Por: Ángel Vargas
Cinco años después del más reciente concierto en forma del órgano monumental del Auditorio Nacional, el más grande de Latinoamérica y uno de los más notables en el mundo, el imponente instrumento volverá a mostrar toda su magnificencia el próximo 7 de febrero, gracias a la magna sesión musical que protagonizarán el mexicano Víctor Urbán y el italiano Davide Pinna.
El programa, que contará con la intervención de la Orquesta Filarmónica de Toluca, estará integrado por la Toccata y fuga en Re menor, de Johann Sebastian Bach; The Lost Chord, de Arthur Sullivan, y la Suite Gótica, de L. Boellmann.
De igual manera, el Retablo Medieval: Concertino, de Miguel Bernal Jiménez; la obertura Poeta y campesino, de Franz Von Suppé, y el final de la tercera sinfonía de Camille Saint Saëns.
Consolidado como uno de los más importantes organistas en el país, Víctor Urbán destaca que dicho instrumento está muy lejos de permanecer subutilizado o desperdiciado, pese a que no ha sido posible hacerlo sonar de manera frecuente ni cumplir el ya añejo proyecto de valerse de él para reactivar la cultura organística en México.
A su decir, la intensa programación artística en el Auditorio Nacional ha sido uno de los principales impedimentos para que ese órgano monumental se mantenga en continuo funcionamiento, como se tenía proyectado luego de su restauración, en 2000.
Otra de las razones, explica, son las económicas, debido a que, para programar conciertos exclusivos de ese instrumento, el Auditorio Nacional debe asumir todos los gastos, y estos son muy altos, al no contar con patrocinadores externos, como sí sucede con otros espectáculos.
Construido en la década de los 30 del siglo pasado, por la casa italiana Tamburini, el órgano monumental consta de 15 mil 633 flautas, que permiten 250 posibilidades tímbricas. Sus dimensiones son las de un edificio de tres pisos y pesa cerca de 15 toneladas.
Fue construido con la intención de instalarlo en el Palacio de Bellas Artes, acción que se cumplió en 1934. En ese recinto permaneció sin ser utilizado durante 23 años como consecuencia de una pésima ubicación, hasta que se decidió trasladarlo en 1957 al Auditorio Nacional. Su costo en el año 2000 era de 2.5 millones de dólares
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