematografía tanto a nivel nacional como continental.
 
 
“El hecho de que de pronto aparezca un aparato de este tipo, en un momento en el que se dice que el cine mexicano vive un gran periodo, es para que el gobierno se sensibilice y piense en adquirirlo para un museo y establecer una sala donde exhibirlo”, opina. Antes de establecerse en París para participar en la organización de la almoneda, De Ybarra ha buscado llamar la atención de instituciones como la Cineteca Nacional, la Filmoteca de la UNAM o la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía, pero nadie parece interesado.
 
 
Sinuoso camino
 
La llegada a México del cronomegáfono en 1912 ya había sorteado una primera prueba. Originalmente Charles Proust tenía planeado viajar al país a bordo del Titanic vía Nueva York. Una carta de su hermano, donde le pedía viajar lo antes posible, le obligó a cambiar su ruta para llegar vía La Habana. El enorme aparato que viajaba dentro de tres cajas, y su propietario se habían salvado de frustrar su misión en el hundimiento del famoso trasatlántico británico.
 
 
Proust traía junto con el proyector una colección de películas que había adquirido a la productora Gaumont, la misma fabricante del aparato. En los carteles que anunciaban las proyecciones, el empresario afirmaba “El cinematógrafo unido a la palabra. Claridad y fijeza en la proyección, Ilusión completa, la ciencia y el arte unidos”. Tras su éxito en la primera función, Proust también proyectó cintas como La verbena de la paloma, Angelus del mar o Canción para Juanito.
 
La producción de películas, sin embargo, era escasa y pronto los espectadores habían visto todo el material disponible. Fue entonces cuando el francés decidió recorrer diferentes ciudades del país ofreciendo proyecciones. Pero las cosas no pintaban bien en México, la Revolución comenzaba a subir de intensidad y cada vez era más difícil llevar a cabo las proyecciones. Proust decidió irse a Cuba el 30 de septiembre de 1912, donde llegó a proyectar algunas películas, pero el celo de un empresario de cine mudo, al que protegía su gobierno, lo obligó a partir.
 
 
Cansado y con el bolsillo cada vez más mermado, Proust se va a San José, Costa Rica, donde el cronomegáfono no tenía éxito.
Desilusionado y sin posibilidades de retornar a México, decide regresar a su patria. Desde aquellos primeros años del siglo XX, su prodigio tecnológico quedó silenciado. Sólo ahora, un siglo después, su sobrino decidió sacarlo nuevamente a la luz para ser subastado.
 
 
Léon Gaumont, la empresa fabricante sólo elaboró 50 unidades del invento. Dos de ellos se conservan en Francia, otros en Estados Unidos y Canadá, así como en India y Australia.
 
 
El que será rematado es el único en el mundo que se conserva con todos sus componentes y materiales históricos. Para obtener el aparato, el señor Proust pagó ocho millones 330 mil francos oro (lo que equivaldría hoy a unos dos millones de euros). En la subasta del 7 de junio próximo se ofrecerá con un precio de salida de un millón de euros.
 
 
Junto con pósters originales, recortes de periódicos, imágenes de época e incluso la factura original, el cronomegáfono será subastado en el Castillo de Artigny, cerca de París, junto con otras piezas como un sillón de madera en el que se sentó Napoleón para firmar un acuerdo con la Iglesia o la maqueta hecha para una escultura ecuestre de Luis XIV y otras maravillas.
 
 
De Ybara piensa que “sería muy miope de nuestra parte que en un momento en que estamos en boga en el cine y se presente esta oportunidad de recuperar un pedazo de historia, se haga caso omiso de ello: estamos hablando del inicio del cine hablado en el país y en el continente”.

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