martes, 19 de diciembre de 2017

Miles y Coltrane, juntos de nuevo


Por: María Eugenia Sevilla.

Hombre de pocas palabras, Miles Davis jamás habló de su ruptura con John Coltrane. Ni siquiera en La autobiografía, que muchos tachan de poco precisa en hechos trascendentales.

Cinco años y ocho discos que se convirtieron en referente del cool jazz y del hard bop marcaron la intensa relación musical que Miles, el cuatro (o más) veces revolucionario de la trompeta, sostuvo con el más grande saxofonista que se ha conocido. Un trozo de la historia de la gran música llegaba a su final, de forma discreta, después de una gira por Europa en 1960.

“¿No cree que Coltrane va demasiado lejos?”, le preguntó un periodista al final del tour. “No”, le respondió”. “Soy yo quien es incapaz de llegar tan lejos como él”.


Fue todo lo que dijo.


Miles Davis aún no era Miles, pero ya tenía un nombre –salpicado de fama de junkie- cuando invitó a Coltrane a formar parte de uno de sus más célebres ensambles, su primer Gran Quinteto –que en ocasiones se extendía a sexteto- en 1955.




Tenían la misma edad, pero no la misma estatura. Ni cuna.

Trane procedía de una familia pobre de Carolina del Norte; Miles era el hijo de un dentista rico de San Luis. Y aunque el saxofonista tenía sus credenciales, pues venía de tocar con uno de los padres del bebop, el monumental Dizzy Gillespie –el otro fue Charlie Parker-, era más bien uno de tantos buenos ejecutantes sin una voz propia.

“Me alegraba tocar lo que se esperaba de mí”, comenta Coltrane en el documental Chasing Trane (2016), de John Scheinfeld, que recupera algunos testimonios del saxofonista en la voz del actor Denzel Washington. “Quería definir mi propio estilo, pero no estaba listo. Tenía tanto que aprender”.

Lo hizo. Y superó al maestro, quien durante aquella colaboración grabó las legendarias sesiones con Prestige (Cookin’, Relaxin’, Workin’ y Steamin’ with the Miles Davis Quintet) y algunos de sus títulos emblema con Columbia, como Round About Midnight, Milestones y, la que cerró el ciclo en 1959, Kind of Blue.

El desenvolvimiento musical de Trane no fue tanto un proceso estético como el resultado de un trabajo espiritual, en el que la heroína -o mejor dicho, la ausencia de ella- tuvo mucho que ver.

Curiosamente, fue gracias a esta droga que se coló al legendario grupo, pues Miles –quien también conocía los infiernos del caballo desde su adolescencia-, precisamente lo reclutó porque Sonny Rollins –uno de los pocos gigantes de la época que sigue vivo-, tuvo que dejar la banda, a la que acababa de incorporarse, para lidiar con su adicción.

Miles es un tipo extraño. No dice mucho, rara vez habla de música. Siempre parece estar de malas o que no le importa lo que hace la demás gente que está alrededor. Es muy difícil, en una situación así, saber qué debes hacer. Y tal vez fue por eso que empecé a hacer lo que yo quería

De aquel quinteto, el saxofonista no salió por usar drogas, como le sucedió con Dizzy Gillespie, primero en diciembre de 1950, cuando éste lo sorprendió durante un intermedio en el sótano de un club, inyectándose heroína con el saxofonista Jimmy Heath; y la definitiva a los pocos meses.

Todo lo contrario...

Durante el lapso en que estuvo con Miles (1955 a 1960) la vida y la música de Coltrane dieron un giro radical, después de casi perder la vida por una sobredosis en 1957, año en que salió Round About Midnight.

Fue entonces cuando paró, cold turkey, encerrándose en su casa de Filadelfia hasta perder el devastador síndrome de abstinencia. Cuando “despertó”, aseguró haber vivido un deslumbramiento espiritual que lo condujo a una vida más plena y productiva. Prometió dedicar su música a la iluminación; suya y de los demás.

Volvió a Nueva York y comenzó a tocar con el pianista Thelonius Monk, genio de la improvisación. Cuando regresó con Miles, a finales de ese año, ya era otro. La música estaba a punto de dar un giro también.

“Cuando se limpió, las cosas comenzaron a desplegarse”, comenta en Chasing Trane el bajista Regie Workman, quien fue su compañero de banda.

Su actitud era arriesgada. La de un explorador que se abre camino en un territorio desconocido, alumbrado solamente por su propia luz. Y una inigualable técnica que -esa sí-, había pulido desde sus comienzos con Gillespie de forma obsesiva.

“Miles es un tipo extraño. No dice mucho, rara vez habla de música. Siempre parece estar de malas o que no le importa lo que hace la demás gente que está alrededor. Es muy difícil, en una situación así, saber qué debes hacer. Y tal vez fue por eso que empecé a hacer lo que yo quería”, comenta Coltrane en el documental de Scheinfeld.

Y el Príncipe de las Tinieblas, quien se distinguió hasta sus últimos días por ser un cazador e impulsor de talentos, lo dejaba hacer. Le permitía alargar sus solos, cada vez más desestructurados, osados e interminables, sin acotarlo en ningún sentido.

A menudo Trane se extendía más que el propio líder de la banda, quien llegó a bromear al respecto: “¿Por qué haces solos tan largos?”, le preguntó en una ocasión. “No lo sé, parece que no encuentro el momento adecuado para detenerme”, le contestó el otro. “Bueno, simplemente podrías sacarte el saxofón de la boca”, respondió, irónicamente, Miles.

En 1959, el quinteto grabó Kind of Blue -considerado uno de los discos de jazz más grandes de todos los tiempos- con John Coltrane como saxofonista principal.

“Fue un acontecimiento de gran significado en la vida de John. En retrospectiva, debió sentir que esa grabación fue el final de una etapa, y el inicio de una nueva trayectoria, el anuncio de futuros cambios (en la música). Él sería la fuerza creadora de buena parte de ellos (…) aquí escuchamos por primera vez el estilo que tomaría al dejar el grupo de Miles”, señala Eric Nisenson en su libro El nacimiento de Kind of Blue, obra maestra del jazz.



A los cinco meses, Trane lanzó su quinto álbum solista, Giant Steps,que muchos consideran su conjunto de piezas mejor logrado. Tras la epifanía del 57, había comenzado a devorar textos sagrados (el Tao, entre ellos) y lecturas sobre diversas religiones. En ese álbum intentó responder preguntas universales sobre la vida, el amor y la muerte.

“Tengo que seguir experimentando. Tengo una parte de lo que estoy buscando, pero no todo”, admitió el músico, quien comenzaba a construir -en palabras de Jason Pharam, autor del artículo What Haunted John Coltrane, publicado recién en el sitio Fader- una “cosmología” propia que se expresaba con claridad en sus solos, cada vez más cercanos a “explosiones de luz”. Estas intervenciones llegaron a ser el vehículo mismo de la búsqueda de Dios. Una forma de oración que quedó de manifiesto en discos que grabó más tarde para el sello Impulse!, como Ascension, Om o su magistral A Love Supreme, y que en el escenario, daban lugar a sus solitarias improvisaciones libres que alcanzaban la hora de duración.

La libertad de Trane comenzó a incomodar al generoso Miles, quien siempre mostró un enorme respeto por él.

Mientras el trompetista mantenía sus solos en la pulcritud, Coltrane terminaba por dispararse y delirar hacia sonoridades paroxísticas, que no sólo se encontraron con oídos parcos, sino con la incomprensión de una parte de la crítica, que llegó a calificarlas de absurdas, incluso de obscenas. Algo que empujó al blackbird del jazz a despedirlo.

El momento culminante llegó durante la gira del 60 por Suecia, Alemania y Suiza. Los dos genios estaban al borde de la separación. Era natural: Coltrane se elevaba del mundo. Y Miles iba a buscar, como lo hizo siempre, otras mentes llenas de ideas frescas para su permanente revolución musical.

A la vuelta, ya en Estados Unidos, se produjo el gran divorcio. Miles y John dejaron de tocar juntos... hasta hoy.

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