Por. Roger Salas
Monumental y sobrecogedora, la velada de anoche en el Forum Grimaldi, la nueva Ópera de Montecarlo, terminó con una ovación en pie de casi 2.000 asistentes; habrá funciones este sábado, 4 de julio, y mañana 5.
Sonaba Beethoven y la danza llenaba ojos y corazones de una visión humanística, de una perspectiva alentadora que a la vez no elude la tragedia contemporánea. Todo está en Béjart porque esa era su ambición primera: la obra de arte plena que hablara a todos de todo. Llevó la danza a los estadios, pero a la vez dejó un racimo de obras que permanecen incólumes, como esta Novena, junto a Bolero (Ravel) o Pájaro de fuego (Stravinski). El concepto de repertorio se impone como una verdad, como la columna que garantiza la supervivencia del ballet mismo.
Han tardado tres años en poner en pie la resurrección de esta pieza magna y básica del siglo XX coreográfico: La Novena Sinfonía, de Maurice Béjart sobre la pieza homónima de Beethoven, que se estrenara en el Circo Real de Bruselas el 27 de octubre de 1964. Ha sido un titánico esfuerzo de producción y mecenazgo con la intervención de muchos artistas, productores y directores. La coreografía la ha reconstruido el polaco Piötr Nardelli, hombre minucioso y reputado maestro, que en su juventud pasó seis años en el Ballet del Siglo XX en Bruselas y estuvo muy cercano al genio marsellés. También han participado en la reconstrucción los dos maestros principales del Béjart Ballet Lausanne: Julio Arozarena y Domenico Levré. Se les debe mencionar, reglar a esta multitud sobre las tablas es de mérito.
En escena, 250 artistas entre músicos y bailarines, las compañías Ballet de Tokio y Béjart Ballet Lausanne al completo más 20 bailarines africanos, lo que revivía el ideario bejartiano de Mudra África, la aventura que inició en Nigeria y que aún hoy tiene ramas y da frutos. La Orquesta Filarmónica de Montecarlo estuvo dirigida por Antonino Flogiani, un batuta bien conocido del público en varias plazas españolas y reconocida autoridad rossiniana; completando el Coro de la Ópera de Montecarlo y cuatro solistas de altura: la soprano polaca Aga Mikolaj, la mezzo franco-turca Karine Ohanyan, el tenor norteamericano Donald Litaker y el bajo-barítono alemán Gerd Grochowski.
Para reconstruir el ballet, fue capital que se encontrara y restaurara un vídeo registrado en el Teatro alla Scala de Milán en 1973, después, Nardelli ordenó testimonios de bailarines supervivientes y otras versiones parciales.
En noviembre de 2014 este proyecto tuvo su debut mundial en Tokio con la Orquesta nacional de Israel dirigida por Zubin Mehta; ahora Jean-Christophe Maillot lo ha programado en el Forum Grimaldi.
Que una coreografía tan importante como esta cumpliera medio siglo, ya justificaba absolutamente el esfuerzo y el sueño de resucitarla en todo su esplendor y, sobre todo, en las claves estilísticas y gestuales originales. Ya se sabe que Béjart solía trabajar sobre sus propios materiales coréuticos, no entendía, salvo en algunas piezas específicas, que la lectura fuera inamovible. Es así que La Novena, como otras obras de su ingente y babélico repertorio, presentan varias versiones sucesivas, lo que lleva a los remontadores a un trabajo diríase que arqueológico, de estratos formales que deben desbrozarse y llegar a lo que se quiere rescatar en forma y sobre todo en estilo, donde reside la clave de la optimización.
En el primer movimiento los bailarines van descalzos, luego llevan zapatillas de media-punta.
Ya en esta época sentía Béjart sobre sí la influencia del Living Theatre y sus rectores: Judith Malina y Julian Beck. Faltaban cuatro años para mayo del 68, pero el germen estaba sembrado. Es 1964 el año de publicación de El hombre unidimensional, de Hebert Marcuse y el año de la instalación en Europa del Living con su teorema anarco-libertario, además de estrenar Mysteries and small pieces (obra que Béjart vio y que al parecer le impactó), la revolución sexual está en marcha y los libros de Wilhelm Reich pasaban de mano en mano en los salones de ensayo de Bruselas. Las ansias de cosmopolitismo, la compañía multirracial y multicultural con artistas venidos de todas partes era el caldo de cultivo para generar esta pieza, y así se entiende mucho mejor su lenguaje y su trascendencia.
En la lista de bailarines del estreno de 1964 estaban los italianos Paolo Bortoluzzi y Vittorio Biaggi, Lothar Höfgen de Alemania y Lise Pinet de Francia, el cubano Jorge Lefèbre y el marroquí Germinal Casado, la holandesa Tania Bari y la yugoslava Duska Sifnios, entre otros. En la plantilla de hoy, la misma riqueza multicolor, encabezada por el colombiano Oscar Chacón, la catalana Elisabet Ros, el francés Julien Favreau, el belga Gabriel Arenas-Ruiz, el santanderino Iker Murillo Badiola, el tinerfeño Héctor Navarro, el gaditano Javier Casado Suárez, la rumana Oana Cojocaru y el cubano Juan Sánchez. Hay más españoles y latinoamericanos, rusos y chinos, belgas y estadounidenses, a los que se suman los 20 bailarines africanos aportando su energía.
En el primer movimiento los bailarines van descalzos, luego llevan zapatillas de media-punta; en el tercer movimiento ellas van con zapatillas de puntas y en el cuarto, se impone el pie descalzo otra vez. Se puede especular mucho con esta sugerencia de Béjart, es parte de su sistema, y ya lo enuncia Gil Roman —actual heredero artístico del coreógrafo y director del ballet de Lausana–, cuando recita textos de El nacimiento de la tragedia de Nietzche al comienzo de la obra, un prólogo acompañado de furiosa percusión. Y se abren otras preguntas: ¿cómo será el destino de los repertorios modernos? ¿Morir con sus autores o sobrevivir en los teatros? El legado Béjart clama por la permanencia.
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