lunes, 4 de enero de 2021

El pensamiento crítico: estos son los beneficios de enseñar filosofía a los niños


Por: Rocío Niebla

La filosofía está presente en cada rincón de nuestro día a día: dudamos, nos interrogamos, construimos el mundo a base de preguntas. La búsqueda de respuestas es como el camino a Itaca, más importante plantárselas y recorrer camino que las respuestas e Itaca en sí. Existo porque dudo, pienso luego existo. La filosofía debería tener un espacio importante en la educación, ya que fomenta razonar e interpretar el mundo. La UNESCO reconoce que “la educación filosófica favorece la apertura de espíritu, la responsabilidad cívica, la comprensión y la tolerancia entre los individuos y los grupos” y que “contribuye de manera importante a la formación de ciudadanos al ejercitar su capacidad de juicio, elemento fundamental de toda democracia”.

Lo primero que hacen nuestros niños y niñas es filosofar. Marina Garcés es doctora en filosofía y profesora de universidad. Acaba de publicar Escuela de aprendices, donde reflexiona sobre la educación y, cómo no, plantea preguntas: ¿De qué sirve saber cuando no sabemos cómo vivir?, ¿para qué aprender cuando no podemos imaginar el futuro? Estas preguntas son el espejo donde no nos queremos mirar. Nos da vergüenza no tener respuestas y resulta más fácil disparar contra maestros y educadores. ¿Cómo queremos ser educados? Marina Garcés afirma: “Los neurólogos como David Bueno dicen que incluso en las primeras fases de la infancia el bebé ya filosofa, en el sentido de que procesa aprendizajes de forma argumentativa. Luego lo vemos a través del lenguaje y de la actitud expresiva, y todos sabemos, aunque nos incomode reconocerlo, que los niños y niñas no se espantan ante las preguntas más difíciles y más profundas”.

Myriam García es la presidenta de la Asociación Filonenos de Asturias y miembro del Centro de Filosofía para Niños de España: “Filosofía para Niños es una propuesta educativa que busca despertar el pensamiento filosófico desde los primeros años de la infancia. Pero de lo que se trata es de llevar un tipo particular de filosofía. ¿Te imaginas aprender a nadar sin meterte nunca en el agua?, ¿tan solo leyendo un manual de técnicas de natación? No parece que sea una estrategia muy efectiva ¿verdad? Y lo mismo ocurre si pensamos en otras disciplinas que se imparten en las escuelas, como la música, la gimnasia o los idiomas. Son materias eminentemente prácticas y se aprenden mediante la práctica. Pues bien, lo mismo ocurre con la filosofía. No se aprende memorizando textos y autores clásicos, sino en la práctica, filosofando. Es decir, adoptando una actitud investigadora que busca interpretar y solucionar los problemas más inmediatos de la vida cotidiana. Haciendo nuestra la reflexión kantiana: no se puede aprender filosofía, sino aprender a filosofar”.

La doctora en filosofía Myriam García afirma que los niños pequeños pueden razonar. “El problema es que tienen muy poca información y experiencia. Mientras no conocemos el contexto de un evento puede parecernos algo confuso, y solo cuando descubrimos las conexiones le encontramos sentido. Lo mismo ocurre con las experiencias de la vida. El niño aprenderá a desarrollar las habilidades de pensamiento que posee cuando se conecten con sus propias experiencias concretas y no desde el mundo adulto, que tiene poco o nulo significado para él. Por eso es importante partir de sus propios intereses y elegir recursos y actividades que se planteen en un lenguaje próximo al suyo, que conecte con sus ideas, creencias, sentimientos y perspectivas”.

La mejor estrategia para conseguir el perfeccionamiento de nuestras destrezas de pensamiento es aquella que Sócrates nos legó: el diálogo entre la pregunta y la respuesta. Myriam García nos cuenta: “La filosofía nace del asombro y los niños viven permanentemente en ese estado. Con el tiempo, los adultos hemos aprendido a aceptar los enigmas que acompañan nuestra experiencia cotidiana y dejamos de preguntarnos por qué las cosas. La vida de un niño, en cambio, está llena de asombro y búsqueda de respuestas. A cada momento de su vida se encuentra antes sucesos nuevos y extraños que despiertan constantemente su anhelo innato de preguntar. Es entonces cuando los niños comienzan a formular preguntas que se pueden considerar filosóficas. Quieren saber el porqué de esto o aquello, así que lo preguntan: ¿Por qué las cosas tienen nombres?, ¿qué pasa cuando te mueres?, ¿para qué existimos?, ¿está bien mentir?”

Myriam recomienda a los padres y madres lo que Platón denominaba el método corto frente al método largo: “Donde el primero consiste simplemente en transmitir conocimientos, mientras el segundo, también denominado mayéutica, busca que surja el pensamiento a partir de preguntas. Este tipo de enseñanza requiere que los adultos reprimamos nuestra tendencia natural paternalista e invitemos a nuestros hijos a desarrollar sus propias destrezas mentales para pensar, razonar, tomar decisiones y juzgar”.

Las excursiones o salidas familiares, como visitar un museo o acudir a un concierto infantil, pueden ser una excelente oportunidad para experiencias filosóficas nuevas. Así, por ejemplo, ante una misma obra de arte, podemos preguntar a nuestros hijos qué es lo que ven, incorporando preguntas de menor a mayor complejidad en función de su edad: ¿Cuántos colores hay?, ¿cómo son las pinceladas?, hay personas?, ¿quiénes son?, ¿dónde están?, ¿qué hacen?, ¿qué representa esa escena?, ¿qué puede ser?, ¿nos gusta? De este modo, aprendemos a compartir nuestras impresiones con los otros y darnos cuenta de la diversidad de perspectivas y opiniones que se pueden mantener respecto al mismo tema.

“Siguiendo este mismo espíritu investigador, cada cuento, cada dibujo o juego infantil que compartamos con nuestros hijos puede servir como recurso disparador para iniciar un diálogo en torno a lo que percibimos, sentimos o pensamos acerca de una gran variedad de temas de su interés. Novelas, cuentos, cuadros, películas, poemas, canciones, objetos o situaciones. Todo puede despertar el pensamiento”, afirma Myriam García.

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