Por: Constanza Lambertucci
El compositor Arturo Márquez llega a un hotel sin gracia de Ciudad de México con el sombrero que no se quita para subir al escenario, uno estilo Panamá, esos de paja trenzada que también usaron Gabriel García Márquez o Thedore Roosevelt. El músico, uno de los compositores contemporáneos más importantes del país, estrenó en 1994 el Danzón N.º 2, una obra ligera y sensual que algunos consideran himno. El día del estreno la orquesta tuvo que repetirlo a pedido del público. Por aquel entonces, hace 30 años, a sus 40, Márquez empezaba a fusionar la música clásica con los sonidos tradicionales. Y entonces su carrera despuntó.
Nacido en Álamos, Sonora, hace 71 años e hijo de un padre mariachi, Márquez cree que de haber vivido menos tiempo no tendría el reconocimiento que ha alcanzado. Su obra ha trascendido México y este viernes la Filarmónica de Los Ángeles, dirigida por Gustavo Dudamel, interpreta en el Auditorio Nacional su Fandango, un homenaje al huapango mariachi y al fandango español que se estrenó mundialmente en enero. Desde que lo terminó, Márquez ha seguido componiendo sin parar. El zumbido que tiene en los oídos desde hace seis años no le impide trabajar. “Tengo tantas composiciones pendientes y a veces siento que se me acaba el tiempo”, dice a EL PAÍS.
Antes de irse, agarra el sombrero que dejó a su lado para señalar, amablemente, que la entrevista ha terminado. Tiene que prepararse para el homenaje que le harán esa tarde.
Pregunta. El sombrero lo lleva a todos lados, y lo sube al escenario.
Respuesta. ¿Mi sombrero? Ah, por eso me reconociste. Llevo cerca de 20 años con el sombrero. Siempre me han gustado. Es algo personal. De hecho, no sé por qué diablo se quitó esa costumbre de andar con sombrero. Es de los que le llaman Panamá, que luego no es muy fácil entontrar, pero con el internet uno lo pide.
P. Su padre y su abuelo eran mariachis. ¿Por ellos llegó a la música?
R. Mi abuelo era el músico del pueblo, en Chihuahua, en la sierra, y tocaba música de salón. Lo del mariachi vino cuando nos fuimos a Los Ángeles. La música que tocaban en el pueblo ya no se hacía y entonces mi padre se dedicó al mariachi. En nuestra casa, siempre había música popular. Poco a poco también música clásica porque yo empecé a estudiar en Estados Unidos, a los 14 años, ya grande. Mi madre no quería que estudiara música porque decía: “¿Vas a ser igual a tu padre? ¿Mariachi? No, no, no. Dos mariachis en casa no”. Pero viéndolo bien es una es una profesión que alimentó a su familia, a nosotros. Yo lo agradezco mucho.
P. ¿Se tuvo que rebelar?
R. De alguna manera sí. Me tocó la suerte de que en la secundaria pude estudiar música. Empecé con el violín, con la tuba, después con el piano. En aquel tiempo las escuelas tenían música. Ahora sé que se ha acabado mucho eso en Estados Unidos. Por alguna mala razón debe ser.
P. Además de la música mexicana que había en su casa, escuchaba a los Doors, a los Beatles...
R. Ah, claro. Bueno, eran los sesentas. Escuchaba la música de ese momento y me gustaba mucho el rock, por supuesto. Pero estaba estudiando música, y escuchaba también Chopin, Beethoven... A Debussy lo descucbrí ya después.
P. Le pregunté por la influencia de su padre y su abuelo. ¿Y su madre?
R. Siendo mexicano la madre es fundamental. Yo nací en la madrugada, y ella dice que esa noche lloré en su vientre. No sé cómo sea eso, pero ella me lo dijo. Se lo decía a todo el mundo, se lo contó a mi abuelo y mi abuelo le dijo que se callara inmediatamente, que no era bien visto que dijera esas cosas. Álamos es un pueblo hermosísimo, muy colonial, que se rige por las tradiciones, hay mucha magia y muchas creencias fuertes. Le creo profundamente a mi madre que haya llorado. Mi padre le llevó serenata la noche que nací.
P. ¿Sabe qué le cantó?
R. No, no sé, a lo mejor el que estaba cantando era yo.
P. ¿Al final su madre cambió de opinión sobre su profesión?
R. Cambió al poco tiempo, cuando se dio cuenta de que yo no veía otra cosa que no fuera música. Ambos estaban muy orgullosos de su hijo compositor. Te cuento una anécdota. Cuando llegó Gustavo Dudamel a Los Ángeles se hizo un gran concierto. No recuerdo cuál fue el programa exactamente, pero estaba el Danzón N.º 2 para abrir y mis padres en ese tiempo vivían en California. El teatro estaba llenísimo, no había lugares, y mi hermano quería comprarles unos boletos para que fueran a escuchar la obra de su hijo. Entonces le habló a un periodista, Steve López, de Los Angeles Times, que entrevistó a mis papás y les consiguió dos boletos para que fueran a la inauguración.
P. ¿Y qué dijeron sus padres?
R. No, estaban... Además era de alfombra roja. Estaban felices, mis papás eran personas muy humildes. Estaban muy orgullosos.
P. En los ochenta, usted empezó a incursionar en la música por computadora, pero finalmente se decantó por los sonidos tradicionales. ¿Por qué?
R. Uno va a estudiar composición y lo que estudia es la música más vanguardista. Yo estuve en esa tendencia desde que empecé a estudiar hasta 1988. Y en el 88, empecé a inquietarme por otras cosas. Me dieron una beca, la Fulbright, para ir de Estados Unidos y ahí fue donde tomé la decisión de cambiar totalmente. Lo cual no pasa muy frecuente porque empezamos a estudiar y seguimos por el camino que están llevando la mayoría.
P. Equiparó la música tradicional a la clásica.
R. Lo que hice hace 30 años es una fusión entre la música tradicional y la música de concierto. La parte del alma, del corazón, es la música popular, y la parte técnica es la música clásica. Muy a la manera como hacían los nacionalistas: como Rimsky Korsakov, Manuel de Falla, Carlos Chávez, [José Pablo] Moncayo... Lo que pasa es que en los últimos años prácticamente nadie estaba haciendo algo nacionalista, no era bien visto. La música tenía que ser distinta. Pero yo estaba convencido de que mi música tenía que ser la mía. Dejé de componer para los compositores y empecé a componer para la música.
P. Menciona el nacionalismo y usted ha compuesto piezas en homenaje a Benito Juárez o a Emiliano Zapata. ¿Qué importancia tiene la política en su música?
R. Yo no lo llamo política, lo llamo esperanza, lo llamo una conciencia social. No me quiero meter mucho con lo de la política, aunque sé que uno no se escapa. [Compuse obras para conmemorar] la matanza de Acteal, la matanza del 68... Tengo una cantata que se llama Sueños, sueños que son sueños guajiros: el sueño de Martin Luther King, el sueño de Ganhdi, el del indio Seattle, el de Guillermo Velázquez, muchos sueños que comparto. Las músicas tradicionales entran perfectamente dentro de estos ideales que tengo. Mi música tiene que hablar por mí, de mis tradiciones.
Arturo Márquez durante la entrevista en Ciudad de México. Mónica González Islas.P. ¿Cuál ha sido el momento más importante de su carrera?
R. Pues yo he vivido. Tengo 71 años, y en 71 años se dan muchísimos momentos importantes. Cada paso: haber podido entrar al taller de composición, una beca a Estados Unidos, haber estrenado una obra que se tuvo que repetir, el Danzón N.º 2, fue un momento muy fuerte.
P. ¿En México?
R. Sí. En [la sala] Nezahualcóyotl. Pero también está la parte personal, mis hijos, mis nietos... Por eso te digo que a los 71 años soy afortunado. Hay muchos compositores que hicieron muchísimo y murieron jóvenes. Alguien dijo por ahí que si [Silvestre] Revueltas hubiera vivido habría sido un gran compositor. ¡Qué gran mentira! Él era un gran compositor, murió a los 40 años y dejó un legado impresionante. Y ahí están Mozart, y ahí está Moncayo. Si yo hubiera muerto a los 40 años... Pues, no. Mi obra es a partir de los 40 años, es una realidad. Haber vivido hasta la edad que tengo ahorita ha sido fundamental para mi creación.
P. A esa edad compuso el Danzón N.º 2.
R. Sí, a los 43 años. Que se va a tocar hoy, y se tocó ayer, y se toca mañana...
R. Lo sigue escuchando.
P. Y me sigue sorprendiendo. Afortunadamente no únicamente a mí. Es una obra muy especial. Se hace en un momento crucial en México, con el levantamiento zapatista. Muchos estábamos diciendo “¡Por fin!”. Por fin se estaban levantando los indígenas. Y muchos compartíamos la lucha.
P. Lo escribió en ese contexto y se lo dedicó a su hija. ¿Personalmente qué significó?
R. Cuando lo terminé sentí que era una obra importante, muy distinto de lo que había hecho. Se lo dediqué a mi hija, es una dedicación de amor.
P. Hay gente que dice que es como un segundo himno de México.
R. ¿Ah, sí?
P. ¿No lo ha oído?
R. Se dice que el Huapango de Moncayo lo es. El Danzón N.º 2 se toca más que el Huapango, que es más local. El Danzón representa muchísimas cosas de la cultura caribeña, latina, tropical. Pero sobre todo es una obra que impulsa, que da esperanza. Lo hice en un momento en el que estaba muy esperanzado de que las cosas cambiaran para bien.
P. ¿Ha escrito ya nueve danzones?
R. Llevo 10, el décimo no se ha estrenado. Es para arpa solo.
P. Y este viernes la orquesta de Gustavo Dudamel interpreta Fandango, que se estrena en México como parte de la programación del Festival Cervantino.
R. El fandango es una fiesta de baile y también un género. Hay muchos tipos de fandango. En España es uno de los palos del flamenco, de ahí parte. Viene de España y se asienta en México, y en Argentina, y en Colombia, y cada quien lo toma a su manera. Cuando empieza [la pieza] hay como un llamado, yo me lo imagino como un llamado a través de la historia, hacia ese fandango español.
P. El segundo movimiento, escribió, es un homenaje al huapango mariachi y al fandango español. ¿Cómo lo imaginó?
R. Lo hice en 2020, un año muy doloroso. Tomé la decisión de que el segundo movimiento tenía que tener esa carga de dolor. Prácticamente todo el concierto tiene que ver con el 2020. El primer movimiento se llama Folia tropical y es a la manera de los conciertos de violín. La diferencia con los conciertos de violín clásicos es que este es muy tropical. Mi música siempre se baila, aunque sea en las butacas. El segundo movimiento es una chacona, que es una danza española, y retomo la manera clásica de hacerlas. Yo le llamo Plegaria, es una oración. Y el tercer movimiento es el Fandanguito, es un son huastecto, muy rítmico, muy virtuoso, difícil.
P. Dijo que hace 20 años ya había intentado, sin éxito, componer un concierto para violín con ideas que se basaban en el fandango mexicano. ¿Qué cambió ahora?
R. Bueno, la violinista [Anne Akiko Meyers]. Alguien me señaló con el dedo y dijo: “Quiero que lo hagas”. Pensé que no era mala idea. El violín fue mi primer instrumento, lo conozco bien. Me fascina, por ejemplo, el violín huasteco, el violín popular. No tardé mucho en decir que sí.
P. ¿Lo que cambió fue que alguien se lo encargó entonces?
R. Se oye muy feo, yo sé: “Si no te señalan entonces no lo haces, no trabajas”. Yo tengo tantos pendientes de composiciones y a veces siento que se me acaba el tiempo. Tengo muchos pendientes: tengo que hacer un concierto de piano, una obra de cuerdas, obras corales... Tengo muchas cosas que hacer. Y he escrito muchísimo en los últimos años. Cuando se acerca conmigo algún músico y despierta en mí uno de esos pendientes entonces encuentro complicidad. Especialmente si le tengo respeto a ese músico. Los pendientes se van cumpliendo cuando encuentro a ese aliado perfecto para poder lograrlo.
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