sábado, 6 de julio de 2024

Libro ‘El pasado’, un cerco de silencio en torno a Manuel Acuña




Por: Juan Carlos Talavera

Con la publicación de El pasado, el escritor Víctor Palomo persigue los pasos del poeta mexicano Manuel Acuña (1849-1873) en el final de una época, entre el Segundo Imperio y la República Restaurada, y rastrea los desencuentros y los vínculos amorosos que sostuvo con la también poeta Laura Méndez de Cuenca, con quien tuvo un hijo que no logró conocer, tras fallecer a los tres meses de nacido, y que lo llevaría a terminar su vida, a los 24 años.

Durante mucho tiempo, la historia habría contado que el suicidio del poeta ocurrió por su obsesión en torno a la intelectual Rosario de la Peña, pero a partir de esta indagación literaria y hemerográfica, el autor asegura que la decisión nació a partir de aquel cerco de silencio que invadió al poeta, tras la muerte de su hijo.

Sin embargo, El pasado también es una novela que amplifica la poesía de Acuña, amplifica sus pasos literarios y su relación con personajes como Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio y Juan de Dios Peza. También recrea su muerte, tras ingerir cianuro de potasio, y las honras fúnebres, comparables con las de Benito Juárez, con un cortejo de más de 100 autos que partió desde la Escuela de Medicina hasta el panteón del Campo Florido, en la Ciudad de México.

"Soy de Saltillo, donde Manuel Acuña está casi por todos lados, incluso hay una escultura de Jesús F. Contreras, que realizó para la tumba de Acuña, la cual no llegó a las tres tumbas que tuvo el poeta. Uno, como habitante de Saltillo; sabe más o menos quién es el poeta, aunque esté olvidado, pero hubo un dato que detonó mi curiosidad, que tuvo un hijo que nunca llegó a conocer”, dice a Excélsior Víctor Palomo.






¿Cómo entender la forma como se despidió al poeta? “Acuña no era un desconocido en aquella época. Tan sólo en junio de 1873 presentó la pieza escénica El Pasado en el Teatro Nacional y las crónicas nos dicen que fue un rotundo éxito.

"La obra fue presentada por una compañía de teatro española de gira por América Latina y Estados Unidos, que eligió la obra de Acuña para representarla. Aunado a esto, él tenía un gran círculo de amigos intelectuales, maestros y periodistas e imagina que su obra se presenta seis meses antes de quitarse la vida, así que aquel hecho causó conmoción en la sociedad de la época”, abunda.

Como parte de la indagación, Víctor Palomo, registró que tras la muerte de Acuña se publicó una centena de artículos, reseñas, comentarios al margen, homenajes y algunas composiciones dedicadas al vate, definido como el último romántico y el puente literario hacia la siguiente generación.

Pero el dato central de la indagación –que contó con los comentarios de Vicente Quirarte y Marco Antonio Campos– nació a partir de un libro de José Farías Galindo, de 1972, que compiló cartas, documentos, fotografías y la obra de teatro de Acuña. “Ahí fue donde supe que él tuvo un hijo con Laura Méndez, porque hasta no hace mucho se afirmaba que el poeta se habría quitado la vida a causa de (su obsesión con) Rosario, detalla.

¿Cómo conectó a Cuenca y Acuña? “La relación de Acuña con Laura –que fue novelista, cuentista, poeta y periodista de Excélsior– está correspondida en los poemas de ambos. Primero busqué en las cartas y en la narrativa, pero en ninguna parte ella menciona al poeta, pero al leer los poemas de ambos… se pueden apreciar correspondencias directas.

"Cuando ella y Acuña terminan su relación, él escribió el poema Adiós, que dedicó a Laura y lo publicó en el periódico. En respuesta, ella también escribió un poema con el mismo título. Además, esas mismas correspondencias están en otros poemas, como en Nocturno y La gloria. Hay un poema que el vate dedica a la muerte de su hijo. La historia amorosa entre Acuña y Laura Méndez nadie la menciona, ni ellos mismos, pero puede revisarse a partir de sus poemas”, asevera.

Finalmente, el autor asegura que decidió escribir este relato porque le interesó  hacer un retrato de la Ciudad de México en el último cuarto del siglo XIX. “Me enamoré de aquella ciudad mortecina, sin iluminación pública, casi sin drenaje, con sus carrozas y calles empedradas y de tierra, es decir, también me interesó la ambientación, la vestimenta y el modo de hablar. Me interesó retratar la Ciudad de México”.

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