jueves, 15 de octubre de 2015

Sergio Fernández prepara su mayor libro

 
 
 
Por: Juan Carlos Talavera
 
 “Todo libro clásico es difícil, incluso El Quijote, que fue tan celebrado en su momento. Y aunque lo he leído muchas veces… todavía no entiendo su configuración ni el mecanismo de su genio”, dice a Excélsior el narrador, académico y crítico literario Sergio Fernández Cárdenas (Ciudad de México, 1926), quien desde hace cuatro años vive en el retiro, lejos de la actividad cultural, bajo el cobijo del clima guanajuatense, para paliar los efectos del glaucoma que padece desde entonces y así dedicar los próximos años de su vida a una ambiciosa biografía.
 
 
Esa biografía será un amplio volumen que arrancará con su llegada a Guanajuato y sus más recientes reflexiones sobre El Quijote, Sor Juana Inés de la Cruz y el Siglo de Oro español, adelanta el cervantista apasionado que ve en la literatura una mazorca de oro, el académico de medio siglo, amigo de Octavio Paz, mentor de Carlos Monsiváis, Hugo Hiriart, autor de libros como Los peces, Los signos perdidos y Segundo sueño, un narrador agudo que navega sus días entre un río de miel y el aguijón de una abeja.
 
 
 
El Quijote es una lectura que ofrece grandes dificultades, porque cuando uno cree que ya lo tiene en las manos… se escapa. A su vez, todo clásico —como dice Virginia Woolf— es nuestro contemporáneo y por eso este libro va a existir por siempre”, expresa tras recordar que el próximo año coincidirá su cumpleaños 90 con las celebraciones por el 400 aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes.
 
 
“Y a diferencia de la ciencia, que siempre tira hacia el futuro, El Quijote es un libro que salta del siglo XVII a nuestra época, un salto mortal y afortunado porque aún hoy es un libro que la gente ama”, añade con severidad.
 
 
Con el tiempo, este libro asumió forma de obsesión para el también autor de Retratos del fuego y la ceniza. “Mire, me acerqué a Cervantes después de varios años de haber escrito y leído mucho sobre la obra de sus contemporáneos, luego me entusiasmé y al cabo del tiempo asenté mis reales en el Quijote. Y así olvidé todo lo demás y lo convertí en algo entrañable”.
 
 
Esa obstinación la llevó a los pizarrones de clase, donde desmenuzaba la trama. “Por ahí tengo fotografías de pizarrones enteros donde anotaba un montón de cosas. Seguramente el transcurso de la narración, pues a partir del octavo capítulo el narrador deja de ser Cervantes y se convierte en otro… hasta sumar un grupo de narradores que convocan su figura”.
 
 
Casi por instinto, Sergio Fernández entra al terreno de la Décima Musa y con un gesto de tristeza lamenta no haber caído en el abrazo de sus versos. “Hace mucho que no me ocupo de ella, aunque todo lo que podría decir ya lo dije (en el libro La copa derramada, estudio de los sonetos amorosos de Sor Juana Inés de la Cruz). Así que ya no más. Sólo puedo decir que fue una mujer formidable, la más importante para la historia de la cultura en México. ¿Quién fue Sor Juana? Quizá ni ella misma lo supo. Fue una mujer entrañable y poco codificable”.
 
 
En cambio, el nombre de Góngora le aviva de los ojos y lo lleva a mondar algunos poemas de memoria. “¡Góngora es una maravilla! Yo no sé cómo pudo escribir así. Es formidable… aunque la posteridad tardó en reconocerlo —a diferencia de Quevedo—. No se olvide que Sor Juana le debe todo a Góngora. Ella fue de las pocas creaturas que reconoció esa deuda.
 
TIBURÓN LITERARIO
 
 
La respiración de Sergio Fernández es la de un tiburón que ataca con las palabras. Tiene la voz firme y cada frase tiene un eco que se alimenta de sus 55 años como docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Luego se instala en el misterio de la escritura, en la naturaleza de la enseñanza y en el México que hoy vive.
 
 
¿No se arrepiente de haber dedicado media vida a la lectura de un libro y a la enseñanza?, se le cuestiona al también sorjuanista que no busca verdades, aunque reconoce que la literatura ha sido su mayor certeza.
 
 
“No me arrepiento de haber gastado mi vida. Porque mi vida ya se fue. Pero Cervantes me ayudó mucho a comprender mi estado de ánimo y mi edad en cada momento. Por fortuna hoy me encuentro con que sigo amando al Quijote a través de ustedes, los que me preguntan para saber un poco más.
 
 
“¿En qué otra cosa habría podido poner mi vida, que no fuera tan gratificante como la enseñanza? Pienso que todas las personas que estudiaron literatura conmigo están conectadas permanentemente. Así, el día que muera me van a recordar no por lo que escribí, sino por lo que hice en la literatura”.
 
 
¿Coincidiría con Hugo Hiriart en que casi siempre los mentores se convierten en una limitación para acercar los clásicos a los jóvenes?, se le inquiere. “Mire, la vida es así: está llena de tropiezos y uno tiene que saltarlos. Y si un alumno tiene profesores aburridos –como yo los tuve– debe trascenderlos, porque eso no importa. Uno no puede pensar que la vida es miel de abeja. ¡También hay que contar con el piquete de la abeja!.
 
 
"También tuve profesores muy aburridos y entonados, como si predicaran una verdad. ¿Cuál? Si el mismo Cervantes dice que la verdad es relativa a uno mismo. Para eso basta recordar la anécdota entre el yelmo de mambrino y la bacía de barbero. Ahí la verdad hace una explosión. ¿Cuántas verdades hay? Son infinitas, pero Cervantes es así, no concretiza nada y ese es su gran éxito en la posteridad, que nunca se termina."
 
 
¿Qué opina de que sus alumnos lo definan como un erudito? “Prefiero no contestarle eso. ¡Me da horror! Para mí escribir es difícil. Aunque no sé si es más difícil escribir con la cabeza —sólo pensando—, o sobre la marcha —escribiendo—. No lo sé".
 
 
Para concluir, critica el presente de México. “Me mantengo informado y me parece que el país siempre atraviesa por una crisis. ¡Siempre estamos en crisis! Por un lado el Presidente dice cosas alentadoras, pero no lo veo en la realidad. No aguanto esto. Me duele la realidad y seguro a usted también. Yo dependo económicamente de la UNAM, pero hay gente que no tiene eso. ¿A dónde vamos a llegar?"

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