lunes, 25 de enero de 2021

López Luján narra la historia del hallazgo de la Coatlicue



Por: Reyna Paz Avendaño

El Premio Crónica publica El ídolo sin pies ni cabeza: la Coatlicue a fines del México virreinal, donde describe cómo fue el encuentro con la deidad mexica.

El director del Proyecto Templo Mayor, Leonardo López Luján, se adentró en expedientes inéditos del Archivo Histórico de la Ciudad de México que narran el momento en que fue descubierto el monolito de la Coatlicue, la diosa de la tierra. Los detalles de ese acontecimiento los narra el arqueólogo en su libro El ídolo sin pies ni cabeza.

El también investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y Premio Crónica 2019 explica cómo el corregidor intendente del México virreinal, Bonavia, informó que la Coatlicue vio la luz el 13 de agosto de 1790 y que fue sacada a superficie el 4 de septiembre del mismo año, datos tan escuetos que al virrey Revillagigedo le fueron insuficientes, él quería conocer más detalles de la escultura mexica.

 “En primer lugar, quisiera decir que estoy muy contento por la publicación en El Colegio Nacional de mi ensayo El ídolo sin pies ni cabeza: la Coatlicue a fines del México virreinal. Forma parte de la serie opúsculos, obras de muy pequeño formato y vendidos a 30 pesos, pero con un bellísimo diseño editorial del equipo de Alejandro Cruz Atienza”, comenta.

López Luján precisa que el ensayo tiene como origen un gran descubrimiento que, curiosamente, no es de carácter arqueológico, sino histórico.

“Me refiero a la aparición en el Archivo Histórico de la Ciudad de México de un expediente inédito que data del año de 1790. A este respecto, tenemos que recordar que el 13 de agosto de ese año emergió a la superficie el monolito de la Coatlicue, cando se hacían trabajos de remodelación en la Plaza de Armas, es decir, en lo que hoy llamamos Zócalo”, platica.

En el expediente se evidencia el interés del virrey Revillagigedo en conocer las características y las circunstancias del hallazgo, añade el arqueólogo.

“Así se tomó declaración al ingeniero, al maestro de obra y a testigos como los dueños de una mercería y una cacahuetería. En suma, este expediente es una maravillosa instantánea de ese momento memorable”, comenta López Luján.

En el libro, el arqueólogo narra que la Coatlicue se halló a escasa distancia de la superficie en el lado sureste del Zócalo, el monolito estaba recostado con su cara frontal hacia abajo, en una posición casi horizontal y tres semanas fue el tiempo que tardaron en extraer la escultura de más de 24 toneladas para colocarla de pie.

Posteriormente, la Coatlicue fue llevada junto a la Puerta de Honor del Palacio Nacional y después al patio de la Real y Pontificia Universidad de México, momento en que iniciaron los debates sobre su posible significado.

“El ensayo también narra el agrio debate que se desató en los círculos ilustrados de la capital novohispana en torno al significado de semejante escultura. En la prensa local y en varios ensayos se ventiló una interesantísima discusión en la que intervinieron el polígrafo Antonio Alzate, el astrónomo y anticuario Antonio de León y Gama, el jurista Ignacio Borunda y un criollo con el pseudónimo de Océlotl Tecuilhuitzintli”, indica López Luján.

Dichos personajes nunca lograron ponerse de acuerdo en la interpretación, añade el investigador, “Tampoco propusieron lo que realmente representa la escultura: la Coatlicue, diosa de la tierra y madre de todas las creaturas”.

Finalmente, agrega el director del Proyecto Templo Mayor, el ensayo aborda la percepción del monolito en aquellos tiempos.

“Recordemos que el 17 de diciembre de 1790 apareció la Piedra del Sol. Y en este sentido es curioso cómo dos obras maestras del arte mexica, descubiertas en el mismo momento, fueron juzgadas de maneras tan distintas. Por un lado, la Piedra del Sol, ejemplo máximo de la sabiduría en matemáticas, geometría y astronomía, fue llevada a la Catedral, para ser empotrada en la Torre Nueva y quedar visible a los transeúntes por cerca de cien años”, narra.

En cambio, la Coatlicue, una imagen decapitada y amputada, símbolo de la guerra y el sacrificio, fue escondida en un rincón del patio de la Universidad, expresa López Luján.

“Al poco tiempo y con el fin de que los estudiantes no fueran pervertidos con esa imagen y para que los indígenas no le rindieran culto, la Coatlicue fue enterrada por orden de los dominicos. La exhumaron brevemente en 1804 para que la viera Humboldt y en 1823 para que la copiara Bullock, pero de inmediato fue nuevamente inhumada. Es hasta 1825 cuando la sacaron con motivo de la fundación del Museo Nacional, ya en época del primer presidente de México, Guadalupe Victoria”, detalla.

El arqueólogo concluye que la Coatlicue es una de las máximas expresiones de la plástica mexica. “Nadie, absolutamente nadie pasa frente a ella sin quedar impactado ya por su belleza, ya por su monstruosidad”, asegura. 

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