domingo, 12 de mayo de 2019

“La metáfora permite sublimar la realidad”: Ana Clavel


Por: Ricardo Quiroga 

A Ana Clavel le ha tomado cerca de nueve años concretar su nuevo libro, Breve tratado del corazón, una novela polifónica en la que confluyen cuatro historias que permiten a la autora explorar ese misterio que es el corazón y que están enriquecidos con injertos que dan cuenta de información científica, histórica y hasta mítica sobre el órgano vital al que le conferimos el carácter emocional.

Sandra es una mujer que, justo un instante después de suicidarse, con el peso de la vida fuera de sus hombros, resuelve que no ha vivido lo suficiente. Horacio, un hombre que después de una intervención de corazón descubre que ha dejado de ser el mismo que era antes, un ser autómata que es prisión de sí mismo. Casandra, la existencia metafísica de una mujer cuyo cuerpo aparece descuartizado, dentro de una maleta y que lo mismo diserta que deambula sin rumbo por la ciudad. Y, por último, el diálogo caótico de un sicario en cuyo interior se revuelcan las pulsiones de un psicópata, delirante dueño y señor de legiones de tipo bíblico.

Dotar al corazón de significados
En entrevista con El Economista, Clavel hace hincapié en que su nueva novela se compone de situaciones límite que llevan a cambiar la dirección de la barca de la vida.

“Como acostumbro cuando hago mis indagaciones a propósito de un tema, leo mucha bibliografía sobre el asunto. Empecé a ver asuntos anatómicos o legendarios; a recabar información, de tal manera que, de pronto, en la historia de Horacio comenzaron a entramarse los otros personajes, que se fueron relacionando como el flujo sanguíneo, de una a otra voz”, explica y razona que no fue gratuito que la historia de cada personaje se relatara desde distintas perspectivas, ya fuera en primera, segunda o tercera persona.

Aunque Breve tratado del corazón se compone por 150 páginas, el trabajo detrás fue vasto, enriquecido con información científica, condensado, literaturizado y metaforizado por Clavel para dar sustento a su ficción. Pero también hay mucho de trasfondo literario en la obra. Basta con leer el epígrafe con el que da inicio el libro, un extracto de Las mil y una noches, donde a Sherezada le revela a Aladino cuál es la verdadera lámpara de los deseos: el corazón.

“Hablar sobre el corazón de una manera íntegra es imposible. Entonces, mejor estableces un juego a través de la ironía, de lo particular, de esas partes con las que se pueda hacer alusión de la totalidad de ese símbolo tan complejo, al que hemos dotado de toda una carga impresionante de significados”.

Violencia desde la ficción
Que sus personajes sean regidos o estén condicionados por las distintas mitologías ha sido un distintivo de la obra de Ana Clavel. “Para mí, el encuentro con el mundo grecolatino fue capital, formativo. En ese sentido, nunca me ha abandonado”, afirma. Dice que es de esta fuente donde ha abrevado más para hacer metáfora de la realidad, por más dura que esta pueda resultar, sobre todo en esta obra.

“La metáfora de la fantasía permite sublimar la realidad”, resuelve antes de extenderse sobre la necesidad de abordar con la literatura toda esa violencia que ha permeado en la sociedad mexicana. “Hace 10 años no me hubiera imaginado escribiendo sobre esto. Creo que es una realidad tan fehaciente que resulta imposible que no te toque. Este caso se cruzó en mi camino de manera casi cotidiana. Una chica enmaletada apareció a unas cuadras de mi casa”, hace referencia a la aparición del cuerpo decapitado de una mujer cerca del Metro San Pedro de los Pinos, en el 2014, y que usó para su personaje de Casandra.

“Es el caso del personaje del sicario, que se narra a través de una suerte de voz plural mayestática que justo tiene que ver con la sensación de poderío psicópata que puede tener un asesino. Justo este trabajo metafórico fue el que me permitió tener un acercamiento. Aunque de igual manera para mí resultó brutal. No fue nada fácil ponerme en sus zapatos”, confía.

“Los ejercicios de poética literaria permiten hablar de lo que sea a través de la metáfora, la fantasía, de figuras con las que, por más que intentes capturar la realidad tal cual, es imposible y lo único que se puede hacer es justamente darle un tratamiento literario”.

Defiende que en la medida en que un escritor permita que la ficción haga su propia apuesta, la realidad se enriquece, como si esta realidad no fuera suficiente, dice con pesar.

“Me resultaba doloroso sentarme a trabajar el corazón sicario. Confieso que me apesadumbraba la voz que iba desarrollando. Además, yo sentía que era verosímil. Me golpeaba mucho, me deprimía, y, sin embargo, hubo un compromiso con la escritura, y es que, bien lo decía Felisberto Hernández, que la responsabilidad del escritor es hacer crecer las historias que lleva dentro hasta donde tienen que crecer. Me quedé un poco estragada de cómo concluyó Breve tratado del corazón”, reconoce.

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