Por: Reyna Paz Avendaño
¿Cómo fue la suite barroca que el guitarrista español Andrés Segovia le pidió escribir al compositor mexicano Manuel M. Ponce para atribuírsela a otro músico? o ¿cómo pudo ser El Caracol, el tratado de música que Sor Juana Inés de la Cruz escribió? Son algunas preguntas que Raúl Zambrano responde en su libro El eco de lo que ya no existe.
En 1929, Andrés Segovia le pidió a Manuel M. Ponce componer una suite en estilo barroco para atribuírsela al músico alemán Silvius Leopold Weiss (1687-1750), pero el manuscrito desapareció durante la Guerra Civil Española y la única evidencia de su existencia es una grabación que hizo Segovia, bajo la atribución apócrifa, en Londres, el 6 de octubre de 1930, para His Master's Voice.
“La mentira es la que nos permite creer en algo que no es posible que exista y eso es básicamente el arte. El arte construye un universo que no es el que habitamos, un universo al que vamos. En esta idea, Ponce y Segovia crearon un engaño explícito de componer una obra en estilo barroco, atribuirlo a un compositor barroco y grabarla como si fuera de un compositor barroco”, narra.
Ambos músicos llevaron la mentira lejos y, en algún momento, esa falsedad quedó sin poderse reafirmar. La música que escribió Ponce se perdió cuando inició la Guerra Civil Española porque la casa de Segovia fue “limpiada”.
“Entre las cosas que me duele más haber dejado en España y que hayan destruido, están tus manuscritos”, escribió Segovia a Ponce en una carta, misma que Zambrano recupera en su libro.
Años antes, cuando recién inició el juego de la mentira, Segovia le informó a Ponce:
“En otra revista informaré del éxito de Silvius Leopold Weiss. Estoy encantado del triunfo de este viejo maestro. Los críticos más enterados y cultos han hecho mención, en la crítica, de muchos detalles pintorescos de su vida. Y ha sido apreciada su semejanza con Bach. El preludio, la allemande y la sarabande, sobre todo, han gustado muchísimo. Te guardo toda la prensa”.
La mentira se vuelve inasible porque el original de la obra se perdió, añade Zambrano.
“Nos obliga a tener que imaginar cómo sería aquello que se desapareció, tenemos un referente pero no es referente, es un daguerrotipo, y nos pone en el centro del objeto de la música: la música nos obliga a imaginar una y otra vez lo que es”, expresa el autor.
En otro de los siete ensayos que incluye el libro editado por Turner, el también director del Cuarteto de Guitarras Manuel M. Ponce habla de música perdida y escrita en las catedrales de Puebla y Ciudad de México por Juan García de Céspedes (1619-1678) y Francisco López Capillas (1614-1674), respectivamente, además de El Caracol, de Sor Juana Inés de la Cruz.
“Tenemos la noción de acumularlo todo y preservarlo, sin embargo, luego ya no es todo, sólo es lo que nos dice el canon. Hemos perdido obra de Céspedes, de Capillas y de todos los escritores del Renacimiento y Barroco primario, pero es sorprendente la de Céspedes que fue 14 años maestro años de capilla de la Catedral de Puebla y sólo quedan 6 obras. ¿Por qué?, ¿cuál es el criterio de memoria y olvido de nuestra sociedad?”, cuestiona.
¿Dónde habrá quedado El Caracol?, interroga Zambrano. “Aquel tratado que Sor Juana, en un romance a la señora condesa de Paredes, confiesa haber comenzado por divertir sus tristezas y del que no se tiene trazo alguno, salvo 168 versos”, detalla.
En esa obra, la Décima Musa habla de “toda esa forma de imaginar la música que ya no es así, que la modernidad aplastó, el eco de ese antiguo pensamiento musical está en un cuaderno extraviado de Sor Juana”.
Nos urge escuchar música en vivo
“¿Cuántos habrán escuchado la Novena Sinfonía de Beethoven el día del estreno? Muy pocos y ¿cuántos de ellos tendrían la oportunidad de volverla a escuchar? Prácticamente ninguno. En cambio nosotros, con la radio y los discos tenemos cien versiones”, comenta Zambrano. Ambas tecnologías son un milagro, pero nos han vuelto desidiosos, añade.
“Actualmente, hay una urgencia de volver a escuchar la música en vivo porque lo único que pide la música es estar ahí, padecerla y gozarla, sin la ambición de recordarla después o de conocer su estructura”.
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