martes, 24 de mayo de 2016

Mardonio Carballo: Una apología a la hermandad de las lenguas



Mardonio Carballo nació en una comunidad nahuatlaca de Chicontepec, Veracruz. Y, desde que recuerda, ha mantenido una relación muy cercana, heredada de sus padres, con las tradiciones indígenas. De niño vivió el Elotlamanalistli, el ritual de la ofrenda al elote, en el que el pueblo se acerca a la tierra para cantarle al maíz mientras lo siembra, cuando lo ve florear y cuando lo cosecha. “Una de las cosas que más me gusta de vivir –dice–, es probar una buena tortilla de maíz.”




En el Centro Cultural Jardín Borda, el escritor y periodista de origen náhuatl, defensor de las culturas indígenas mexicanas, presentó su libro “Tlajpiajketl o La canción del maíz”, un poema ilustrado por Mauricio Gómez Morin, que cuenta la historia de un niño indígena dejado por sus padres al cuidado de la milpa, quien busca componer “la canción del maíz” mientras trata de ahuyentar a las aves que amenazan con devorarla. Fuera de las páginas, ese niño sigue siendo Mardonio, quien ahora se esfuerza no sólo por cuidar el maíz y la tierra, sino también por defender la dignidad de su lengua, ahuyentando los prejuicios que continúan marginando a nuestros pueblos originarios.




“Yo quiero hablar de la esperanza –empezó Carballo, luego de llegar a toda prisa proveniente de la comunidad de Xoxocotla, en donde había convivido con alfareras de Cuentepec, una localidad que, a pesar de estar entre las dos urbes más importantes de Morelos, aún mantiene viva y en plena usanza la lengua náhuatl–. Por eso vine a Morelos y pedí ayuda para presentar este libro. Y lo logré. Quiero hablar de las razones que tengo para escribir lo que escribo, lo que traigo en mi ser, en mi sangre, en mis células, en mi corazón, en mi energía, en mi compromiso con un país que quiero habitar y con un mundo en el que quiero vivir y donde quiero convivir y complementarme con los demás”.




Según cuenta Mardonio, ahí en donde México “hace cinturita”, es decir, a la altura del Istmo de Tehuantepec, la gente nativa llama “huarache de pájaro” a lo que el resto de nosotros comúnmente conoce como estrella de mar. “¿No les parece, de suyo, maravilloso? –Pregunta– Creo mucho en el fenómeno de la seducción. Es importante seducir al otro por medio de la poesía para que uno diga: ‘y si metemos esto de aquí, y lo combinamos con esto de acá…puede que al otro le guste’, y que con un poema empiece yo a pensar en los otros, y en la diferencia. ¿Por qué el otro le llama huarache de pájaro a lo que yo llamo estrella de mar?”.




El idioma náhuatl tiene más de un millón y medio de hablantes. “Muchas más personas que varias ciudades importantes de Centroamérica –asegura Mardonio–. Como idioma, está vivo. No creo que debamos hablar de un rescate. De lo que se trata es de asegurar la subsistencia de los pueblos que hablan las lenguas originarias, que el respeto a sus derechos y a la justicia esté sumamente protegida por quienes no las hablamos. No creo que haya que hablar una lengua para poder apreciarla. Si se pierde, perdemos todos. Las lenguas no se pierden porque queramos dejar de hablarlas: las lenguas se pierden por procesos discriminatorios y violaciones a los derechos humanos fundamentales de los pueblos que las hablan. Si queremos que las lenguas persistan, pervivan, subsistan, nos sigan diciendo que hay otras formas de amar, que hay otras formas de comprendernos, o de odiarnos incluso, es importante asegurar que los pueblos que las hablan, vivan. Y eso sólo se logra en tanto la mayoría lo puede exigir, junto con nosotros, porque lo que hemos logrado respecto a las lenguas en México no es un regalo del estado: es una lucha constante a la cual hemos accedido y hemos, de alguna manera, ganado. Más que recuperar, ayudemos a los pueblos a coexistir y cohabitar con justicia y dignidad. Habría que asegurar que a un niño que habla la lengua en su casa, al llegar al kínder o a la primaria, no se le discrimine. Que al llegar a una ciudad distinta a la suya, no se le discrimine. Eso es lo que tendríamos que asegurar. Cuentepec, en Morelos, es una gloria del país. Es una gran victoria que estando tan cerca de la Ciudad de México y la ciudad de Cuernavaca, sea un bastión nahuatlaca importante en donde básicamente, como dicen en el barrio, la lengua que rifa, no es el español, es el náhuatl. Y eso me parece importante porque sólo sucede en Chiapas, Oaxaca, Veracruz… en comunidades apartadísimas, y eso ni siquiera asegura esa vitalidad con que yo veo en Cuentepec al náhuatl”.




Para que esa clase de fenómenos se logren, nos dice Mardonio, es necesario que el hablante de la lengua indígena no vaya por la vida preguntándose si su lengua vale menos que el español, o si el español vale menos que su lengua. El hablante debe ir por la vida viviendo, “hablando la lengua que quiera, cuando quiera y donde quiera. Eso tendría que ser una opción, no una negación del racismo y la discriminación que permea a la sociedad mexicana. Yo no folclorizo mi cultura ni mi lengua –asegura–. Yo no creo que mi lengua o cultura sea superior a ninguna. Y en ese sentido puedo hacer empatía con todas las otras culturas. Porque cuando uno se coloca en un plan divino, folclórico o romántico, por encima del otro, ya de suyo está haciendo menos a los demás, y así aplicaría a la inversa lo que han hecho las otras culturas con la nuestra. Entonces, para empezar a hablar en igualdad, tenemos que conformar el intelecto a partir de no creernos superiores a ninguna cultura. Poca ayuda la folclorización y el romanticismo hacia las lenguas indígenas. Hay que entender que no hay una única lengua milenaria; ninguna es superior a la otra”.




¿Cómo suscitar, entonces, las condiciones adecuadas para la integración de las culturas indígenas en un ambiente que, incluso en el ámbito legislativo, parece ignorar a quienes estaban aquí antes de lo que ahora cono cemos y asumimos como el estado–nación mexicano? “A partir de la creación del concepto estado–nación mexicano, la virgen de Guadalupe, el catolicismo, la heterosexualidad, el castellano, la bandera y el himno eran México –responde Mardonio–. Pero, perdón, eso no es México. México es un conglomerado de virtudes y desaciertos a partir de los múltiples bastiones humanos que lo conforman. Hubo un momento en que se creó el estado y no se tomó en cuenta a gran parte de la población mexicana. Es importante hablar por aquellos que incluso decidieron dejar de hablar su lengua por las condiciones de discriminación bárbaras que se dieron a partir de la cimentación de ese estado. Hay que asegurar que no venga otro a decirte que tu lengua no sirve. “Asegurarlo”. Debe haber espacios en donde se pueda hablar esa lengua con dignidad. No habrá ley que pueda impedir la devastación de una lengua, en tanto no haya ciudadanos que estén dispuestos a pelear para que esa ley, que incluye beneficios para el otro –y en ese sentido, un espejo de mí mismo–, exista. ¿Qué le hace falta a la legislación mexicana con respecto a las lenguas indígenas, para asegurar que niños, padres y abuelos puedan expresarse sin ser discriminados? Una sociedad que empatice con esos pueblos. Una sociedad que sienta que los derechos lingüísticos de uno, son los mismos derechos del otro. Necesitamos una sociedad preparada, paso a pasito. Los medios de comunicación son los que tienen que ayudar a desandar el camino que ellos ayudaron a crear. Pero eso no va a pasar solo: se necesita de una sociedad que se empodere y que lo exija, sea indígena o no.”




Para Mardonio Carballo, la lucha decisiva para cambiar el panorama cultural del país, debe librarse en el territorio de los medios públicos de comunicación: “El único lugar en donde podemos incidir como sociedad, es en los medios públicos. Porque son pagados con nuestros impuestos. Todos nosotros tenemos el derecho de ir y plantarnos para exigir que ahí se vea reflejado el rostro múltiple de un país como el nuestro. Es el único lugar. Si ahí no lo podemos lograr, no lo vamos a lograr en ningún otro lado. Donde tenemos que pelear como sociedad para tener los medios que tenemos, es en los medios públicos. Y si no le gusta que le sigan pateando el trasero, la sociedad mexicana ya debería estar preparada. El horno no está pa’ bollos. Estamos asistiendo a un embate hacia los medios críticos importantísimo, terrible. Entonces si no logramos defenderlos y dar la cara para acceder los derechos a la información y a la libertad de expresión que hemos ganado… dejarlos disipar me parece una obstinación por siempre perder”.



Sin embargo, en el año 2015, quinientos años después del desembarco de los conquistadores en el Nuevo Mundo, México sigue estando habitado, en un alto porcentaje, por pueblos indígenas. “Es difícil desandar una estrategia de castellanización de muchos siglos, pero también es cierto que, desde el siglo XV, se han conservado 68 lenguas originarias en México. Algo hemos hecho bien para que sigan existiendo, porque hemos tenido todo en contra. Que hoy hayan venido más de treinta personas me parece importante. No porque sea yo, sino porque me parece que entonces el paradigma se está rompiendo. Que un escritor en lengua náhuatl pueda venir y generar cierto impacto es importante. Lo que habría que asegurar es que los miles de escritores en lenguas indígenas puedan hacer lo mismo”, finalizó.



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