sábado, 19 de diciembre de 2015

Lo increíble es verdadero; cuentista excepcional

 
Amparo Dávila y Patricia Rosas Lopátegui (Julio de 2013). Foto: Cortesía Lila C. Patraca P.
Por: Patricia Rosas Lopátegui
 
 
La literatura ha sido para mí como una larga y terca pasión amorosa hacia la que, lo he confesado siempre, he sido una amante inconstante,mas no infiel. Siempre que la vida me lo permite, regreso a ella.
(Amparo Dávila)
 
Me dio una gran alegría saber que Amparo Dávila (Pinos, Zacatecas, 1928) recibió el 15 de diciembre la Medalla Bellas Artes. Sin duda, se la merece, como también se merece el Premio Nacional de Literatura y Lingüística. Esperemos que este último se le otorgue en 2016. Ya es tiempo de que se le reconozca cabalmente como una de nuestras voces más audaces e innovadoras, en calidad de cuentista y también como poeta.
 
Decir Amparo Dávila es decir El huésped, Música concreta, Moisés y Gaspar, por mencionar algunos de sus cuentos más renombrados en las letras mexicanas y universales. Cuentista excepcional, Dávila crea mundos aparentemente fantásticos en los que la realidad está más presente de lo que suponemos. En sus relatos, como en los de Elena Garro y Guadalupe Dueñas, “lo increíble resulta ser lo verdadero”; esa realidad que por aterradora pretendemos evadir colocándola en la dimensión de lo fantástico es la verdadera protagonista en la obra de Amparo Dávila.
 
Como otras escritoras mexicanas, su obra necesita ser parte del canon para que llegue a los lectores con mayor difusión. No basta que sus obras se editen, hay que promoverlas y colocarlas como lectura obligatoria en los programas de estudio para que los jóvenes la descubran en todas sus dimensiones.
 
Por lo pronto, he aquí algunas frases de la escritora zacatecana recogidas en una entrevista que sostuve con ella hace ya varios años y que se publicó en la antología Óyeme con los ojos. De Sor Juana al siglo XXI: 21 escritoras mexicanas revolucionarias (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2010, 2 vols.) y en la revista Casa del Tiempo:
 
“Yo pienso en el cuento, un poco a la manera aristotélica, como si fuera una figura geométrica, un triángulo. Un triángulo que tiene una línea base, que es el planteamiento, pero en esta concepción, el triángulo no es equilátero, de tres lados iguales, sino que puede ser un triángulo isóceles, o cualquier triángulo, que a veces puede tener un largo planteamiento, luego la línea que sube, que es el conflicto, el nudo, y luego el desenlace, y a veces el desenlace, como usted dice, lo doy en unas cuantas palabras. Es un triángulo rarísimo”.
 
“En los años 50 el ambiente literario para las mujeres aún era cerrado, no había grandes oportunidades. Para que una mujer llegara a destacar, se necesitaba bastante esfuerzo, ir poco a poco, paso a pasito, publicando, dándose a conocer, que la crítica la tratara bien...”.
 
“Mi primer libro de cuentos, Tiempo destrozado, se lo dedico a mi padre, porque cuando le dije que me venía a México para buscar por mí misma el camino hacia las letras, no me apoyó. Mis padres se habían separado, y mi madre afirmó que ella se venía conmigo. Cuando le dije a mi papá que quería venirme a México porque quería dedicarme a escribir, me respondió: ‘Eso es una insensatez, porque para escribir se necesita talento’. Le contesté: ‘¿Cómo sabes si lo tengo. Ni tú ni yo lo sabemos, porque todavía no empiezo a escribir’. ‘Originalidad’, me dijo. ‘Tampoco, porque se necesita primero escribir para saber si hay originalidad o no’, le respondí. ‘Hay gentes importantísimas; tú eres una mocosa, insignificante’ (...). Bueno, yo voy a probar mi suerte y ya veremos qué es lo que hago”.
 
Y vaya que Dávila resultó ser una escritora talentosa y original que, además, brincó el obstáculo de los preceptos patriarcales. Es, definitivamente, un ejemplo a seguir.
 
El año pasado hablé por teléfono con la autora de Salmos bajo la luna, y siempre generosa con su tiempo me comentó:
 
AD: He estado escribiendo poemas... Tengo cuatro poemas nuevos, inéditos.
 
PRL: Me alegro mucho que siga escribiendo.
 
AD: Escribir es una enfermedad incurable.
 
PRL: Me da mucho gusto que la padezca.
 
(Amparo se rió suavemente, como suele hacerlo, con su vocecita baja, amable, llena de candor y de ternura). (20 de febrero de 2014, a un día de celebrar sus 86 años).
 
 

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