lunes, 27 de mayo de 2019

La literatura es, a veces, lo que el periodista no puede decir: Bolívar Roblero


Por: Eduardo Bautista

Se dice que el periodista es la suma de las historias que ha contado. ¿Pero qué sucede con todo aquello que se quedó en su grabadora, sus libretas y su cabeza?

Bolívar Roblero Zúñiga intuye que esa pregunta —tan tormentosa para los reporteros menos éticos— puede ser el inicio de la literatura que tantos informadores han ejercido a lo largo de la historia. Como cuando Antoine de Saint-Exupéry ofreció en la noble historia de El Principito la antítesis del mundo que le tocó narrar como corresponsal de la Segunda Guerra Mundial.

“En el periodismo se debe buscar y contar la verdad, por muy dura que esta sea. La literatura es, a veces, lo que el periodista no puede decir”, dice en entrevista con El Financiero el hombre que ha estado en las redacciones de los medios más importantes del país, en todas las formas posibles que existen para un comunicador: ha sido hueso (así se llamaba a quienes asistían en cualquier tarea del oficio que nadie quería hacer), cablista, redactor, reportero, editor, jefe de información, jefe de redacción, coordinador editorial…

Acaso un poco hastiado de lidiar con esa otra forma de lo efímero que son las noticias, a Bolívar Roblero le surgió la cosquilla de escribir algo que con el tiempo no se convirtiera en el periódico de ayer, que —dice— no tiene mayor utilidad que hacer madurar la fruta o absorber los orines del perro. Así nació Xtabay y otros cuentos (2018), un libro de relatos en el que la ficción explica aquello que la realidad no puede.

De esta forma, el autor aborda, mediante el misterio, algunos de los acontecimientos más dolorosos de México, como la represión del Movimiento Estudiantil de 1968, el halconazo de 1971 o el trato esclavista al que fueron sometidos miles de campesinos a principios del siglo XX.

“Como nunca se aclaró lo sucedido con los movimientos estudiantiles, yo ofrezco una explicación a través de mi personaje: un agente federal que bien puede ser Nazar Haro o cualquier otro que haya estado a cargo del Batallón Olimpia”, señala. “En la literatura no importan los nombres: es la única forma en la que los periodistas nos podemos dar la licencia de contar nuestra versión de los hechos”.

En este libro también decide vengarse del capataz gringo que maltrató a sus abuelos paternos, quienes eran campesinos en Chiapas. Sólo que, en la ficción, ese capataz es un arqueólogo alemán que es devorado por Xtabay, quien, según la leyenda maya, es una mujer bellísima que engulle el alma y el cuerpo de los hombres que se enamoran de ella.

La necesidad de contar le fue sembrada a Bolívar por sus padres, dos historiadores apasionados por la cultura prehispánica, quienes lo nutrieron de narraciones épicas sobre batallas y sacrificios. Recuerda sus viajes a Chichen Itzá o Teotihuacán casi como experiencias cinematográficas, porque sus padres, dice, tenían el don del relato: “una de las mejores enseñanzas que puede aprender un reportero”.

Recuerda una ocasión en la que estaba en el Castillo de Chapultepec, también con sus padres, y como era su costumbre, preguntó a un policía: “¿Es cierto que aquí deambula el espíritu de Carlota?”. El oficial respondió que no, pero que sí sabía de un velador que se había enamorado del fantasma de una chica que había muerto en los pasillos del Castillo en los años 60. De ese hecho deriva su cuento El guardián perpetuo.

Este narrador no se da ínfulas de escritor en un medio editorial en el que, pareciera, a veces hay más autores que lectores. Durante cuatro décadas ha caminado las veredas periodísticas, que no están exentas de baches y señales equívocas. Han sido años de satisfacciones, pero también de recortes y crisis. Así es el oficio más lindo del mundo, como lo llamó García Márquez.

“La literatura también me sirvió para hacer lo que no me atreví a hacer en la vida real”, afirma Bolívar.

Se refiere a cuando era redactor en Canal 13. Era 27 de noviembre de 1983. Por el télex de la agencia EFE llegó la noticia del día: el vuelo 11 de Avianca se estrelló en Madrid; no hay sobrevivientes. Entre los tripulantes, dos mexicanos: el escritor Jorge Ibargüengoitia y la actriz Fanny Cano. El reportero decide darle todo el peso de la nota a ella; apenas una línea al dramaturgo. Bolívar, indignadísimo, entrega el texto al conductor del programa. Ibargüengoitia era su autor favorito.

En su libro, la historia es diferente: Bolívar se arma de valor, cambia la nota del reportero y se enfrenta a la ira de una temible jefa de información, de esas formadas en la vieja guardia: “si no me convence tu explicación, te cuelgo de los huevos de la antena del master”.

“El periodismo es un oficio que se aprende en las calles y en las redacciones. Hay cosas que jamás vas a aprender en la escuela. Hay que aprender a leer entre líneas y ver lo que en realidad quieren decir. Como cuando AMLO dice que no tiene nada contra un periódico, que no se va a meter con él, en realidad está diciendo todo lo contrario”.

Fuente: El Financiero

No hay comentarios:

Publicar un comentario