Por: José Juan de Ávila
Leonor Bonilla bien pudo llamarse Leonor Sevilla, ciudad donde nació. Es todo andaluz en ella. Su acento, que trae recuerdos de los versos de Lorca, de Alberti o de Machado; su intensidad, que comparte con las heroínas que interpreta en el escenario, como su rol fetiche, Lucia di Lammermoor; su pasado artístico flamenco familiar, y aun su deseo frustrado de encarnar a la gitana Carmen de Bizet.
Irónicamente, del compositor francés la andaluza llega a debutar al Palacio de Bellas Artes con su otra obra menos famosa, Los pescadores de perlas (1863), un título que cuando se estrenó en ese escenario en 2002 Bonilla no tenía edad para pensar que iba a entregarse en su futuro a la ópera ni sabía qué era. De hecho, la soprano confía que hasta ahora tampoco había visto representada esa obra en directo.
De gran porte como la sacerdotisa singalesa Leïla que interpretará en las funciones del 30 de mayo y 1 de junio con la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, que dirige su admirado amigo Iván López Reynoso, Leonor Bonilla (1987) cuenta en entrevista no solo su deslumbramiento con este papel en la producción debut de Juliana Vanscoit, en la que comparte escenario con el tenor Jesús León (Nadir), el barítono Tomás Castellanos (Zurga) y el bajo Ricardo Ceballos (Nourabad).
También refiere su experiencia en las 7 muertes de María Callas (2020), la ópera performance de la artista serbia Marina Abramović, premio Princesa de Asturias de las Artes 2021, en la que interpretó en marzo pasado, en el Grand Teatro del Liceu de Barcelona, a Lucia Asthon (Lucia di Lammermoor), una de las siete heroínas de la ópera que encarnan con su muerte la propia muerte de la soprano greco-neoyorquina, quien fue una de las pocas que sí hizo el papel de Carmen, concebido para mezzosoprano.
“Era mi sueño debutar en Bellas Artes”, comenta Leonor Bonilla, quien el 4 de marzo del 2022 se presentó en la sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli, con la Orquesta Sinfónica de la Universidad Panamericana, bajo la batuta de López Reynoso, con un programa de Mozart y Beethoven.
“Cuando debutas un papel, es muy importante tener al frente una persona que conozca el repertorio, tu voz, cómo sacarte partido. Nunca un papel se adapta perfectamente a la voz de una persona. Leïla es muy completa. Cada uno de los actos que canta se ajusta a características vocales diferentes; sí necesitas a alguien al mando que conozca muy bien el canto, a los cantantes y tu voz. Debutar un papel es un riesgo. El tercer acto para la soprano es un poco más lírico a todos los que he hecho antes.
“Por eso siempre es aconsejable hacerlo con alguien que conozca tu voz y con quien te vayas a sentir segura. A lo mejor no hubiera aceptado el papel con alguien que normalmente dirige Wagner, o que está acostumbrado a trabajar con otro tipo de voces más pesadas. Iván sabe mucho de bel canto, ha hecho mucho mi tipo de repertorio, y hemos trabajado juntos en otras ocasiones, entonces sabía que iba a funcionar”, cuenta por qué aceptó la invitación del director de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes.
—Usted se ha especializado en papeles belcantistas. ¿Por qué ahora el repertorio romántico francés en su carrera?
Es la primera ópera francesa que hago. Porque, efectivamente, he hecho más bel canto italiano, mucho Donizetti, Rossini, también Verdi. Pero es mi primera ópera francesa y la primera de Bizet. Así que para mí es algo nuevo, pero sí me estoy encontrando muy a gusto a nivel vocal.
—Carmen es un rol para mezzosoprano. Pero sí me parece irónico que una sevillana como usted, de orígenes gitanos, como la heroína de Bizet, cante más bien el papel exótico de Leïla en la otra ópera famosa del compositor francés.
Sí, Carmen es uno mis papeles soñados, que nunca podré hacer. Porque ella y yo somos sevillanas, andaluzas. Me encantaría poder interpretarla porque es un papel lleno de fuerza y pues es una gitana. Pero sí, vocalmente tendrá que ser en otra vida, porque en esta ya no me tocó. Sí, es un poco irónico.
—Le queda el consuelo de hacer Micaëla.
Micaëla creo que podré hacerla. Me la habían ofrecido justo para esta fecha, pero aún no me sentía lírica para poder abordar ese papel que es un poco más lírico. Y, además, tenía la propuesta de venir a hacer Leïla, que me interesaba muchísimo más. Así que dejaré Micaëla para un poco más adelante.
—El papel de Leïla es un personaje dentro de una ópera que, aunque no es muy montada en el mundo, varias de sus arias y duetos son de los más cantados en recitales. ¿Qué implica para usted técnicamente hacer a Leïla, un rol muy distinto a los que venía hasta ahora cantando?
La dificultad de Leïla radica en que son tres sopranos diferentes en cada acto. Empieza con una tesitura muy ligera, hay que estar preparada para buscar unos sonidos mucho más cristalinos, mucho más ligeros. Y a medida que el segundo acto avanza, tiene una aria que es completamente diferente, porque el fraseo es mucho más lírico, con una tesitura mucho más grave. Y ya en el tercero, aún más, porque hay un dueto con el bajo-barítono, con Zurga (“Je frémis, je chancelle”), que la escritura es completamente para una soprano súper lírica; entonces hay muchas bajadas al grave. Tengo que emplear, no una técnica, pero sí una posición diferente para poder abordar todos esos sonidos, para poder pasar la orquesta, porque también la orquestación del tercer acto es mucho más pesada, mucho más llena. Sí que es un reto, porque debes tener todos tus registros vocales preparados.
—¿Y cómo se siente de ser el objeto del deseo que separa a dos amigos?
No sabría cómo responder a esa pregunta, porque Leïla no es consciente de que es el objeto del deseo de dos hombres. El amor o la atracción que sienten por ella es simplemente visual, una idea, porque nunca han tenido contacto físico con ella. Están enamorados de su aura, de su belleza, de su imagen. Y ella, al mismo tiempo, no sabe quién es Zurga, que la desea. Sí que ha visto que Nadir la persigue por todos los pueblos adonde ella va, y comienza a desarrollar ella también una atracción con el que siempre está ahí observándola y le canta. Y se enamora también de su imagen y de su voz.
Los dos la desean, pero se han prometido a ellos mismos que su amistad es más importante; entonces no van a perseguirla. Pero, es Nadir quien rompe esta promesa, acercándose a Leïla, porque no puede evitarlo. Pues entra también un poco la concesión de lo que es la posesión y el control por una mujer, y poner en la balanza qué es lo más importante, si una promesa, si una amistad, si dejar que las personas amen libremente a quienes ellas desean sin que por eso tengamos que sacarlos de nuestras vidas. Es una reflexión interesante que se podría aplicar a muchísimas cosas y a muchísimas situaciones.
—Me da una interpretación más espiritual que pasional de Leïla, justo muy del romanticismo.
Así es.
—¿Y cómo entonces un personaje así se inserta en un mundo actual? ¿Qué le ofrece Leïla a una mujer y artista joven, del siglo XXI, como usted?
Diría muchas cosas. Porque, aunque Leïla ha hecho una promesa a la que la mayoría de las mujeres actualmente no tenemos que vernos sometidas, es decir un juramento religioso, unos votos religiosos, aun hay muchas mujeres alrededor del mundo que lo siguen haciendo. Hay muchas religiones y muchos países donde todavía estos votos siguen existiendo. Para nosotras, las mujeres occidentales, esta es una realidad que se nos alejaría mucho de lo que tenemos que vivir día a día. Sin embargo, esto se puede aplicar a otros tipos de realidades, por ejemplo: ¿qué es más importante: tu trabajo, tu honor, las promesas que has hecho a tu familia, los conceptos que tienes éticos o morales o el amor por una persona? Porque no siempre van de la mano, no siempre nos enamoramos de aquellas personas que, en nuestra sociedad, nuestro círculo más cercano, familia o contexto cultural o social, nos recomiendan.
Sí que para mí la reflexión está en qué es lo más importante y las consecuencias que trae el limitar, o prohibir a las personas que hagan ciertas cosas por ideas o por conceptos morales o religiosos. Siempre es algo que sale mal, nada puede salir bien cuando prohíbes determinantemente algo, y entran en juego los sentimientos o el amor por alguien. Esa es una promesa que nunca se puede cumplir. Sí reflexionar sobre si podemos tener nuestras ideas y nuestros conceptos espirituales, políticos, sentimentales, pero al final siempre para mí es más importante dejar que las personas sean como tienen que ser y respetarlas, porque solo a través del amor, de la verdad o de la autenticidad podemos llegar a ser quienes somos.
—Ha contado que cuando vio La Bohème (en 2010, en el Teatro Maestranza de Sevilla, con su compatriota Ainhoa Arteta como Mimì), su primera vez ante una ópera, decidió convertirse en cantante de ópera. ¿Recuerda cuándo vio Los pescadores de perlas? ¿Cómo es el contraste de haberla visto como espectadora y ahora estar interpretando su protagonista femenina?
Lamento decir que nunca he visto Los pescadores de perlas en directo, porque es una ópera que se programa muy rara vez, a pesar de que es hermosa, es una de las menos representadas en el ranking. Así que tienen una oportunidad preciosa de verla ahora en Bellas Artes. Nunca se me ha terciado poder ir a verla, porque nunca he estado en un lugar donde la tuvieran programada. Así que es mi primer acercamiento a la ópera de manera directa.
—En Bellas Artes tiene 21 años que no se programaba, digamos que casi, casi la edad de usted.
Ja, ja, ja. Digamos que tengo un poquito más años, ja, ja, ja. Pero cuando se presentó aquí yo todavía no cantaba ni sabía lo que era la ópera. Así que sí, hace bastante tiempo.
—¿Cómo ha sido el trabajo con los cantantes mexicanos Jesús León y con Tomás Castellanos, los amigos a los que usted en la ópera separa?
Es la primera vez que trabajo con ellos, no nos conocíamos, así que no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar. Pero, ha sido increíble trabajar con ellos, formamos un equipo estupendo, nos llevamos súper bien, somos muy amigos, hemos congeniado en todos los niveles, musical, interpretativo, amistoso, y son personas con las que se trabaja muy a gusto. Con Tomás conecto mucho porque él también fue bailarín, como yo hace muchos años, entonces nos divertimos muchísimo en los ensayos haciendo tonterías. Y Jesús es una persona muy simpática, muy chistosa, está haciendo bromas siempre a todo el mundo, entonces consigue que los ensayos sean muy distendidos y muy amenos. Al mismo tiempo los dos son súper profesionales y estamos muy concentrados en lo que tenemos que hacer. Ha sido de verdad un lujo y un placer trabajar con ellos, estoy muy contenta.
—Viene de hacer las 7 muertes de María Callas con Marina Abramović. ¡Qué experiencia!
Para mí fue una experiencia muy chula. Con Marina Abramović trabajé muy poco porque llegó en los últimos días. La obra consiste en contar los pensamientos que tiene María Callas antes de morir en su departamento en París; ella va viajando a través de las heroínas y los personajes de ópera que cantó a lo largo de su carrera. Están Carmen (Rinat Shaham), Desdémona (Benedetta Torre), Lucía (que es la que yo interpretaba, Lucia Ashton), Violetta Valéry (Gilda Fiume), Floria Tosca (Vanessa Goikoetxea) Norma (Marta Mathéu) y Cio-Cio San (Antonia Ahyoung Kim)... Y para ello Marina Abramović reúne a siete cantantes y cada una representa a un personaje, y cada una representa una muerte: son las escenas de muerte de cada personaje que Callas relaciona con su propia muerte. Sí que es bastante interesante, las cantantes con las que la hicimos en el Liceu de Barcelona eran todas fantásticas.
Y visualmente la obra es muy potente, es el terreno de Marina, lo visual; consistía en unas proyecciones en el fondo que iban narrando cada una de las arias. Contó con el actor Willem Dafoe para rodarla. A medida que íbamos cantando, atrás se proyectaban estas imágenes muy potentes. Sí que era interesante y también lo fue conocer a Marina, es una leyenda en la escena y en el performance. Fue muy amable con todas en todo momento. Me dedicó palabras muy bonitas, me abrazó, estaba disfrutando con nosotras, y se mostró muy, muy cercana. Fueron días muy especiales en el Liceu.
—Sin duda usted tenía que ser Lucia Ashton, porque la ha interpretado bastante. ¿Con quién se queda: con Leïla o con Lucia?
No lo sé. Porque a Leïla apenas la estoy descubriendo, y es verdad que me gusta mucho y tiene unas partes maravillosas, a nivel escénico y a nivel musical. Pero, Lucia di Lammermoor es mi debilidad, es mi papel fetiche, me ha dado muchas alegrías, momentos inigualables en el escenario. Me gusta muchísimo ir con ella a ese estado de locura y de enajenación mental. Es un papel muy fuerte dramáticamente. Y, vocalmente, es de los papeles en los que más a gusto me siento, así que si espero estar con ella muchos años más, porque es un papel que me gusta mucho.
–¿Qué tienen de usted Lucia y Leïla? ¿Qué les da usted a ellas?
Lo intensa. Soy muy intensa. Lo vivo todo con mucha intensidad, tanto lo bueno como lo malo. También, es algo que vamos aprendiendo por el camino: a relativizar las cosas y a racionalizar un poco nuestros estados de ánimo. En la vida que tenemos —de tantos cambios y de decir que la conexión con la música te aporta muchas cosas y una de ellas es abrir tu alma y tu corazón en un punto de no retorno, porque una vez que entras ahí, solo puedes recibir, ya no puedes separarte de eso— es una manera de desnudarse también y de decir: “Pues yo me debo a esto”. Y todos los sentimientos y sensaciones que me produzca, los asumo y los acepto. La música produce muchas cosas para el que la escucha pero también para los que la interpretamos y que estamos dentro. Hay muchas cantantes que lo cuentan. Si interpretan a Madama Butterfly, por ejemplo, se llevan como una hora o un día en su casa porque no se recuperan de esa carga dramática, de esa intensidad. Es difícil separarse de eso. Aceptamos que la ópera es un viaje lleno de intensidad y de emociones. Y qué bueno que la música sirva para removernos en el interior, y que podamos dar un poco de eso que estamos sintiendo a quienes nos están escuchando.
—Intenso y andaluz y gitano es redundancia, me parece.
Así es. Tuve la suerte, digo suerte, porque me siento muy afortunada de haber nacido en un contexto familiar donde siempre la música, el flamenco, la música clásica, e incluso la latina, estuvo muy presente. Entonces, hubiera tenido que salir médico o abogado, pero no hubo suerte. Tuve que salir como mi papá. Y esa es la suerte que me ha tocado en vida y orgullosa de hecho.
—Quizás los afortunados seamos nosotros. Hay muchos médicos y muchos abogados en el mundo, pero solamente una Leonor Bonilla (parafraseando a Coco Chanel).
Ojalá, ojalá. Y ojalá que disfruten mucho Los pescadores de perlas y mi debut en Bellas Artes.
José Juan de Ávila.Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.