domingo, 8 de septiembre de 2019

Las siete décadas de Óscar de la Borbolla


Por Julián Crenier

Autor de libros como Las vocales malditas,  El arte de dudar, La rebeldía de pensar,  Asalto al infierno y Filosofía para inconformes, Óscar de la Borbolla dice no sentirse complacido con lo que ha escrito hasta ahora.

"Yo padezco del vicio de ser fáustico" exclama. "Creo que nadie puede sentirse satisfecho de su trabajo por mucho que haya escalado en el monte de sus deseos. Uno siempre quiere más. A mí Giovanni Papini me inoculó una ambición desmesurada. En Un hombre acabado [1913] da toda una explicación en la que dice que fracasó en su vida, pero que el fracaso hay que medirlo de acuerdo con las metas que uno se propone. Él se propuso ser Dios, “y casi lo logro”, dice. Cuando te marcas una meta te condenas a un destino, y ha habido muchas piedras en el camino que no me han dejado correr. Piedras puestas y piedras que dependen del propio peso que traigo. Pero no, para nada me siento satisfecho.

El augurio de la abuela

¿Alguna vez imaginó que llegaría a construir la carrera que tiene al día de hoy?

"Mi abuela, que era la que prefiguraba mi futuro, me dijo de niño que no servía para nada. Que era de lo que el diablo apartó y no se llevó por malo. En ese sentido me da gusto si me hacen el homenaje, porque de alguna forma todo ha valido la pena en algún sentido. Tengo un montón de libros, pero sólo me siento bien con una docena de ellos. Todos los demás me los podría haber ahorrado. Algunos me dan vergüenza y otros me causan una especie de ternura".

¿De qué manera se adentró en la literatura cuando era niño?

"Cuando tenía cinco años mi madre se enfermó de una embolia y quedó hemipléjica. Yo me encargué de atenderla, cuidarla y entretenerla. Había pocos libros en mi casa, pero por las tardes le leía las rimas y leyendas de Ramón de Campoamor y el Álbum del corazón de Antonio Plaza. A mí me encantaba porque, aunque no entendiera nada, el sonsonete de la rima y el verso de once sílabas me sonaban muy bien. Luego esos libros se gastaron y comencé a escribir mis propios cuentos y poemas para leérselos. Ya en la secundaria hice acrósticos y se los cambiaba a mis compañeros por tortas. Así que empecé a leer y escribir de muy joven. Era un lector compulsivo, leía un libro diario".

Compañero de José Revueltas

Óscar de la Borbolla no inició con las lecturas tradicionales de un niño común, sino por autores poco convencionales como José María Vargas Vila o el mismo Papini. Nunca fue un buen alumno, sin embargo la lectura voraz y la avidez de rebeldía siempre estuvieron presentes durante su juventud:

"Tenía un clóset independiente que estaba lleno de libros, el cual forré todo de negro y le puse un foco. Se llamaba “Mi Tumba”. A la escuela no iba. Me fui de pinta cuando estaba inscrito y francamente me brinqué varios años de estudio. Toda la primaria me la ahorré y en la secundaria estaba muy enviciado. Iba muy de vez en cuando y me la pasaba leyendo. Era más o menos retraído y sin amigos. Ya en la prepa fue distinto porque me tocó ir a la Prepa 5, una muy peligrosa. Ahí estaba como director un hombre llamado Méndez Rostro que cobijaba a un grupo porril que acabó siendo la semilla de Los Halcones. En ese entonces andaba leyendo a Nietzsche y formé un grupo que se llamaba “El Grupo Nihilista de Coapa”. ¡Era una loquera! Ahí fue cuando empecé a vincularme con los problemas sociales, y para cuando entré a la Facultad de Filosofía y Letras me integré de inmediato al Comité de Lucha. De hecho en esa época tuve la suerte de ser compañero de cuarto de José Revueltas. Vivíamos en un salón de la Facultad y en esas noches raras y largas leíamos poemas de Otto René Castillo y del mismo Mao Tse Tung.

¿Se considera más como filósofo o como literato?

"Creo que soy una especie de pensador. Ni filósofo ni literato. Un pensador que a veces piensa narrativamente y a veces ensayísticamente. En el fondo me siento muy a gusto en el ensayo breve, pero balanceo la filosofía, la literatura y la ciencia. Desde hace unos años mis lecturas son de matemáticas y de física. Ya no leo novelas porque la literatura me ha dejado un poco desencantado. Sin embargo, cuando yo mismo escribí novelas me resultaba muy satisfactorio el hallazgo de un giro literario que me descongestionara la trama, ya que nunca planifico una obra. Cada página es como una página en blanco, un salto al vacío. Reviso mucho, vuelvo atrás y corrijo. Avanzo como cangrejo: tres pasos hacia adelante y dos para atrás. Soy muy lento, el saldo de un día es cuando mucho de una cuartilla. Solamente tengo claro a dónde no quiero llegar, pero nunca a dónde quiero ir".

En la guerra no hay tiempo para la filosofía

Es un escritor irreverente hasta con la misma irreverencia. Reconoce también que El arte de dudar (2017) sí está diseñado como un ensayo visto desde distintos ángulos, en el cual aborda qué es dudar:

"La verdad suspende al pensamiento, lo único que lo mantiene constante es la duda. Pero la duda no se puede aplicar a cualquier cosa, necesita uno enfrentarse a cosas insolubles como: ¿por qué soy y por qué hay ser? Después llego a unas conclusiones medio raras en las cuales termino encerrado en el solipsismo, convencido de que no hay más realidad que mi propio pensamiento. Sin embargo, hay una realidad que me reclama y me doy cuenta de que está la acción. El pensamiento se debe suspender, porque hay que actuar.

Si la realidad devora al pensamiento, ¿cómo cree que la filosofía pueda actuar en un México donde los problemas sociales nos acechan día a día.

"Estamos en mitad de la guerra. Y en mitad de la guerra no hay tiempo ni espacio para la filosofía, ni para el amor, ni para nada. Entonces sólo queda la simple supervivencia. Parece que estamos obligados a la mera acción. Pero si uno se detiene en una noche de tregua, porque en una guerra debe de haber treguas, piensa si realmente vale la pena que la vida sea solamente eso. Hay que buscar un espacio donde quepan todas las cosas válidas de la vida, construir una especie de utopía personal. Hay un aforismo japonés que dice “Hasta en el infierno hay que vivir".

Y en un país tan vasto y con condiciones tan distintas en cada región, ¿cómo podemos hacer que llegue la filosofía a cada rincón.

"Hay que buscar un remanso para pensar los problemas desde otra óptica. Lo que nos aflige a nosotros en la Ciudad de México, de clase media, merodeadores de Ciudad Universitaria, es una cosa. No tiene nada que ver con la Lindavista y mucho menos con otras regiones del país. Lo que sí está sucediendo a nivel mundial, y que nos afecta a todos, es el modo en que está cambiando la vida, el Internet y las ciencias. El desarrollo tecnológico ha traído unos impactos tremendos en la conducta social y habría que reflexionar sobre ellos. Replantearnos el sentido del amor cuando ya no tiene nada que ver con las feromonas, sino través de la pantalla. Eso vuelve a poner sobre la mesa el asunto de que somos seres simbólicos".

Creatividad universitaria

La docencia ha sido una parte fundamental en su vida. Lleva 47 años dando clases en la UNAM y ha visto crecer centenares de estudiantes. Su preocupación por darle una visión crítica a sus alumnos no ha dejado de motivarlo hasta la fecha y parece que no cesará pronto:

"Mi tarea en la UNAM, aparte de explicar algún filósofo en turno y el contenido de la materia, es despertar la conciencia de que hay preocupaciones intemporales que afectan a todos los seres humanos y que, sin importar la circunstancia, de todos modos nos impactan. El trato con los jóvenes todavía no me resulta antipático y tengo una esperanza de poder incidir sobre ellos".

¿Cree que haga falta el aspecto creativo en los planes de estudio de las carreras de filosofía y letras en general?

"Casi todos los alumnos que llegan, sobre todo a Letras, quieren ser poetas o escritores. Lo que yo hago en la FES Acatlán es escoger una novela, encontrar asuntos filosóficos en ella y darles herramientas útiles para escribir. También invito todos los miércoles a muy buenos escritores para dar pláticas sobre cómo han hecho sus libros. Han llegado a ir personajes como Eduardo Casar, el buen René Avilés Fabila, Laura García, y otros más. José Agustín nunca se dejó, pero también lo llegué a invitar varias veces -dice mientras ríe-. Yo creo que sí es necesario que haya creación en las carreras universitarias, cómo no. Es una de las expectativas. Sería bueno que hubiera eso en algún aspecto, por eso trato de remediarlo en la FES Acatlán.

Escritor real

¿Cómo ha cambiado la escena literaria en México desde que usted comenzó a escribir? ¿Cree que hay demasiados escritores?

"Definitivamente hay un superávit de escritores. Cuando yo empecé había que irse por las vías formales: suplementos de periódicos, revistas y editoriales, pero ahora el Internet ha abierto un abanico infinito. Hay gente que no vale nada que arma una pandilla de seguidores en Twitter y que luego las editoriales buscan para una ganancia inmediata. Pero también en el universo de la web hay muchos sitios en los que se puede dar a conocer uno sin pasar por el medio impreso y por un comité editorial. El Internet ha cambiado todo. Vienen incluso hasta problemas de autoría: el plagio, el copiar y pegar… es un relajo".

¿Cree que hacen falta figuras literarias de autoridad como las de antes (Paz, Fuentes, Pacheco, Revueltas) o son obsoletas?

"Me pones en una disyuntiva muy rara. Estamos en franca posmodernidad y las figuras carismáticas del siglo XX son de la modernidad. Ya nadie quiere ser seguidor de nadie, aunque todos quieran seguidores. Yo no creo que ahora alguien se pueda encumbrar como ellos. Y qué bueno, porque quizá sería un cacique como Paz. Justamente andábamos huyendo de eso, su época fue terrible porque controlaba todo. Cuando acababa de sacar la edición de autor de Las vocales malditas me pareció buena idea ir a ver al “gran maestro”. Entonces lo fui a cazar al Teatro Helénico donde se iba a presentar. A la salida le dije:

      “¡Maestro! Le traigo mi libro de Las vocales malditas.

      “Sí, ya estaba enterado", respondió Paz.

      “¿Y ya lo vio?"

      “Sí".

      “¿Qué le pareció?" volví a preguntarle.

      “Le ha de haber costado mucho trabajo, ¿verdad?" fulminó Paz.

"Después de eso se dio la vuelta y se largó. Seguramente tiró mi libro a la basura y no vio que de esa edición autofinanciada le había dedicado el ejemplar número diez. Era un déspota insoportable".

A pesar de la trágica anécdota de su encuentro con Octavio Paz, no pierde su buen humor y la sonrisa que lo caracteriza. Comienza a imaginar un diálogo consigo mismo acerca de su destino y, a la vez, reconoce los logros de su trayectoria:

"Me diría a mí mismo: “Oye, todos los premios en los que participaste y no ganaste, estaban amañados. También te faltó socializar más. Si hubieras sido alcohólico te habría ido mejor en este mundo”. Finalmente me diría: “Qué bueno que no te esmeraste por el reconocimiento oficial, porque una cosa es ser un escritor de premios y otra cosa es ser un escritor real”.

NTX/JFC/VRP

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