Hoy. Vinicius de Moraes cumpliría 100 años y la poesía popular de Brasil se prepara para festejar la eternidad de uno de sus máximos creadores, acaso el artista más querido del país sudamericano y uno de los más respetados fuera de su territorio.
Diplomático, músico, bebedor de whisky, escritor de poemas en la bañera, uno de los sitios donde más le gustaba ver pasar la vida, quedó en la historia como el autor de “Insensatez” y “Garota de Ipanema”, entre muchas otras, canciones legendarias, bordadas con la música de su amigo y cómplice Antonio Carlos Jobim (1927-1994), otro de los próceres de la cultura brasileña.
Marcus Vinicius da Cruz de Melo Morais nació en el barrio de Gavea, Río del Janeiro, el 19 de octubre de 1913 y creció entre algodones y libros. Formado por los jesuitas del colegio San Ignacio, se recibió de abogado, aunque desde niño fue un poeta dedicado.
En 1934 ganó el Premio Nacional de Literatura con el libro Forma y exégesis y en 1938 se casó por primera vez, un deporte que practicaría nueve veces, siguiendo acaso como nadie la máxima de su famoso “Soneto de la fidelidad”: que el amor sea eterno mientras dure.
“Nos regalaba un poema para los cumpleaños “, contó su hermana Laetitia, cuyas amigas, “sin excepción”, fueron sus enamoradas.
Estudió en Oxford, de donde escribió su libro Poemas nuevos. Cuando regresó a Brasil en 1941 dejó de ser un católico de derecha para, merced a la amistad con grandes intelectuales de la izquierda como el arquitecto Oscar Niemeyer (el sí llegó vivo a los 100 años) y el pintor Cándido Portinari, comenzar a cantar cerca de su pueblo, una voluntad que nunca abandonó.
Fue amigo de Orson Welles y Carmen Miranda en los tiempos que oficiaba como diplomático brasileño en Los Ángeles, función que más tarde desempeñó también en París.
Junto a Antonio Carlos Jobim y Luiz Bonfá hizo las canciones inolvidables para recrear el mito de Orfeo y Eurídice, obra que recreó en una favela carioca y que demostró la fina erudición que corría por su espíritu y de la que no hacía ostentación alguna.
EL TRÍO MÁS MENTADO
Vinicius de Moraes, Antonio Carlos Jobim y Joao Gilberto: tres artistas que se juntaron para darle al mundo la bossa nova y con ello poner la música brasileña en el centro de un interés global que pervive por derecho propio.
“Chega de saudade”, una canción emblema de este movimiento musical que alcanzó la trascendencia del jazz (nutrió al jazz, lo engrandeció) y le dio como el tango a Argentina, el fado a Portugal, identidad insustituible a su país de origen, es la síntesis perfecta de tres estéticas unidas al fragor de un impulso voraz y trascendente.
La destreza melódica y armónica de Jobim, uno de los más grandes compositores del siglo XX, la batida guitarrística inimitable de Joao –su voz mínima y subyugante- y la lírica de Vinicius hicieron el milagro de la belleza perfecta a cargo de la especie humana.
En 1962 llegó “Garota de Ipanema” y el mundo enloqueció, hasta Frank Sinatra enloqueció, grabando el tema en 1967 y consiguiendo con ello uno de los mayores éxitos en su carrera.
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Y aunque Vinicius no tuvo la voz de La Voz también supo cantar y dejar para el recuerdo sus presentaciones en La Fusa, de Buenos Aires, junto Toquinho y Maria Bethania, artistas que entonces eran muy jóvenes y fueron bañados con el manto de la generosidad que reinaba en el corazón de De Moraes, considerado un hombre fundamentalmente bueno, leal.
De todas las penas que le tocó vivir durante una existencia dedicada a la bohemia sin fin, la más dura fue la desaparición de uno de sus músicos en Buenos Aires, cuando un comando armado dirigido por el tenebroso Alfredo Astiz, en los años de plomo y de cruenta dictadora en dicho país sudamericano, se llevó por error a su pianista, Tenorio Cerqueira Junior, y nunca lo devolvió.
“Soy un laberinto en busca de una puerta de salida”, dijo en alguna ocasión, reforzando lo dicho en uno de sus poemas, “Poética”, en el que quedan en evidencia los vaivenes que lo llevaban de la cima de las pasiones ardientes a los oscuros pozos de una melancolía sin la cual no comprendía la vida: “De mañana oscurezco, de día tardo, de tarde anochezco y de noche ardo”.
“Él no cabía en el mundo, en las reglas, en los protocolos, en los esquemas acomodados de la vida civilizada”, explica el escritor y biógrafo de Vinícius, José Castelo.
Amante de “La Mujer”, Vinícius se rendía, como él mismo reconocía, a la belleza.”Que me disculpen las feas, pero la belleza es fundamental”, decía, aunque llegó a decir que supo amar “feas lindas, interesantes, que tenían ‘alguna cosa’”.
La belleza fue tal vez el impulso que lo llevó a vivir enamorado. “Fui, soy y seré casado. Y a pesar de lo que se dice, no me creo tan mal marido”, decía al referirse a sus nueve casamientos, cada vez más efímeros a medida que la edad avanzaba.
Pero tras explotar en creatividad ante un nuevo amor, caía en el pozo de la tristeza con el desgarro de las despedidas. Entonces explicaba, resignado: “Es que no sé amar sin libertad”.
Autor de decenas de libros, centenas de poesías e impulsor de varias generaciones de artistas novatos, Vinícius falleció el 9 de julio de 1980 víctima de un edema pulmonar. Sus últimas horas de vida, al igual que en otras miles, estuvo con su entrañable amigo Toquinho.
“Al principio me pareció una cabronada de la vida. Después me pareció un privilegio. Cambié de un punto a otro. Porque estaba yo, Vinicius y su muerte, no había nadie más. Estábamos los tres solos cuando lo vi morir, poco a poco, la vida yéndose, los últimos suspiros”, contó Toquinho sobre la partida de su “compinche”.
El “poetinha”, recordado con un cigarro en la boca, un vaso de whisky en la mano y un verso en cualquier pedazo de papel que tuviera cerca, fue despedido en su Río de Janeiro por un mar de gente que coreaba sus canciones.
LA PASIÓN POR LA COMIDA
Vinícius de Moraes tenía también entre sus pasiones la cocina, que ha sido recreada en un libro ideado por su hija y que salió a la venta con motivo de la conmemoración de su natalicio.
Porque soy un buen cocinero ha resucitado al De Moraes gastronómico, al hombre que se ponía el delantal y se metía entre las cazuelas.
El libro, de la editorial Companhia das Letras, fue organizado por su hija Luciana de Moraes, que no pudo verlo concluido al morir en 2011. Lo ha llevado hasta el final su compañera, Edith Gonçalves, junto con la chef Daniela Narciso.
Vinícius amaba los restaurantes franceses, “pese a que los visitaba poco”, dijo a Efe su última esposa, Gilda Mattoso.
“Cuando vivimos en París, estar en la cocina con los amigos era una atracción y a él se le daba bien, aprendió con su hermana, Leta, que cocinaba divinamente”, dijo.
Basado en historias de amigos y familiares, el libro incluye recetas de diferentes épocas de la vida de De Moraes, sobre todo las recetas de su infancia, esos sabores de pudines y lomos que nunca lo abandonarían, así como los platos que él mismo cocinaba y los de los bares y restaurantes en los que el “poetinha” (“pequeño poeta”), como se le conoce cariñosamente, era un parroquiano habitual.
Fue la “feijoada”, el plato brasileño más tradicional, a base de frijol negro y carnes, con arroz y harina de mandioca (“farofa”), el que más celebró en sus versos y en “No comeré de la lechuga el verde pétalo” se rebeló contra las dietas.
Las conmemoraciones del centenario de su nacimiento incluyen el lanzamiento de sus obras completas y de una selección de sus crónicas titulada “Una mujer llamada guitarra”, además de una exposición en Argentina llamada “Amigos de mi padre”, montada por su hijo Pedro.
Abrió las celebraciones durante el Carnaval del pasado febrero la escuela de samba União da Ilha do Governador, que escenificó la vida y obra de Vinícius de Moraes, quien vivió como adolescente en ese barrio carioca.
En el desfile participó su compañero Toquinho y, subida en una de las carrozas, también estaba Helô Pinheiro, la “garota” cuya vida cambió al inspirar con sus curvas en Ipanema a un hombre que amó los placeres de la vida.
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