Por: Ximena Jordán
El discípulo le pregunta al maestro: “¿Cómo
te entrenas para obtener la sabiduría?”
El mentor responde: “Cuando como, como y cuando duermo, duermo.”
“Pero eso lo hace todo el mundo”, replica el discípulo.
El maestro responde: “No es cierto. La mayoría de las personas cuando come piensa en mil cosas diferentes y cuando duerme sueña con otras tantas cosas”
El mentor responde: “Cuando como, como y cuando duermo, duermo.”
“Pero eso lo hace todo el mundo”, replica el discípulo.
El maestro responde: “No es cierto. La mayoría de las personas cuando come piensa en mil cosas diferentes y cuando duerme sueña con otras tantas cosas”
Y cuando ven una obra de arte…están
preocupadas de sacarle fotos y subirlas a Facebook.
Voy a comentar
acerca de una nueva y creciente costumbre, que también podría considerarse una
moda: la de fotografiar el arte. En los últimos años el espectador
latinoamericano ha adquirido teléfonos móviles que incluyen cámara fotográfica.
Públicos diversos asisten a exposiciones, obras de teatro y de danza “armados”
con un teléfono que captura imágenes estáticas y videos. Esto ha cambiado
nuestra experiencia frente a las obras de arte. Los espectadores ya no están
viendo el arte solo con sus ojos sino también a través de la cámara fotográfica
con la cual, supuestamente, lo capturan.
¿Esta
costumbre generada por la actual posibilidad que tantos tienen de contar con una
cámara de fotos, tendrá alguna desventaja? La respuesta depende del criterio de
cada quien. Debido a que mi especialidad es la apreciación del arte, mi opinión
al respecto de esta nueva moda frente al arte es bastante crítica, procurando no
caer en el pesimismo.
De
acuerdo con las últimas teorías y metodologías de apreciación artística, un
íntegro encuentro con las artes debe ser directo, fluido e ininterrumpido. La
disponibilidad de estas condiciones facilita la concentración y el disfrute del
espectador frente a las obra de arte. Mientras menos obstáculos físicos,
auditivos y visuales existan entre la obra de arte y el espectador, mejores
serán las condiciones para poder realmente disfrutar el arte que estamos viendo.
De esta manera puede concebirse como real el ideal de percepción artística
planteado por la filósofa del arte y la educación Maxine Greene (2004), quien
postula que una apreciación profunda y reflexiva de las artes es la que habilita
a los espectadores para “notar lo que está ahí para ser notado”, es decir, para
develar todo el sustancioso misterio que nos depara la obra de arte. Así, cada
observador logra revivir los trabajos artísticos desde su propia percepción,
logrando extraer de ellos varios significados.
Al estar “constantemente en acción”, las cámaras fotográficas de los teléfonos
celulares son contrarias a la constructiva percepción del arte postulada por
Greene; son un obstáculo para la adecuada apreciación del arte de quien está
sacando la fotografía. Asimismo, constituyen un estorbo sensorial para los
espectadores que rodean a los múltiples “fotógrafos”. Si ya es de por sí
desafiante apreciar una obra de arte junto al resto del público presente
(especialmente cuando este es numeroso) el tener además que lidiar con múltiples
cámaras fotográficas invadiendo nuestro campo visual lo hace aún más difícil.
Entiendo que para algunos lectores puede parecer esta una opinión un tanto
exagerada, pero créanme que no es así. Lo que ocurre más bien, es que en los
últimos diez años nos hemos visto forzados a lidiar con tele-cámaras en alto o
en frente nuestro cada vez que vamos a un evento concurrido de arte. Esta
situación nos llevó a inmunizarnos sensorialmente al perjuicio que causan estas
múltiples cámaras a nuestra percepción. Para comprobar esta hipótesis, la
próxima vez que vaya usted a ver una obra de arte de cualquier tipo y se
encuentre nuevamente con cámaras de celulares que entran y salen de su campo
visual, imagine cuánto más relajante sería el panorama si no hubiese ninguna de
ellas, o si por lo menos los espectadores con cámaras no fueran la regla
general, sino la excepción.
Ahora
bien, esto no sería tema de discusión si la imagen obtenida proporcionara a
estos improvisados fotógrafos una experiencia estética tanto o más profunda que
la ofrecida por la obra de arte original. Sin embargo, la realidad es justamente
la contraria: la imagen o video capturados son deficientes comparándolos con el
arte “real”. Por otro lado, si bien es cierto que una foto se toma en unos pocos
segundos, tomarle fotos a "todas" (o a casi todas) las obras de arte que vemos
aumenta ostensiblemente el tiempo invertido en esta tarea, el cual se resta del
tiempo de apreciación de la obra de arte. Aún más importante que esto, es de
considerar el “tiempo mental” que le dedicamos a la acción de fotografiar, la
cual ciertamente nos desconcentra de la experiencia estética que podríamos estar
viviendo en confrontación con la obra de arte.
El arte es un
ente que - aunque material - se encuentra a su vez en permanente evolución
debido a que se re-crea y re-significa cada vez que se expone delante de un
público determinado. De este carácter evolutivo se desprende que una
manifestación artística que nos es estéticamente atractiva nos invita a
relacionarnos con ella, a entablar una suerte de “diálogo” con su contenido. Al
igual que en una conversación con una persona, mientras menos interrumpida sea
esta interacción será más factible captar la sustancia de la misma. Maxine
Greene dice que cuando esto ocurre “se establecen nuevas conexiones en la
experiencia, se forman nuevos patrones y se abren nuevas perspectivas. Las
personas “están capacitadas para prestar atención cuando un trabajo artístico
les dice “debes cambiar tu vida”. De este fructífero momento se pierden cientos
de espectadores actuales por insistir en interrumpir su percepción artística con
una foto, tras otra, tras otra…
Un hombre acudió un maestro Zen y le pidió
algunas palabras que pudieran orientar sabiamente su vida.
En un trozo de papel, el maestro escribió:
ATENCIÓN.
El hombre manifestó que no comprendía, y le
rogó que se lo explicara.
El maestro tomó el papel y escribió:
ATENCIÓN, ATENCIÓN.
Al pedirle nuevamente una explicación, el
maestro le escribió al hombre:
ATENCIÓN quiere
decir ATENCIÓN.
En su
obsesión por fotografiar el arte, el observador pierde la oportunidad de estar
completamente presente ante una expresión artística, disfrutando la magia del
mero instante. Esto, por estar pendiente del teléfono, del “a quién se lo voy a
contar”, de subirlo a Facebook…etc. Piense con cuántos momentos libres de
preocupaciones cuenta usted durante el ajetreo de su vida. No ser capaz de
olvidarse del teléfono celular mientras estamos contemplando una obra de arte es
privarse de uno de estos escasos y necesarios momentos. Por otro lado - y esto
me consta pues me he dedicado a investigarlo con estudios de caso - el noventa
por ciento de las fotografías y videos “telefónicos” de obras de arte que toman los espectadores …no los ocupan para
nada. Ni siquiera los vuelven a mirar. A pesar de que los mismos asistentes a
las exposiciones reconocen esta realidad, la obcecación por captar imágenes es
francamente sorprendente y no parece disminuir.
Antes de
proseguir, aclaremos lo siguiente: no tengo nada en contra de fotografiar “una
que otra” obra de arte. Tampoco critico el hacerlo con fines específicos ya sean
académicos, pedagógicos o profesionales. Yo misma, por causa de mi trabajo, debo
fotografiar para fines específicos de tipo laboral. Aún en estos casos, con dos
o tres fotografías por cada exposición suele bastarme para poder hacer mi
trabajo. Fíjense en los fotógrafos de prensa: ellos en ningún caso fotografían
todo, muy por el contrario, seleccionan específicamente qué fotografiar y sin
duda no están disfrutando de la muestra sino están concentrados trabajando. No
es esto entonces lo que estoy criticando en el presente artículo, sino la
creciente obsesión por fotografiar o grabar videos de “todo cuando el espectador
ve” sin que medie un motivo racional para hacer aquello sino tan solo el mero
capricho de apoderarse de las imágenes de las obras.
La solución al
problema respecto al abuso indiscriminado de la documentación de las obras de
arte recae mayoritariamente en el criterio del espectador. Los espacios de
exhibición artística tales como museos, galerías, teatros y auditorios no
necesariamente logran implementar políticas para evitar estos excesos pues ¿cómo
distinguir, entre cientos de espectadores, a aquellos que criteriosamente se
toman “la foto del recuerdo” al lado de la obra que más les gustó, de aquellos
invasivos que toman fotos de toda la muestra de arte ¡o de toda la obra de
teatro! como si contaran con una licencia de prensa que les facultara para
entorpecerle la vista a los demás con tal de satisfacer sus ansias de
documentación? Imposible pues. Sin desmerecer a las medidas preventivas que a su
vez implemente cada organización, son los espectadores quienen tienen que
también "medirse a ellos mismos" y atreverse, si les interesa, a realmente
contemplar el arte.
Cabe
mencionar que dependiendo del tipo de arte, algunas obras son más adecuadas de
ser fotografiadas que otras. Considero que sacarle fotos a las obras de arte
visual en un museo es innecesario porque la mayoría de los museos mantienen
imágenes de las obras en formato digital en Internet. En el caso de las galerías
de arte se puede justificar fotografiar obras cuando hay un interés de compra,
aunque por lo general esto tampoco es necesario pues directamente al artista o
galerista se le pueden solicitar imágenes. Distintamente, fotografiarse con
esculturas de gran formato, que en su mayoría fueron hechas con intenciones de
ser interactivas con los espectadores, es una buena manera de relacionarse con
este tipo de arte pues responde a la esencia misma con la cual el artista creó
la obra. Lo mismo pasa con el caso del arte público, pues este está emplazado en
espacios abiertos adonde rara vez se entorpece la vista de otro espectador con
la acción de fotografiar y está generalmente fabricado con materiales
resistentes e son inmunes al efecto de que al fotógrafo se le "escape" un flash.
Esta última situación se repite frecuentemente con arte que no es resistente a
la acción de esta luz, con el consiguiente perjuicio accidental de la
obra.
Por otro
lado y a diferencia muchos, pienso que fotografiar o grabar videos de artes
escénicas sin el consentimiento del director del montaje es una falta de respeto
hacia el actor en escena y hacia los derechos de autor de la obra escénica. En
el caso específico de las performances improvisadas en espacios públicos, sí
considero válido tomar una fotografía pues como son obras esencialmente
imprevistas, no hay cómo pedirles permiso a los encargados.
Los invito a
que tomemos conciencia de que no solo es innecesario fotografiar y/o grabar
todo el arte que vemos, sino que además esto dañino para nuestros
sentidos y para nuestra mente porque nos impide concentrarnos ciento por ciento
en el presente y en la integralidad de lo que estamos viendo. Recordemos de
paso, que el hecho de que “tanta gente lo haga” en ningún caso lo vuelve un
comportamiento beneficioso, ni siquiera lo convierte en inocuo. Por el
contrario, muchas veces masas de gente se abocan a comportamientos claramente
perjudiciales, tales como comer comida chatarra, tirar basura en la calle,
malgastar la electricidad, fotografiarlo "todo"...etc.
Los invito a apagar el teléfono frente a
una obra de arte.
Mtra. Ximena
Jordán
Master in Art Curatorship, Melbourne
University
Licenciada en Estética PUC
Fbk: Xime Nili
Referencias:
Cuento Zen (autor anónimo) extraído en
Abril del 2015 de URL:
Cuento Zen (autor anónimo) extraído en
Abril del 2015 de URL:
Green, Maxine (2004). Variaciones de
una guitarra azul. Editorial Edere, México.
Fundación Maxine Green, sitio web:
https://maxinegreene.org/
Imágenes: gentileza de Marco Antonio López Sánchez y
Verónica Jordán.
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