Por: Virginia Bautista
Ilustración: Abraham Cruz
Huberto
Batis (1934), afirma Pura López Colomé, “es un hombre crítico y congruente que
no admite la menor autocomplacencia y te da libertad total para escribir”. Es
“un agitador” que lograba remover las aguas del pantano cultural, agrega
Enrique Serna. Un ser “con coraza de endemoniado, pero adentro una sabiduría
desmedida”, añade Ignacio Padilla.
La
poeta y los dos narradores, pertenecientes a tres generaciones distintas, pero
todos formados por “los criterios de rompe y rasga” de Batis, al colaborar con
él en el suplemento Sábado del periódico unomásuno que él dirigía, evocan las
enseñanzas del escritor y editor jalisciense.
Envuelto
por “una leyenda de misántropo y rudo”, de irreverente y desmitifcador, el
también ensayista, crítico literario y catedrático ha tenido la paciencia y el
coraje de formar durante décadas a nuevas generaciones de literatos y editores.
“Batis
es, simple y sencillamente, el mejor maestro del mundo”, resume Pura López
sobre el maestro en Lengua y Literatura Hispánicas por la UNAM, casa de
estudios donde acaba de jubilarse tras más de 50 años de dar clases.
“Hubertote
de la Mancha”, lo define Padilla, “enseñaba a escribir con disciplina, osadía y
rigor”. Y Serna confiesa que “su carácter bronco me daba un poco de miedo,
porque yo tampoco era una perita en dulce y no quería pelearme con él, pero lo
fui conociendo mejor y entramos en confianza”.
La
libertad
La
poeta y traductora Pura López (1952), quien fue secretaria de redacción de
Sábado, valora sobre todo la libertad que Batis daba a sus colaboradores. “Lo
deja a uno en libertad total para desarrollar la propia creatividad, sin
controlarla a su manera, pese a las diferencias de criterio que uno pueda tener
con él.
“Es
una de las personas más congruentes que hay, más fieles a una moral interior,
más humanas y compasivas, y un verdadero amante de la literatura con
mayúsculas”, destaca.
La
ensayista cuenta que lo conoció no en el mundo periodístico, sino en el
universitario. “Fue mi maestro de investigaciones literarias: desde la primera
clase me puso a leer la obra completa de Robert Graves, por dar un ejemplo. Me
empujó a cambiarme, luego luego, de la Universidad Iberoamericana, donde lo
conocí, a la UNAM, donde él también daba clase.
“Una
vez ahí, me invitó a ayudarlo en la edición de Sábado, que acababa de nacer. Me
pasé tardes enteras leyendo las galeras del suplemento con él, aprendiendo todo
entre carcajadas y pláticas profundas. Mucho, mucho tiempo después, me invitó a
ser su secretaria de redacción, me dio la oportunidad de escribir reseñas
semanales y contribuir con poemas, traducciones y ensayos”, señala.
La
ganadora del Premio Villaurrutia 2007, por Santo y seña, recuerda que Batis le
publicó sus primeros poemas y traducciones, “celebrándolos brevemente y en
pocas ocasiones. Y, eso sí, gracias a su suplemento se escribieron reseñas de
mis libros según iban saliendo. Pero nada de los criterios de rompe y rasga de
Huberto modificó mis temas o mi incipiente estilo.
“Me
orientaba sobre todo en cuanto a lecturas. Se daba cuenta de lo que yo podía
hacer y me salía con la sorpresa: ‘Mira esta secuencia de la vida y la obra de
Victor Hugo publicada en Francia; tradúcela y escribe al respecto’. En cuanto a
lo irreverente y desmitificador, me dejó observarlo, divertirme, pero nunca me
subió a su barco... aunque entre los dos creamos la sección Desolladero”,
admite.
La
autora de El sueño del cazador (1985) y Por si acaso no (2010) está convencida
de que “Huberto es prácticamente la única autoridad que nos queda en lo que a
suplementos literarios se refiere. Y lo digo en serio, porque se ha metido en
el mundo cibernético y sigue al día de lo bueno y malo que se hace. Sus
aportaciones son, nada más y nada menos, haber formado a toda mi generación,
como escritores y como editores”.
Tender
puentes
El
cuentista y novelista Enrique Serna (1959) asegura que Batis ha sido por encima
de todo un agitador. “Algo que le hace mucha falta a un medio intelectual donde
todos los mediocres quieren quedar bien con sus congéneres. Huberto lograba
remover las aguas de ese pantano, y creo que sus publicaciones tuvieron un
efecto muy saludable en nuestra vida cultural”.
Narra
que lo conoció en 1985, cuando le llevó unos poemas desconocidos de Luis de
Sandoval Zapata que le publicó en Sábado. “Un investigador me acusó en la
revista Vuelta de haberle robado el descubrimiento y yo le respondí en Sábado
con argumentos que dejaron zanjada la discusión.
“A
Batis le gustó el estilo de mi respuesta y me invitó a colaborar, primero en la
sección cultural del unomásuno, y luego en el suplemento, donde me convertí en
ensayista y publiqué varios de los cuentos de Amores de segunda mano”,
recuerda.
Serna
explica que “la responsabilidad de tener una tribuna me obligó a ordenar mejor
las ideas y a pulir el estilo. Yo estaba plenamente de acuerdo con la
inclinación contracultural del suplemento y me sentí como en mi casa”.
El
autor de La sangre erguida (2010) concluye que Batis “quería tender puentes
entre el mundo académico y el lector común, dar a conocer nuevos escritores,
desafiar a los núcleos del poder cultural y creo que su trabajo dio buenos
frutos”.
Maestro
generoso
Durante
diez años, el cuentista, ensayista y novelista Ignacio Padilla (1968) tuvo “el inmenso
honor” de escribir para Batis. “Lo considero mi mejor y más generoso maestro, y
por quien siento una mezcla de respeto, admiración y gratitud rayana en lo
sacrílego.
Nunca
tantos escritores debimos tanto a nadie como se lo debemos a Huberto Batis.
Creo que tuve la suerte de formar parte de la última de por lo menos tres
generaciones de escritores que nos forjamos en la fragua de Sábado, cuyas
puertas nos abrió Huberto y en cuyas páginas aprendimos a leer y, sobre todo, a
escribir con disciplina, osadía y rigor”, detalla.
El
comunicólogo por la Universidad Iberoamericana evoca que el escritor Ignacio
Trejo Fuentes le presentó a Batis una tarde remota de 1989. “La leyenda de la
misantropía y rudeza de Batis estaban ya tan en boga, que entrar en sus dominios
era necesariamente un descenso a los infiernos.
Pronto,
muy pronto, cualquiera con dos dedos de frente y muchas ganas de trabajar
aprendía que detrás de esa coraza de endemoniado estaba un hombre de una
sabiduría desmedida, una persona generosa para compartir sus conocimientos y su
experiencia. Tremendo, sí, con quienes no respondían a sus lecciones, pero
amable, divertido y hasta dulce con aquellos discípulos y colaboradores suyos
que mostraban, si no talento, sí al menos los arrestos y el ánimo para navegar
en su barco”, apunta.
El
hoy maestro en Literatura Inglesa por la Universidad de Edimburgo y doctor en
Literatura Española por la Universidad de Salamanca evoca que, entre reseñas y
noticias en su columna El baúl de los cadáveres —“que Huberto toleró, mimó y
esculpió a mi lado durante cinco años”— escribió miles de páginas para Sábado.
Un
día descubrí que el rigor de las entregas hebdomadarias de críticas y columnas
estaba afectando la escritura de mi narrativa, de modo que dejé de hacer
reseñas. Aun así, Huberto me siguió abriendo sus puertas hasta el último
momento, y todavía sigo aprendiendo de él.
Siempre
me ha parecido insuficiente la manera en que el medio literario mexicano ha
intentado reconocerle a Huberto su magisterio y su labor.
Por
ahí pasamos todos, ahí empezamos muchos cuando nadie más habría confiado en
nosotros, de ahí partimos la mayoría hacia otros espacios sin haberle
acreditado el todo y como es debido que Huberto y Sábado fueron el punto de
partida necesario durante tres décadas de literatura mexicana”, afirma.
Hoy,
Batis, ya jubilado del aula, goza de un merecido descanso como editor y
catedrático que, anhelan sus discípulos, ojalá dé frutos creativos.
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