Por: Mari-Jane Williams / The Washington Post
Cuando Erin y Kevin
O’Donnell ingresaron en la Universidad de St. Joseph de Filadelfia, los juegos
de baloncesto se encontraban en el centro de la escena social del campus. Kevin
no jugaba en ningún equipo de futbol americano, así que el baloncesto fue para
él una opción perfecta.
Al concluir sus estudios,
la pareja eligió el área para vivir, por lo que su costumbre no cambió. Es
decir, siguieron asistiendo a la cancha de ese deporte. Una vez que tuvieron
hijos, esperaban que ellos seguirían con la tradición por la afición al
baloncesto.
Pero los O’Donnell
descubrieron que su hijo mayor, Declan, de 8 años, era autista. Cuando lo
llevaron a los juegos, sus padres notaron que el ruido de las gradas le
molestaba. Parecía inquieto entre el calor de las porras.
“Necesitaba un descanso
sensorial”, dijo Erin O’Donnell. “Sólo le dábamos comida para que lograra
aguantar todo el partido. Sin embargo, sólo aguantaba la mitad. Hay demasiada
gente y mucho ruido, y no le cayeron bien”.
Su vida cambió el 2 de
diciembre, cuando la universidad instaló una sala de descanso especial para
autistas. La familia se emocionó cuando la visitó por primera vez.
La sala, un proyecto
conjunto del departamento de deportes y el Centro Kinney para la Educación y
Apoyo del Autismo, está diseñada para crear una experiencia inclusiva para las
personas con autismo y sus familias.
Libre de ruido
Cuenta con auriculares
con bloqueador de ruido, pelotas inflables, tapetes coloridos y sillones.
Proporciona un escape
para las personas que se sienten abrumadas por la multitud, los ruidos y la
imprevisibilidad del juego. Los expertos del Centro Kinney han capacitado al
personal de la cancha de baloncesto para apoyar e interactuar con los
visitantes que tengan discapacidades.
“Hemos creado en el
campus un ambiente propicio para incluir como amigos a personas con autismo”,
comentó Joseph McCleery, director ejecutivo de Programas Académicos en el
Centro Kinney. “Este es un objetivo fundamental para nosotros”.
Fue Jill Bodensteiner,
directora de Atletismo de la Universidad de St. Joseph, quien tuvo la idea de
instalar una sala especial libre de ruido junto a la cancha de baloncesto. Ella
tomó la idea de las salas libres de ruido que los equipos profesionales de
baloncesto están desarrollando. Acto seguido, se acercó al Centro Kinney para
que desarrollara el concepto.
A medida que las tasas de
autismo han aumentado en los últimos años (actualmente afectan a uno de cada 59
niños en Estados Unidos, según los Centros para el Control y Prevención de
Enfermedades), muchos equipos de deportes profesionales, incluidos los Philadelphia
Eagles y Utah Jazz, han abierto espacios similares en sus estadios.
“Todos nos hemos vuelto
un poco más sensibles y, como sociedad, un poco más educados acerca del deseo y
la necesidad de hacer que los eventos sean más agradables”, afirmó Bodensteiner.
“Todos conocemos a alguien que está afectado por el autismo, entonces”.
Empatía, la clave
“La respuesta fue
concentrarnos en lo que los visitantes de la cancha necesitaban para disfrutar
su estancia. El personal fue capacitado para ser compasivo y empático, y para
comprender las necesidades de las personas con discapacidades intelectuales y
de desarrollo”, añadió Bodensteiner. Y la sala está muy cerca de la cancha, lo
que permite a las familias ir a la sala de descanso y regresar a la cancha muy
fácil y rápido.
La sala de descanso
también está diseñada para adultos con autismo, por lo que no se trata de una
sala de juegos exclusiva para niños, refirió McCleery.
Zoe Gross, la directora
de Operaciones de Autistic Self Advocacy Network, expresó a través de un correo
electrónico que está feliz de que el espacio sirva a personas de todas las
edades.
El 2 de diciembre, Declan
llegó a las gradas de la cancha al medio tiempo del partido. Antes se montó
sobre una gran pelota amarilla y en pocos segundos sus risas delataron que se
encontraba liberando el estrés, comentaron sus padres.
Regresó a la sala de
descanso cerca del final del juego. Fue un gran avance con respecto a
experiencias pasadas, en las que Erin o Kevin salía con Declan a un pasillo
afuera de la arena, mientras el otro se quedaba adentro con sus hijos menores,
de 6 y 22 meses.
“Queremos poder disfrutar
de este tipo de actividades”, indicó Erin, “y las organizaciones están
comenzando a notar que, si quieren vender los boletos para los partidos, es
necesario que desarrollen este tipo de salas de descanso para personas con
autismo”.
Ha llegado el momento
de integrar a las personas con autismo a la cotidianidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario