sábado, 13 de diciembre de 2008

"Festival Internacional de Jazz Yucatán 2008"


Por: Conrado Roche Reyes


Las conjunciones astrales se enfilaron perfectamente en línea la noche de anoche provocando la emoción estética que sólo la más grande, la máxima concepción humana puede conseguir: la música. El Peón Contreras, luciendo sus mejores galas, es decir, teatro lleno, fue testigo del acercamiento, hermanamiento, complicidad, felicidad entre el auditorio, gozoso conglomerado de aficionados al jazz, con los músicos durante su actuación con visos de acercamiento cósmico a la música libérrima. Un acierto su inclusión entre los artistas a este magnífico festival de Jazz Yucatán 2008, que organiza acertadamente el Instituto de Cultura de Yucatán. Hablamos de Mario Patrón.


Los augurios fueron positivos desde la llegada al recinto en donde los y las edecanes se esmeran por cumplir su cometido –el que la gente se sienta y siente a gusto- cuestión que hace que de antemano se encuentre uno de buen talante, lo contrario sucede cuando la labor informativa del periodista es obstruccionada abierta o implícitamente, lo que provoca que se dé cierta predisposición, cara de naranja agria y estemos buscándole fallas, revisando los puntos y las comas.


El público, heterogéneo en cuestión de edad, pues había incluso niños, muchos jóvenes, bastante más, maduritos y gente mayor.

Aquí no existe lo variopinto de otras expresiones populares, (aunque mucho me temo que el jazz está mostrando una clara tendencia al elitismo). Nada peor que una música nacida del más oprimido sector de la sociedad, los negros del Sureste norteamericano, músicos marginales, se convierta en música intelectual lo que, si los propios músicos no se enteran, será muy libre y todo lo que usted quiera y mande pasará a ser algo terriblemente aburrido, presuntamente intelectual. Vamos, que la gente acuda a los conciertos con el gesto adusto y severo con que se va a escuchar a las grandes sinfónicas acaso opuesto, ya que éstas hacen un plausible esfuerzo por llegar a la masa, al pueblo, de donde nació.

Bien después de esta sesuda y “Jenrribergsoniana” disertación, vamos al concierto. Tanto Sylvain, Luc, Herman, Infonzi y demás, dieron muestras de sus capacidades musicales. Mantuvieron el hilo conductor artista-oyente en tensión, como cuerda de violín que se tensaba pero que jamás llegó a reventarse. Un poco más participativo que anoche, el público, nuestro público de jazz, es desesperadamente pasivo y acrítico. (Hubo sólo dos tipos de público: “Morraleros” y “Fashions”).

Todas y cada una de las intervenciones fueron calurosamente aplaudidas al finalizar, pero del mismo nivel decibélico y de entrega que otorgan a cualquier músico popular. Como digo, repito que todos estuvieron a la altura, sus “solos” fueron reconocidos, y el diálogo Luc –Martínez estuvo lleno de picardía y contraposición lúdica. Excelente más que excelente.

Fue con el cuarteto de Mario Patrón que el R. Público ¡al fin! rompió. De una temática diferente al resto de los participantes, consiguió lo que pocos jazzistas (la Pecanis cuando va a lo suyo y se deja de nacionalismos chafones) han hecho: “mover” al auditorio yucateco, meridano particularmente, en aislados y muy jazzeros “¡wu!” en el medio de la interpretación siguiendo al viejo –en invención- pianoforte, piano, pianísimo, el resto de los músicos se integró en un ente unificado haciendo valer y resaltar la belleza y rigor del contratiempo y el contrapunto.

Escribía esta nota entre pasillos oscuros de la platea cuando mi celular vibró informándome que mi hijo se encontraba enfermo, por lo que, con perdón de mis lectores, cumplo esta parte de mi trabajo con el cogote anudado. ¡Mi muchacho enfermo! Directo al nosocomio. Mil disculpas y gracias a José Antonio Castellanos por sus finas atenciones, y a Mario Patrón por su musical: ¡Bravo!.

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