lunes, 8 de junio de 2015

Retrato hablado: Huberto Batis. Agitador sobre todo.

 

Por: Virginia Bautista 
Ilustración: Abraham Cruz
Huberto Batis (1934), afirma Pura López Colomé, “es un hombre crítico y congruente que no admite la menor autocomplacencia y te da libertad total para escribir”. Es “un agitador” que lograba remover las aguas del pantano cultural, agrega Enrique Serna. Un ser “con coraza de endemoniado, pero adentro una sabiduría desmedida”, añade Ignacio Padilla.
La poeta y los dos narradores, pertenecientes a tres generaciones distintas, pero todos formados por “los criterios de rompe y rasga” de Batis, al colaborar con él en el suplemento Sábado del periódico unomásuno que él dirigía, evocan las enseñanzas del escritor y editor jalisciense.
Envuelto por “una leyenda de misántropo y rudo”, de irreverente y desmitifcador, el también ensayista, crítico literario y catedrático ha tenido la paciencia y el coraje de formar durante décadas a nuevas generaciones de literatos y editores.
“Batis es, simple y sencillamente, el mejor maestro del mundo”, resume Pura López sobre el maestro en Lengua y Literatura Hispánicas por la UNAM, casa de estudios donde acaba de jubilarse tras más de 50 años de dar clases.
“Hubertote de la Mancha”, lo define Padilla, “enseñaba a escribir con disciplina, osadía y rigor”. Y Serna confiesa que “su carácter bronco me daba un poco de miedo, porque yo tampoco era una perita en dulce y no quería pelearme con él, pero lo fui conociendo mejor y entramos en confianza”.
La libertad
La poeta y traductora Pura López (1952), quien fue secretaria de redacción de Sábado, valora sobre todo la libertad que Batis daba a sus colaboradores. “Lo deja a uno en libertad total para desarrollar la propia creatividad, sin controlarla a su manera, pese a las diferencias de criterio que uno pueda tener con él.
“Es una de las personas más congruentes que hay, más fieles a una moral interior, más humanas y compasivas, y un verdadero amante de la literatura con mayúsculas”, destaca.
La ensayista cuenta que lo conoció no en el mundo periodístico, sino en el universitario. “Fue mi maestro de investigaciones literarias: desde la primera clase me puso a leer la obra completa de Robert Graves, por dar un ejemplo. Me empujó a cambiarme, luego luego, de la Universidad Iberoamericana, donde lo conocí, a la UNAM, donde él también daba clase.
“Una vez ahí, me invitó a ayudarlo en la edición de Sábado, que acababa de nacer. Me pasé tardes enteras leyendo las galeras del suplemento con él, aprendiendo todo entre carcajadas y pláticas profundas. Mucho, mucho tiempo después, me invitó a ser su secretaria de redacción, me dio la oportunidad de escribir reseñas semanales y contribuir con poemas, traducciones y ensayos”, señala.
La ganadora del Premio Villaurrutia 2007, por Santo y seña, recuerda que Batis le publicó sus primeros poemas y traducciones, “celebrándolos brevemente y en pocas ocasiones. Y, eso sí, gracias a su suplemento se escribieron reseñas de mis libros según iban saliendo. Pero nada de los criterios de rompe y rasga de Huberto modificó mis temas o mi incipiente estilo.
“Me orientaba sobre todo en cuanto a lecturas. Se daba cuenta de lo que yo podía hacer y me salía con la sorpresa: ‘Mira esta secuencia de la vida y la obra de Victor Hugo publicada en Francia; tradúcela y escribe al respecto’. En cuanto a lo irreverente y desmitificador, me dejó observarlo, divertirme, pero nunca me subió a su barco... aunque entre los dos creamos la sección Desolladero”, admite.
La autora de El sueño del cazador (1985) y Por si acaso no (2010) está convencida de que “Huberto es prácticamente la única autoridad que nos queda en lo que a suplementos literarios se refiere. Y lo digo en serio, porque se ha metido en el mundo cibernético y sigue al día de lo bueno y malo que se hace. Sus aportaciones son, nada más y nada menos, haber formado a toda mi generación, como escritores y como editores”.
Tender puentes
El cuentista y novelista Enrique Serna (1959) asegura que Batis ha sido por encima de todo un agitador. “Algo que le hace mucha falta a un medio intelectual donde todos los mediocres quieren quedar bien con sus congéneres. Huberto lograba remover las aguas de ese pantano, y creo que sus publicaciones tuvieron un efecto muy saludable en nuestra vida cultural”.
Narra que lo conoció en 1985, cuando le llevó unos poemas desconocidos de Luis de Sandoval Zapata que le publicó en Sábado. “Un investigador me acusó en la revista Vuelta de haberle robado el descubrimiento y yo le respondí en Sábado con argumentos que dejaron zanjada la discusión.
“A Batis le gustó el estilo de mi respuesta y me invitó a colaborar, primero en la sección cultural del unomásuno, y luego en el suplemento, donde me convertí en ensayista y publiqué varios de los cuentos de Amores de segunda mano”, recuerda.
Serna explica que “la responsabilidad de tener una tribuna me obligó a ordenar mejor las ideas y a pulir el estilo. Yo estaba plenamente de acuerdo con la inclinación contracultural del suplemento y me sentí como en mi casa”.
El autor de La sangre erguida (2010) concluye que Batis “quería tender puentes entre el mundo académico y el lector común, dar a conocer nuevos escritores, desafiar a los núcleos del poder cultural y creo que su trabajo dio buenos frutos”.
Maestro generoso
Durante diez años, el cuentista, ensayista y novelista Ignacio Padilla (1968) tuvo “el inmenso honor” de escribir para Batis. “Lo considero mi mejor y más generoso maestro, y por quien siento una mezcla de respeto, admiración y gratitud rayana en lo sacrílego.
Nunca tantos escritores debimos tanto a nadie como se lo debemos a Huberto Batis. Creo que tuve la suerte de formar parte de la última de por lo menos tres generaciones de escritores que nos forjamos en la fragua de Sábado, cuyas puertas nos abrió Huberto y en cuyas páginas aprendimos a leer y, sobre todo, a escribir con disciplina, osadía y rigor”, detalla.
El comunicólogo por la Universidad Iberoamericana evoca que el escritor Ignacio Trejo Fuentes le presentó a Batis una tarde remota de 1989. “La leyenda de la misantropía y rudeza de Batis estaban ya tan en boga, que entrar en sus dominios era necesariamente un descenso a los infiernos.
 
Pronto, muy pronto, cualquiera con dos dedos de frente y muchas ganas de trabajar aprendía que detrás de esa coraza de endemoniado estaba un hombre de una sabiduría desmedida, una persona generosa para compartir sus conocimientos y su experiencia. Tremendo, sí, con quienes no respondían a sus lecciones, pero amable, divertido y hasta dulce con aquellos discípulos y colaboradores suyos que mostraban, si no talento, sí al menos los arrestos y el ánimo para navegar en su barco”, apunta.
El hoy maestro en Literatura Inglesa por la Universidad de Edimburgo y doctor en Literatura Española por la Universidad de Salamanca evoca que, entre reseñas y noticias en su columna El baúl de los cadáveres —“que Huberto toleró, mimó y esculpió a mi lado durante cinco años”— escribió miles de páginas para Sábado.
Un día descubrí que el rigor de las entregas hebdomadarias de críticas y columnas estaba afectando la escritura de mi narrativa, de modo que dejé de hacer reseñas. Aun así, Huberto me siguió abriendo sus puertas hasta el último momento, y todavía sigo aprendiendo de él.
Siempre me ha parecido insuficiente la manera en que el medio literario mexicano ha intentado reconocerle a Huberto su magisterio y su labor.
Por ahí pasamos todos, ahí empezamos muchos cuando nadie más habría confiado en nosotros, de ahí partimos la mayoría hacia otros espacios sin haberle acreditado el todo y como es debido que Huberto y Sábado fueron el punto de partida necesario durante tres décadas de literatura mexicana”, afirma.
Hoy, Batis, ya jubilado del aula, goza de un merecido descanso como editor y catedrático que, anhelan sus discípulos, ojalá dé frutos creativos.

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