Después de doce años de
brillar en el American Ballet Theatre, ha llegado el momento del adiós de la
bailarina cubana Xiomara Reyes, una de las más versátiles y empáticas figuras
de la compañía, que se despide este 27 de mayo con Giselle, su “primer amor”.
“Es un ballet que ha
estado conmigo desde los 20 años. Es el ballet con el que yo crecí, el primero
que yo vi, que con Alicia Alonso, en Cuba, obviamente, era el ballet clave. De
pequeñita, mi madre me ponía el disco y era la manera de tenerme ocupada
gastando la energía en algo positivo”, asegura en una entrevista.
Pero, a pesar de conocer
perfectamente la obra de Adolphe Adam —coreografiada por Jules Pettor y Jean
Coralli—, la bailarina nunca realiza una Giselle de forma mecánica y, desde
luego, no en la gala de despedida que tendrá lugar en el Metropolitan de Nueva
York.
“Con la edad y el tiempo
que pasa, uno va agregando cositas, a medida que uno va creciendo como ser
humano va entendiendo Giselle de otra manera; una va creciendo con ella. Para
mí nunca ha sido un personaje que diga: ‘Ya lo conozco, ya lo sé’”, asevera.
Reyes, nacida en La
Habana, se formó profesionalmente en la capital cubana, pero no despegó al
estrellato sino hasta que un ballet internacional apostó por ella.
Primero fue el de Flandes
y después llegó a Nueva York, donde tardó dos años en ser primera bailarina de
la compañía más importante de Estados Unidos, que ahora cumple 75 años.
“Me siento como una
piedrecita en un río. El río sigue pasando. El ABT es un lugar con tanta
historia, donde ha pasado gente de un talento tan impresionante”, dice la
bailarina.
“Me acuerdo de mi primer
Don Quijote en el Metropolitan, con Ángel (Corella). Voltear y ver los
decorados. Estaba en el traje de (Natalia) Makarova, la persona con la que
había crecido viéndola en los videos, mi ídolo. Mirando al decorado de los
videos de Bayshnikov. Era como si alguien me hubiese tirado en el medio de un
sueño”, recuerda.
Reyes, frente a las
actitudes altivas de algunas grandes divas de la danza, ha apostado siempre por
una simpatía, una cercanía y una humildad inusitadas.
“No puedo decir que he
tenido un físico espectacular, lo he tenido todo en moderación, pero unas ganas
tan inmensas de bailar, una felicidad tan grande en lo que hago, que es lo que
me ha llevado de niña pequeña a primera bailarina del ABT”, dice.
Aunque sí se siente
orgullosa de retirarse en un momento de plenas facultades físicas. “Mi cuerpo
está conmigo”, explica, y argumenta los beneficios de la edad: “Las cosas se
vuelven más fáciles. Un joven necesita la disciplina férrea, tiene que crear un
carril, el camino que va a ser toda tu carrera... Con la edad uno puede empezar
a respirar de otra manera. Bailar viene más orgánico”, reconoce la bailarina.
Y, de la misma manera,
afronta el cambio con optimismo. “El cambio es una de las constantes de la
vida. Es lo que siempre vas a tener quieras o no quieras y para mí siempre ha
sido lo que me ha hecho crecer. Siempre me ha traído cosas mejores”, asegura.
Este cambio, no obstante,
es probablemente el más grande de su carrera. “Es muy, muy, muy fuerte. Toda mi
vida he sido un miembro de una gran compañía, ahora voy a estar en mis manos,
voy a escoger un poco más lo que hago”, confiesa.
Entre sus prioridades,
devolver todos los conocimientos aprendidos. “Enseñar me fascina”, asegura, y
tras su experiencia en varios cursos intensivos de verano en Barcelona con la
iniciativa IBStage.
“Estamos en una sociedad
en la que lo que hacemos más bien es copiarnos los unos a los otros, tratar de
seguir en el camino de los otros. Lo que estamos buscando en IBStage es darle tiempo
a los muchachos en esas semanitas de descubrirse a sí mismos”, cuenta.
Y, por supuesto,
únicamente queda preguntarle por su país, Cuba, donde empezó su trayectoria y
que ahora afronta un gran cambio de perspectivas. “Cuba también en ese sentido
está como yo: un poco en el momento en el que tienes que quedarte tranquila”,
concluye.
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