Por: Aarón Cruz
Una tarde, en los pasillos del Centro de las Artes de San Luis Potosí, antigua cárcel convertida en escuela de disciplinas artísticas, me encontré con Jorge Martínez Zapata. Unos meses antes él me había invitado a dar clases una vez al mes en su naciente proyecto de un taller de jazz en la escuela de música. El proyect...o venía caminando y ya hacía más de un año que yo viajaba mes tras mes para compartir con los músicos potosinos. Siempre platicábamos a prisa en los pasillos y veníamos postergando una reunión más personal. Por fin, esa tarde me dijo que me esperaba al finalizar las clases para invitarme a su casa.
En la noche ahí estaba, sonriente y lleno de vitalidad, esperándome. Mientras caminábamos, me iba hablando de los tamales que me iba a invitar. Su auto, un Datsun blanco de los 70, tan bien conservado como el, nos llevo al local de los tamales y luego a su casa. Al entrar a su casa, lo primero que uno leía era una placa con la leyenda "donde música hubiere, cosa mala no existiere."
Jorge fue directo a la cocina, me sirvió un ron y se dispuso a freír los tamales, mientras hablaba de mil cosas con una gracia y una chispa que poca gente tiene.
Cenamos, bebimos y platicamos largo rato. Le pedí permiso de tomar algunas fotos a lo largo de la noche.
Después vino la música. Se sentó al piano y me mostró nuevas músicas y nuevos arreglos en los que estaba trabajando. Incansable, sacaba partitura tras partitura, tocando su piano con huellas de uso exhaustivo, como debe de lucir un instrumento.
Después vino la sesión de escuchar música. Me mostró muchas grabaciones de distintas épocas y con diferentes integrantes en sus grupos. Me mostró músicas que yo no conocía y entre ellas un tesoro: una sesión que él grabo con un violinista huasteco genial: Daniel Terán. Me contó como lo llevó al estudio, le puso una botella de aguardiente enfrente y lo dejó hablar y tocar, grabando un documento invaluable de un gran músico que, como muchos otros, nunca fue reconocido y murió en algún hecho violento en la huasteca potosina.
La madrugada llegó y a Jorge nunca perdió el brillo en los ojos ni la sonrisa.
Nos despedimos al amanecer y me dijo su frase célebre: "¡que no decaiga el ánimo!".
Siempre agradeceré ese encuentro como uno de esos momentos en los que se aprende más que en cualquier universidad y desaparecen las horas, las edades, los diplomas y las barreras.
Jorge Martínez Zapata emprendió otro viaje éste día.
Muchos agradecemos el haberlo conocido y el haber compartido un momento de la vida con el.
Gracias, Jorge.
Buen viaje.
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