Por: Fausto Ponce
El libro de la periodista
Nina Teicholz es algo increíble, no tanto porque ser un libro fascinante que te lleva de la mano hacia
un panorama desconocido, sino porque genera una gran carga de escepticismo
conforme uno va leyendo La grasa no es como la pintan.
Para ilustrar el efecto que puede generar la lectura de este
libro en los amantes de las grasas saturadas, expongamos lo siguiente: ¿Qué tal
si todo lo que te han dicho sobre las grasas no verdad sino todo lo contrario?
Por supuesto que se sentiría un gran alivio, pero por otro lado, nuestro
sentido común pensaría que detrás de todo eso hay algún engaño, porque, después
de todo, el mensaje de Teichloz es demasiado bueno para ser verdad.
Teichoz realizó una investigación en Estados Unidos sobre las
grasas saturadas, “el ingrediente con el que se han obsesionado nuestras
autoridades sanitarias por más de 60 años”, y descubrió que estaban
completamente equivocadas: “Casi nada de lo que creemos comúnmente hoy sobre
las grasas en general y sobre las grasas saturadas en particular parece
correcto bajo un examen minucioso”.
Para su investigación, Teicholz entrevistó a profesionales de
la salud (médicos, nutriólogos) y representantes de la industria alimenticia,
además de haber asistido a diversos congresos y conferencias. Asegura haberse
echado un clavado a artículos científicos y de haber consultado directamente
estudios de nutrición.
La autora comenta que en 1993 se lanzó la Iniciativa de Salud
de la Mujer, un estudio que incluyó a 49 mil mujeres bajo la expectativa de que
los resultados validaran los beneficios de la dieta baja en grasa, falló por
completo: “Después de una década de comer más frutas, verduras y granos
enteros, dejando la carne y las grasas, estas mujeres no sólo no perdieron
peso, sino que tampoco vieron una reducción significativa en su riesgo de
enfermedad cardíaca o cáncer de ningún tipo importante”.
A lo largo de 10 capítulos la autora realiza un viaje donde
desmitifica diversas posturas que sostienen que una dieta baja en grasa es más
saludable y se lanza hacia el lado contrario, apoyándose en las investigaciones
de diversos autores que han investigado los efectos de los productos animales
en la salud, autores que usualmente han sido ninguneados por no formar parte
del paradigma reinante.
“Lo que encontré, increíblemente, no fue sólo que era un
error restringir la grasa, sino que nuestro miedo a las grasas saturadas en los
alimentos animaes —mantequilla, huevos y carne—, nunca se basó en una ciencia
sólida. Se desarrolló una preferencia en contra de estos alimentos muy pronto y
se arraigó, pero la evidencia reunida para sustentarla nunca llegó a ser un
caso convincente y desde entonces se ha desmoronado”, nos dice la autora.
Según lo encontrado por Teicholz, la diabetes, enfermedades
cardiacas, obesidad y otras enfermedades crónicas, está más relacionados con el
tipo de carbohidratos que comemos que con las grasas saturadas que se
encuentran en los productos de origen animal.
Teicholz nos engancha de principio a fin gracias al factor
sorpresa: a cada capítulo nos sorprende con sus descubrimientos y aun si no
alcanzamos a creerle del todo, al menos es capaz de sembrar una duda razonable.
La periodista espera que poco a poco más estudios al respecto vayan saliendo a
la luz.
Al final, la autora menciona que le faltó abordar el tema de
la ética relativa al tema animal y las consecuencias ecológicas, por ejemplo,
en el caso de los gases emitidos por la gran cantidad de reses. Por ahora, esos
temas están pendientes en su agenda.
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