Por: Virginia Bautista
En 1969, un joven Héctor Manjarrez, de 24 años, estuvo durante un mes en la cárcel de B9urgos (España), detrás de cuyos muros medievales aprendió a convivir con militantes del grupo terrorista ETA, asaltantes de bancos y ladrones comunes.
Ya fuera del penal, el mexicano de cabellera larga, que llegaba de Londres a la Barcelona franquista y quería visitar lugares de la poesía de Antonio Machado y ciudades de Andalucía y Castilla, sufrió la persecución de la policía y el hostigamiento de los españoles, experiencia que lo marcó profundamente e intentó convertir en literatura.
Sin embargo, después de 50 años de cargar con esta historia, de pensar cómo escribirla, de olvidarla y regresar a ella, de hacer varias versiones y romperlas, por fin, durante la pandemia, el escritor nacido en 1945 encontró la fórmula de compartirla.
Con la novela La prisión en invierno (Era), comenta en entrevista con Excélsior, se cierra un capítulo importante de su vida, porque se ha podido “desprender de esa piel” y quedar libre para reinventarse.
"Yo soy sólo el narrador, no el protagonista. De mi experiencia en España en 1969 y 1970, lo peor no fue la cárcel, sino cuando salí de ella. Digámoslo de una manera grandilocuente: el Estado español se dedicó a perseguirme.
"La prisión era una pequeña sociedad en la que dos muchachos de clase media, el militante de ETA y yo, el militante de hachís, vivíamos al lado de un asaltante de bancos y la baja clase criminal de la época”, comenta.
"Simplemente vives al día. Nos trepábamos a los ventanales y mirábamos la calle. Se te rompía el corazón, porque veías a la gente caminar, la nieve. Vivíamos con el olor a meados y a mierda todos los días, nadie lavaba los baños; no te podías dar una ducha, sólo de vez en tarde y tapándote la nariz, porque si no te vomitabas. Te daban poco de comer, hacía un frío de menos 20 grados”, recuerda.
El autor de El otro amor de su vida señala que “vivir como mexicano en la cárcel era un privilegio, porque era el único, nunca habían visto a un mexicano en su vida. Los españoles de esa época estaban completamente encerrados en su país, aislados. Un mexicano era una especie de marciano, de aristócrata de pelo largo del siglo XVIII; y no sabían qué hacer conmigo”.
Manjarrez cuenta que, al salir de la prisión, fue a Madrid a arreglar las cosas en el juzgado. “El primero que me gritó y me insultó fue mi procurador en cortes, quien me dijo que él no representaba a personas de pelo largo. Me habían acusado de haber robado la cartera a un policía en el tren nocturno de Burgos a Madrid. Entonces, yo estaba ya en un estado de paranoia avanzado.
"Luego me sucedieron varios episodios de persecución. Cuando iba al juzgado en Barcelona a firmar cada lunes, pues pedí permiso expreso para esto, me negaban el libro donde debía firmar. La gente me insultaba espontáneamente y los empleados lo hacían por consigna. Pensaban que tenían el deber de defender a la civilización cristiana y a Franco de un tipo como yo, de pelo largo”, añade.
"Las personas se quedaban pensando si era un Cristo o un demonio. Ninguno de los dos, era un chico bueno de clase media. Aunque, por la persecución, me llegué a sentir una figura un poco crística. Incluso, cuando logré que me dejaran salir del país, de último momento me querían detener”, indica.
Narra que a partir de 1970 empezó a escribir las primeras versiones de esa experiencia. “Incluso, la primera beca que tuve, la del Centro Mexicano de Escritores, fue con una primera versión de la historia. Los tutores eran Salvador Elizondo, Francisco Monterde y Juan Rulfo. Entonces, pasaron los años y los años, y yo escribía otras cosas, pero también esta novela en distintas versiones. Y fue hasta que quité ese lastre, el hablar de mis aventuras poscarcelarias, que funcionó esta historia basada en los apuntes que realicé en la cárcel, logré recrear ese mundo”, concluye.
Manjarrez escribe ahora un libro de cuentos.
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