Foto: Cuartoscuro
Con lectura dramatizada de la obra “La culpa es de los
tlaxcaltecas”, a cargo de las actrices Mónica Dionne y María Aura, el Instituto
Nacional de Bellas Artes (INBA) recordó hoy a la escritora y ensayista mexicana
Elena Garro (1916-1998) en el centenario de su natalicio.
En la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes,
ambas actrices expresaron su beneplácito por recordar a quien fuera considerada
una pionera del “realismo mágico”, al tiempo que hicieron una breve
introducción biográfica.
En medio de una buena entrada, las actrices dieron voz a la
obra de la Premio Xavier Villaurrutia 1963, un relato que plasma el conflicto
entre el universo indígena y el mestizo, y que hace referencia a un tiempo
mítico que encierra la riqueza perdida de las ciudades prehispánicas en México.
El texto, donde Laura es la protagonista de la historia, se
desenvuelve entre pasado y presente para formar un tiempo mítico en el cual lo
ocurrido hace cientos de años confluye con la actualidad.
El lector se encuentra entre dos mundos diferentes y a la
vez paralelos: el de la caída de Tenochtitlan, donde pelean los tlaxcaltecas, y
el México moderno del siglo XX.
Publicado en 1964 como parte de la colección La Semana de
Colores, Garro utiliza realismo mágico para transportar un mensaje sobre la
función de mujeres en sociedad.
El cuento empieza cuando Laura Aldama le cuenta a Nacha, su
ama de llaves, sobre su viaje a Guanajuato con su suegra Margarita. Después de
quedarse sin gasolina en el puente sobre el Lago Cuitzeo, Margarita fue a
buscar gasolina y dejó sola a Laura, permitiéndole escapar para estar con su
esposo mexica, o primo-marido, del siglo XVI.
En el siglo XVI, Laura es parte de la conquista, liderada
por Hernán Cortés. De regreso a su vida en la Ciudad de México del siglo XX,
Laura se siente culpable y desgarrada entre sus dos vidas.
Laura vuelve para conocer a su "primo marido" a
pesar de que Pablo, su marido del siglo XX, reacciona de manera agresiva. Laura
continúa viendo el sufrimiento de su "primo marido" y de sus heridas
de guerra. La historia termina con un final abierto cuando Laura se va con su
primo-marido y Nacha decide dejar la casa.
Según el INBA, el crítico Emmanuel Carballo llegó a afirmar
en “Protagonistas de la literatura mexicana” que los personajes de esta obra
“desprecian la razón y la lógica; aceptan como único rumbo posible la fantasía
y viven presos en un mundo fascinante y peligroso hecho de supersticiones,
consejas y mitos”.
“¿Sabes, Nacha? La culpa es de los tlaxcaltecas”, le comenta
Laura a su cocinera, después de haber entrado con su traje quemado y sucio,
mucho tiempo después de su desaparición en un accidente en Guanajuato, por lo
cual ya la daban por muerta.
A partir de ahí de desdobla otro tiempo. Laura hace un viaje
en el que conoce a su primo-marido, un indígena que la reconcilia con sus
raíces mestizas y le provoca un sentimiento de culpa por la caída de
Tenochtitlan.
En su ensayo “Los días se tocaban con la punta de los
dedos”, el crítico Geney Beltrán asegura que el elemento más importante de esta
ficción es una idea no racionalista del tiempo.
Es decir: se puede llegar a un punto donde todas las eras se
concentran y por lo tanto conviven el pasado, el presente y el futuro, lo cual
da a la protagonista de esta historia la oportunidad de liberarse de la
restricción de tener que vivir en una sola época y un solo sitio, y provoca que
se expandan los rangos de su vida y su sensibilidad.
Al parecer, Laura tiene un esposo en cada tiempo en el que
vive: un guerrero indígena en el siglo XVI y un hombre del XX. A lo largo del
cuento, Nacha es una suerte de confidente para Laura, quien busca responder a
través de ella todas esas preguntas que salen de su mente.
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